Inclina mi corazón a tus testimonios
Y no a la ganancia deshonesta (Sal. 119:36).
Se dé usted cuenta o no, su corazón se halla por completo en las manos de Dios y, por decirlo de algún modo, Él hace con él lo que le plazca. Esto es cierto con respecto a todo el mundo, ya sea que se conviertan en objeto de su misericordia o de su ira y, con todo, esto no destruye ni en lo más mínimo nuestra responsabilidad moral.
Esta confesión de la absoluta soberanía de Dios, incluso sobre el estado moral y las acciones de todas las personas, queda implícito en la oración del salmista. El reconocimiento de la soberanía absoluta de Dios tiene las implicaciones más prácticas en lo que le pedimos a Dios para nosotros mismos.
Deberíamos orar y pedir estar inclinados hacia Dios.