Te alabaré con rectitud de corazón
Cuando aprendiere tus justos juicios (Sal. 119:7).
Nuestro orgullo desmesurado hace que pensemos que “sabemos” cómo adorar a Dios y, sin embargo, sin gracia seguiremos inevitablemente el ejemplo perverso de Caín, quien trajo una ofrenda inaceptable delante del Señor (Gn. 4:3-5), consciente o inconscientemente. Cuando los predicadores ponen al descubierto nuestra ignorancia espiritual, y el descontento del Señor con nuestra necedad religiosa, nuestro semblante también se viene abajo, a menos que Él cambie nuestro corazón.
Muchas de las cosas que hacemos, y que merecen la pena, requieren algún conocimiento, habilidad y práctica antes de poder hacerlas bien. Nadie se sienta al volante de un coche por primera vez, dispuesto a conducir por la autopista. Cocinar de verdad (no las cenas delante del televisor) no se puede hacer sin aprendizaje culinario y práctica. Cualquier tipo de deporte serio requiere un compromiso formal con la disciplina antes de que la calidad aparezca. Entonces, ¿por qué tanta gente se las da de expertos en religión y adoración, mientras siguen siendo ignorantes de las Escrituras y extremadamente inconsistentes como cristianos que profesan?