En 1993, mi esposa y yo nos vimos involucrados en un accidente ferroviario. El choque del Sunset Limited en una ensenada de Mobile Bay mató a más pasajeros que cualquier accidente de ferrocarril de la historia. Sobrevivimos a este espeluznante accidente, pero no sin un trauma constante. El accidente dejó a mi esposa con una constante ansiedad que no le permitía dormir en un tren por la noche. Yo me quedé con una lesión de espalda que me costó quince años de tratamiento y terapia para poder vencerla.
Sin embargo, con aquellas cicatrices del trauma, ambos aprendimos una profunda lección sobre la providencia de Dios. En este caso, la providencia de Dios para nosotros fue claramente de benigna benevolencia. También nos ilustró un inolvidable sentido de las tiernas misericordias de Dios. Por más que estemos convencidos de que la providencia de Dios es una expresión de su absoluta soberanía sobre todas las cosas, pensaría que la lógica conclusión de una convicción semejante sería el final de toda ansiedad.