C.H. Spurgeon
Él es el que perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus enfermedades; el que rescata de la fosa tu vida, el que te corona de bondad y compasión; el que colma de bienes tus años, para que tu juventud se renueve como el águila.
Él es quien perdona todas tus iniquidades
Aquí comienza David su lista de bendiciones recibidas, que presenta como las razones de su alabanza. Selecciona unas pocas de las perlas más preciosas del cofre de amor divino, las enhebra en el hilo de la memoria, y las coloca en el cuello del agradecimiento. El pecado perdonado es, según nuestra experiencia, uno de los estímulos más especiales de la gracia, uno de los primeros regalos de su misericordia; de hecho, la preparación necesaria para disfrutar de todo lo que viene después. Hasta que la iniquidad es perdonada, la sanidad, la redención y la satisfacción son bendiciones desconocidas. El perdón es primero en el orden de nuestra experiencia espiritual, y en algunos sentidos, primero en valor. El perdón concedido está en tiempo presente: “perdona”, es continuo porque sigue perdonando, es divino porque es Dios quien lo da, abarca mucho porque nos quita los pecados; incluye los pecados de omisión al igual que de comisión, pues ambos son iniquidades; y es muy eficaz, porque es tan real como la sanidad y el resto de las misericordias con las que es colocado.
Paul Christianson
¿Dónde ha ido a parar aquella bienaventuranza que conocí cuando encontré por primera vez al Señor? ¿Dónde ha quedado esa visión de Jesús y de su palabra que refresca el alma? ¿Por qué se ha visto mi vida espiritual llena de obstáculos y de fracasos?
Quizás estas sean preguntas que muchos de nosotros solemos hacernos. En mis recientes visitas a Trinidad, Nueva Zelanda y Australia me ha impresionado ver que la “mundanalidad” no es un problema exclusivo de los estadounidenses, sino que es universal. Pero en Santiago 4:4 se nos advierte: “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad hacia Dios? Por tanto, el que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”.
Paul Christianson
Las declaraciones y oraciones del Salmo 27 están hechas en el oscuro marco de una hueste de enemigos: malhechores que calumnian, actúan con violencia y procuran la destrucción del rey David, autor de este salmo. David los compara con bestias salvajes cuando dice “para devorar mis carnes”, en el versículo 2, y a un ejército que acampa a su alrededor, en el versículo 3.
El rey se muestra increíblemente desafiante contra tales enemigos, y escribe en los versículos 1 al 3: “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿de quién tendré temor? Cuando para devorar mis carnes vinieron sobre mí los malhechores, mis adversarios y mis enemigos, ellos tropezaron y cayeron. Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque en mi contra se levante guerra, a pesar de ello, estaré confiado”.
R.C. Sproul
Un controvertido libro publicado recientemente sobre este tema llevaba por título: When Bad Things Happen to Good People [Cuando a la gente buena le suceden cosas malas]. Una objeción común a la religión es: ¿Cómo se puede creer en Dios a la luz de todo el sufrimiento que vemos y experimentamos en este mundo?
John Stuart Mill elevó esta clásica objeción en contra de la fe cristiana: “Si Dios es omnipotente y permite todo este sufrimiento, entonces no es benevolente, no es bondadoso, no es amoroso. Y si es amoroso para con todo el mundo y permite todo este sufrimiento, desde luego no es omnipotente. Dado que existe el mal y también el sufrimiento, no podremos llegar jamás a la conclusión de que Dios sea omnipotente y, a la vez, benevolente”. Con todo lo brillante que pueda ser John Stuart Mill, no tengo más remedio que poner objeciones a este punto y comprobar qué es lo que dicen las Escrituras acerca de estas cosas.
R. C. Sproul
En 1993, mi esposa y yo nos vimos involucrados en un accidente ferroviario. El choque del Sunset Limited en una ensenada de Mobile Bay mató a más pasajeros que cualquier accidente de ferrocarril de la historia. Sobrevivimos a este espeluznante accidente, pero no sin un trauma constante. El accidente dejó a mi esposa con una constante ansiedad que no le permitía dormir en un tren por la noche. Yo me quedé con una lesión de espalda que me costó quince años de tratamiento y terapia para poder vencerla.
Sin embargo, con aquellas cicatrices del trauma, ambos aprendimos una profunda lección sobre la providencia de Dios. En este caso, la providencia de Dios para nosotros fue claramente de benigna benevolencia. También nos ilustró un inolvidable sentido de las tiernas misericordias de Dios. Por más que estemos convencidos de que la providencia de Dios es una expresión de su absoluta soberanía sobre todas las cosas, pensaría que la lógica conclusión de una convicción semejante sería el final de toda ansiedad.