C.H. Spurgeon
Entonces ella vino y se postro ante Él, diciendo: “¡Señor ayúdame!” (Mateo 15:25).
Nuestro texto relata un caso de verdadera angustia y nos muestra la oración de una mujer en agonía. Quiero hablar especialmente sobre la oración de esta mujer.
Ahora, por algunos minutos, les invito queridos amigos a que ADMIREN CÓMO ESTA MUJER HIZO SUYO EL CASO DE SU HIJA.
Le recomiendo a aquellos que procuran la conversión de otros que sigan su ejemplo. Noten que ella no oró, “Señor, ayuda a mi hija,” sino, “Señor, ayúdame a mí.” Al principio rogó por su hija explicando las circunstancias de su caso; pero a medida que la intensidad y el fervor de su suplica crecía, parecía ya no haber diferencia entre la madre y la hija. La madre absorbió a la hija; el gran corazón de la suplicante parecía abrigar a aquella por la que suplicaba con tanta agonía: “Señor, ayúdame.” ¿Comprendes la idea?
C.H. Spurgeon
Entonces ella vino y se postro ante Él, diciendo: “¡Señor ayúdame!” (Mateo 15:25).
Nuestro texto relata un caso de verdadera angustia y nos muestra la oración de una mujer en agonía. Quiero hablar especialmente sobre la oración de esta mujer.
Ahora, por algunos minutos, les invito queridos amigos a ADMIRAR SU APELACIÓN AL SEÑOR.
“Entonces ella vino y se postró ante Él, diciendo: ‘¡Señor ayúdame!”‘ Esta mujer es admirable, primero, porque se alejó de los discípulos. No puedo evitar sonreír mientras leo lo que los discípulos dijeron: ‘despídela, pues da voces tras nosotros.’ Pobre alma; ella nunca dio voces tras los discípulos pues sabía que había algo mejor que eso. La razón por la que los discípulos pensaron que ella dirigía su clamor a ellos es que se creían muy importantes. Si la mujer hubiese dado voces tras ellos, sus miradas sombrías la hubieran hecho detenerse pronto. Pero ella no cometió tal error. “¡Oh no!” parecía decir, “no es a ustedes a quien yo clamo, pues ni Pedro, ni Santiago, ni Juan pueden darme la ayuda que necesito.”
C.H. Spurgeon
Entonces ella vino y se postro ante Él, diciendo: “¡Señor ayúdame!” (Mateo 15:25).
Nuestro texto relata un caso de verdadera angustia y nos muestra la oración de una mujer en agonía. Quiero hablar especialmente sobre la oración de esta mujer.
Primero, ADMIREMOS LA IMPORTUNIDAD DE ESTA MUJER.
Me atrevo a decir, aunque estoy hablando a una congregación numerosa, que nadie entre nosotros ha experimentado un rechazo o dificultad similares a las de esta mujer. Puede haber más de alguno que tenga derecho a levantarse y decir, “¡Ah, Señor! Usted no conoce mi experiencia; mi llegada a Cristo fue muy difícil.” Ciertamente no conozco tu experiencia mi querido amigo, pero sí estoy seguro que tu experiencia no es comparable a la de esta mujer, porque en su venida a Cristo ella tuvo que superar dificultades más grandes que las que tú puedas imaginar, aunque estés a punto de desesperar por los obstáculos en tu camino. Esta pobre mujer tuvo que superar tres dificultades especiales.
Pastor Alan Dunn
El puritano Samuel Chadwick dice que Satanás solo le tiene pavor a la oración. Las actividades se pueden multiplicar hasta el punto en que la oración no tenga lugar, y las organizaciones crecen hasta no dejar sitio para ella. La única preocupación del diablo es impedir que los santos oren. Él no le teme a los estudios bíblicos en los que no se ora, ni a las obras en las que no cabe la oración, ni a la religión sin ruego. Él se ríe de nuestros esfuerzos y se burla de nuestra sabiduría, pero tiembla cuando oramos.
A la Iglesia se le ha dado la misión de la oración corporativa y el pastor, como aquel que pastorea a un rebaño, debe guiar al pueblo de Dios en la responsabilidad que le ha sido encomendada. Debemos convertir la oración corporativa en la prioridad de la Iglesia, de forma que esta cumpla con sus deberes en relación con su Maestro y Señor Jesucristo.