Albert Mohler
Como cristianos sabemos que el mundo, tal y como lo vemos, contiene vestigios de la gloria de Dios que brillan a través de la corrupción de un universo arruinado por el pecado. Sin embargo, se nos recuerda constantemente que todo el universo gime bajo la carga de la pecaminosidad humana.
La experiencia que tenemos del mundo requiere que percibamos aquellas cosas que no son como deberían ser. No estamos experimentando ese mundo de inmaculada bendición que nos revelan los dos primeros capítulos del libro de Génesis. Al contrario. Estamos experimentando un mundo lleno de mosquitos, todo tipo de virus, terremotos y malevolencia en el mundo animal. La evidencia de la muerte y la decadencia nos rodean y podemos verlo en nuestro propio cuerpo.
Albert Mohler
Una vez que sabemos que Dios es la única explicación de los orígenes, podemos confiar en que sólo Él llevará esta historia a su final de un modo que toda la gloria sea para Él.
Una de las marcas registradas de la era posmoderna es, como explicó unos de sus principales teóricos, la “incredulidad frente a las metanarrativas”. Este concepto refleja la sospecha posmoderna con respecto a cualquier explicación maestra de la realidad del mundo y de la experiencia humana. Sin embargo, el cristianismo bíblico es una narrativa maestra de principio a fin. El cristianismo bíblico no es una mera fe que implica verdades esenciales, sino que es la historia del propósito que Dios tenía de redimir a la humanidad y de que la gloria fuera para sí mismo. Esta narrativa se nos revela como una historia maestra global, tan inmensa como el cosmos y tan detallada como para incluir a cada átomo y molécula de la creación.
Albert Mohler
“El punto de partida para la cosmovisión cristiana”
La cosmovisión cristiana está estructurada, en primer lugar, por el conocimiento de Dios. No hay otro punto de partida para una cosmovisión cristiana auténtica, y tampoco hay un sustituto.
Uno de los principios más importantes del pensamiento cristiano es el reconocimiento de que no hay ejemplo de una neutralidad intelectual. Ningún ser humano es capaz de lograr un proceso de pensamiento que no requiera presuposiciones, suposiciones, o unos componentes intelectuales heredados. Todo pensamiento humano requiere una estructura presupuesta que defina la realidad y explique, en primer lugar, cómo es posible que podamos saber nada de nada.