Alan Dunn
Los existencialistas tienen una palabra que utilizan para denominar la sensación de desconexión, la caída libre en el vacío del sinsentido subjetivo, el desconcierto desorientador de sentirse despegado del resto de las personas, de las cosas y hasta de uno mismo. Esa palabra es “anomia”: ausencia de ley y de orden; caos y confusión causados por la desconexión de todo lo que nos resulta seguro y familiar. Todos los puntos de referencia han desaparecido y la existencia resulta intrínsecamente extraña. Las imágenes que llegan de Japón muestran la anomia mientras la gente deambula por los vecindarios, antes familiares y ahora extraños, cortada de todo punto de conexión. Anomia es la sensación de muerte, la ruptura de las unidades que Dios creó para constituir la estructura de la vida.
¿Tienen algo que decir las Escrituras cuando un terremoto y un tsunami alteran tanto el paisaje de la vida que ya no quedan puntos de conexión con la propia tierra sobre la que caminamos? ¿Qué podemos decir a esas personas que han visto cortada su propia relación con el terreno?
J.C. Ryle
Vemos que nuestro Señor dice: “El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero”.
¡Hay un día postrero! El mundo no seguirá siempre igual que ahora. Comprar y vender, sembrar y cosechar, plantar y construir, casarse y dar en casamiento: todo eso tocará un día a su fin. El Padre ha acordado un momento en el que toda la maquinaria de la Creación se detendrá y la dispensación actual será sustituida por otra. Tuvo un comienzo y también tendrá un final. Entonces los bancos cerrarán sus puertas para siempre. Los mercados de valores no abrirán más. Los parlamentos quedarán disueltos. El mismísimo Sol, que tan fielmente ha llevado a cabo su cometido diario desde el Diluvio de Noé, ya no saldrá ni se pondrá más. Nos iría mejor si pensáramos más en ese día. A menudo, los días de bodas y nacimientos o el día del pago del alquiler absorben todo nuestro interés. Pero nada es comparable al día postrero.
¡Hay un Juicio venidero! Los hombres tienen días de ajuste de cuentas, y al final, Dios también tendrá el suyo. Sonará la trompeta. Los muertos se levantarán incorruptibles. La vida será transformada. Toda persona de todo nombre, pueblo, lengua y nación se presentará ante el tribunal de Cristo. Se abrirán los libros y se presentarán las pruebas. Nuestro verdadero carácter quedará expuesto ante el mundo. Nada se ocultará ni se encubrirá, nada se podrá camuflar. Todo el mundo rendirá cuentas ante Dios y será juzgado según sus obras. Los malos irán al fuego eterno y los justos a la vida eterna.
Dave Chanski
La Biblia nos dice que, cuando el Señor Jesús comenzó su ministerio público, proclamó estas palabras por toda Galilea: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio” (Mr. 1:15). Antes de ascender al cielo al finalizar su ministerio terrenal dijo a los Apóstoles: “Así está escrito, que el Cristo padeciera y resucitaría de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se predicara el arrepentimiento para el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lc. 24:46-47).
Desde su trono en la gloria habló a la iglesia de Éfeso en el libro de Apocalipsis: “Recuerda, por tanto, de dónde has caído y arrepiéntete, y haz las obras que hiciste al principio; si no, vendré a ti y quitaré tu candelero de su lugar, si no te arrepientes” (Ap. 2:5; ver también 2:16; 3:33; 3:19).
Dr. Albert Mohler
Pocas experiencias pueden ser más aterradoras que un terremoto, y el que devastó Japón el pasado viernes figurará entre los más fuertes que se hayan registrado jamás. Con un grado de 9.0 en la escala de magnitud, el terremoto de Sendai, Japón, se sitúa en el quinto lugar de la lista de los terremotos recogidos por la historia, después del seísmo de Chile (9.5) en 1960, el de Prince William Sound, Alaska (9.2) en 1964, el de Sumatra, Indonesia, con gran número de muertes, (9.1) y el de Kamchatka, Rusia (9.0).
A continuación, como un añadido a la miseria y al terror causados por los daños devastadores del terremoto, un tsunami masivo provocado por éste último inundó incontables kilómetros de la costa de Japón, llevándose por delante a varios pueblos y sumergiéndolos en el mar. El corte de energía a consecuencia del terremoto y el tsunami condujo a otro desastre inminente: la fusión parcial de dos de los reactores en al menos dos, y posiblemente más, centrales nucleares. Por si todo esto fuera poco, el domingo entró en erupción un volcán en el sur de Japón, subrayando el hecho de que la nación insular descansa sobre el temido «cinturón de fuego» del Pacífico.
Dr. Albert Mohler
Recientemente, la doctrina del infierno está siendo objeto de un ataque despiadado, tanto a mano de los laicos como incluso de algunos evangélicos. En muchas formas, el asalto se ha desarrollado de una forma encubierta. Como si se tratara de una marea que lentamente lo va invadiendo todo, como si fuera un conjunto de cambios culturales, teológicos y filosóficos interrelacionados que han conspirado para socavar el concepto que teníamos del infierno. Ayer considerábamos el primero y quizás más importante de estos cambios: una visión radicalmente alterada de Dios. Pero otras cuestiones también han tenido que ver en este tema.
Una segunda cuestión que ha contribuido a la negación moderna del infierno es un cambio de opinión en cuanto a la justicia. La justicia retributiva ha sido el sello de la ley humana desde los tiempos premodernos. Este concepto asume que el castigo es un componente natural y necesario de la justicia. Sin embargo, la justicia retributiva se ha visto atacada durante muchos años en las culturas occidentales y esto ha llevado a hacer modificaciones en la doctrina del infierno.