R.C. Sproul
Hace unos treinta años aproximadamente, Archie Parrish, un íntimo amigo mío y colega que, por aquel entonces estaba al frente del programa de Explosión de la Evangelización (E. E.) en Fort Lauderdale, vino a verme y me hizo una petición. Me comentó que fueron llevando un registro de respuestas que la gente dio en los distintos debates que se hicieron sobre el Evangelio, en las múltiples visitas de evangelización realizadas por todos los equipos de E. E. Cuando cotejaron las preguntas y objeciones que más surgían y que las personas solían manifestar hacia la fe cristiana, las agruparon bajo la forma de listado en el que anotaron las diez más frecuentes. El Dr. Parrish me preguntó si yo podía escribir un libro en el que se diese respuesta a aquellas objeciones para que estuviera al alcance de los evangelistas y les permitiera utilizarlas. Así lo hice y el resultado fue mi libro que entonces se tituló Objections Answered [Objeciones contestadas] y que ahora se llama Reason to Believe [La razón por la cual creer]. Entre las diez objeciones principales se encontraba la que dice que la iglesia está llena de hipócritas. En aquel tiempo, el Doctor D. James Kennedy solía responder a esto con la siguiente réplica: “Bueno, siempre hay lugar para uno más”. Advertía a las personas que, si lograban encontrar una iglesia perfecta, que no unieran a ella porque, de hacerlo, la estropearían.
C.H. Spurgeon
¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es
Habitar los hermanos juntos en armonía! (Salmo 133:1)
Mirad. Es una maravilla pocas veces vista, por lo tanto ¡a prestar atención! Es visible, porque es la característica de los verdaderos santos; por lo tanto ¡no dejen de examinarla! Bien vale la pena admirarla; ¡hagan una pausa y contémplenla! ¡Les encantará tanto que querrán imitarla, por lo tanto, véanla bien! Dios la observa con su aprobación, por lo tanto, considérenla con atención. ¡Cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! Es imposible describir la excelencia extrema de tal condición; y por eso el salmista usa dos veces la palabra “cuán”: ¡Mirad cuán bueno! ¡Mirad cuán delicioso! No intenta medir lo bueno ni lo delicioso, sino que nos invita a mirarlo con nuestros propios ojos. La combinación de los dos adjetivos “bueno” y “delicioso” es más admirable que la conjunción de dos estrellas de primera magnitud: que algo sea “bueno” es bueno, pero que también sea delicioso es mejor. A todos les gustan las cosas deliciosas, pero sucede con frecuencia que la delicia es mala; pero aquí la condición es tan buena como deliciosa, tan deliciosa como buena, porque el mismo “cuán” ha sido colocado antes de cada palabra calificativa.
C.H. Spurgeon
Él es el que perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus enfermedades; el que rescata de la fosa tu vida, el que te corona de bondad y compasión; el que colma de bienes tus años, para que tu juventud se renueve como el águila.
Él es quien perdona todas tus iniquidades
Aquí comienza David su lista de bendiciones recibidas, que presenta como las razones de su alabanza. Selecciona unas pocas de las perlas más preciosas del cofre de amor divino, las enhebra en el hilo de la memoria, y las coloca en el cuello del agradecimiento. El pecado perdonado es, según nuestra experiencia, uno de los estímulos más especiales de la gracia, uno de los primeros regalos de su misericordia; de hecho, la preparación necesaria para disfrutar de todo lo que viene después. Hasta que la iniquidad es perdonada, la sanidad, la redención y la satisfacción son bendiciones desconocidas. El perdón es primero en el orden de nuestra experiencia espiritual, y en algunos sentidos, primero en valor. El perdón concedido está en tiempo presente: “perdona”, es continuo porque sigue perdonando, es divino porque es Dios quien lo da, abarca mucho porque nos quita los pecados; incluye los pecados de omisión al igual que de comisión, pues ambos son iniquidades; y es muy eficaz, porque es tan real como la sanidad y el resto de las misericordias con las que es colocado.
Paul Christianson
¿Dónde ha ido a parar aquella bienaventuranza que conocí cuando encontré por primera vez al Señor? ¿Dónde ha quedado esa visión de Jesús y de su palabra que refresca el alma? ¿Por qué se ha visto mi vida espiritual llena de obstáculos y de fracasos?
Quizás estas sean preguntas que muchos de nosotros solemos hacernos. En mis recientes visitas a Trinidad, Nueva Zelanda y Australia me ha impresionado ver que la “mundanalidad” no es un problema exclusivo de los estadounidenses, sino que es universal. Pero en Santiago 4:4 se nos advierte: “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad hacia Dios? Por tanto, el que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”.
R.C. Sproul
Me pregunto si es adecuado tener un libro “favorito” en la Biblia. La idea rechina como las uñas sobre una pizarra. ¿Qué nos induciría a preferir una porción de la Palabra de Dios más que otra? Oír a Dios decir lo que sea es una delicia tal para el alma que cada palabra que salga de su boca debería excitar el alma en la misma medida. Quizás cuando alcancemos la gloria, nuestra delicia en Él y en su Palabra será tal que no entenderá de grados comparativos.
Mientras tanto, tenemos nuestras variadas inclinaciones. Cuando pienso en libros “favoritos” de la Biblia, siempre coloco la carta a los Hebreos muy cerca de la parte más alta. ¿Por qué? En primer lugar, este libro conecta, de una forma magistral, el Antiguo Testamento y el Nuevo. Lo que dice San Agustín es verdad: “El Nuevo está escondido en el Antiguo y éste se revela en el Nuevo”. El puente entre los dos es el libro de Hebreos.