C.H. Spurgeon
Entonces ella vino y se postro ante Él, diciendo: “¡Señor ayúdame!” (Mateo 15:25).
Nuestro texto relata un caso de verdadera angustia y nos muestra la oración de una mujer en agonía. Quiero hablar especialmente sobre la oración de esta mujer.
Ahora, por algunos minutos, les invito queridos amigos a ADMIRAR SU APELACIÓN AL SEÑOR.
“Entonces ella vino y se postró ante Él, diciendo: ‘¡Señor ayúdame!”‘ Esta mujer es admirable, primero, porque se alejó de los discípulos. No puedo evitar sonreír mientras leo lo que los discípulos dijeron: ‘despídela, pues da voces tras nosotros.’ Pobre alma; ella nunca dio voces tras los discípulos pues sabía que había algo mejor que eso. La razón por la que los discípulos pensaron que ella dirigía su clamor a ellos es que se creían muy importantes. Si la mujer hubiese dado voces tras ellos, sus miradas sombrías la hubieran hecho detenerse pronto. Pero ella no cometió tal error. “¡Oh no!” parecía decir, “no es a ustedes a quien yo clamo, pues ni Pedro, ni Santiago, ni Juan pueden darme la ayuda que necesito.”
C.H. Spurgeon
Entonces ella vino y se postro ante Él, diciendo: “¡Señor ayúdame!” (Mateo 15:25).
Nuestro texto relata un caso de verdadera angustia y nos muestra la oración de una mujer en agonía. Quiero hablar especialmente sobre la oración de esta mujer.
Primero, ADMIREMOS LA IMPORTUNIDAD DE ESTA MUJER.
Me atrevo a decir, aunque estoy hablando a una congregación numerosa, que nadie entre nosotros ha experimentado un rechazo o dificultad similares a las de esta mujer. Puede haber más de alguno que tenga derecho a levantarse y decir, “¡Ah, Señor! Usted no conoce mi experiencia; mi llegada a Cristo fue muy difícil.” Ciertamente no conozco tu experiencia mi querido amigo, pero sí estoy seguro que tu experiencia no es comparable a la de esta mujer, porque en su venida a Cristo ella tuvo que superar dificultades más grandes que las que tú puedas imaginar, aunque estés a punto de desesperar por los obstáculos en tu camino. Esta pobre mujer tuvo que superar tres dificultades especiales.
Arthur Pink
El amor es la reina de las virtudes del cristiano. Es una santa disposición que se nos da cuando Dios nos concede un nuevo nacimiento. Es el amor de Dios derramado en nuestro corazón por el Espíritu Santo. El verdadero amor espiritual se caracteriza por la humildad y la bondad, aun siendo inmensamente superior a todas las cortesías y bondades de la carne.
Albert Mohler
El debate sobre el aborto se reduce a una cuestión fundamental: el estatus moral del niño que no ha nacido. Quienes argumentan a favor de la legalización del aborto alegan que el feto, que se está desarrollando, carece de estatus moral que pudiera prevalecer sobre el deseo de la mujer de abortar a la criatura. Los que se pronuncian en contra del aborto lo hacen esgrimiendo la afirmación contraria: el niño no nacido es un ser humano en desarrollo y posee un estatus moral por el simple hecho de su existencia humana; esto debería bastar para vencer cualquier base lógica que se pueda ofrecer para su destrucción voluntaria.
Esta cuestión principal se suele ver oscurecida en los argumentos públicos y también en las conversaciones privadas que se sostienen acerca del aborto, pero sigue constituyendo el asunto esencial. Contamos con leyes en contra del homicidio y, si se reconoce legal y moralmente que el niño nonato es un ser humano, sería justo considerar que el aborto es un asesinato.
Albert Mohler
¿Es el bebé no nacido “una vida que vale la pena sacrificar”? La sola pregunta resulta horripilante, pero el argumento es más que real. En un reciente artículo, Mary Elizabeth Williams de Salon.com admitió lo que el movimiento pro-vida ha venido sosteniendo durante todo el tiempo: que desde el momento de la concepción, el niño no nacido es innegablemente una vida humana. A pesar de todo, Williams argumenta que esta vida humana no nacida debe concluir si una mujer desea el aborto. El niño es una vida, pero, según su grotesca opinión, “una vida que vale la pena sacrificar”.