Albert N. Martin
Transcurre el mes de abril del año 1521 d.C. Un joven monje de la orden monacal de los agustinos ha sido convocado a comparecer ante un augusto grupo de hombres que incluye desde el emperador hasta lores y duques del ámbito político, obispos, arzobispos y prelados de la Iglesia de Roma.
Un oficial se pone en pie. Señalando hacia una pila de unos veinte libros y una colección de panfletos, le formula dos preguntas vitales: ¿Es usted el autor de estas obras? ¿Está dispuesto a retractarse de su contenido?
El joven monje se levanta y responde afirmativamente a la primera pregunta.
Albert Mohler
Una carta reciente a la columnista Carolyn Hax, del periódico The Washington Post, parecía bastante sencilla y directa. «Soy ama de casa y madre de cuatro hijos. He intentado educar a mi familia bajo los mismos valores cristianos firmes con los que yo crecí —escribía la mujer—. Por tanto, me desconcertó cuando mi hija mayor, Emily, anunció de repente que había dejado de creer en Dios y que había decidido “salir del armario” y declararse atea».
C.H. Spurgeon
Los predicadores negros suelen tener una gran sagacidad y sentido común. No solo señalan la verdad sino que la lanzan como si fuese un dardo. De esta forma, una vez dentro, se quedará bien adherida.
Uno de ellos predicaba una vez con mucho entusiasmo sobre las distintas formas en las que los hombres pierden su alma. Bajo el título de observación, dijo que los hombres pierden a menudo su alma por exceso de generosidad.
J.G. Vos
PREGUNTA: Si los pecados de una persona —pasados, presentes y futuros— han sido perdonados cuando ella ha sido justificada, entonces ¿por qué debería un cristiano confesar su pecado a diario y orar pidiendo perdón, a lo largo de toda su vida?
RESPUESTA: Este problema ha dejado perplejos a muchos cristianos. La clave para su solución radica en la distinción que se debe hacer entre justificación y adopción. Aunque ambas son simultáneas e inseparables, se trata de dos actos distintos de Dios e implican dos relaciones diferentes entre el creyente y Dios.
James W. Alexander
Una carta a mi querido hermano:
Hay muchas cosas a las cuales es correcto que atiendas, pero hay una sola cosa que tiene importancia por encima de todas las demás: la salvación de tu alma. Aprender es bueno, pero si obtuvieras todo el aprendizaje posible, solamente te haría desgraciado si fueras echado al Infierno. Y así es con todo lo demás. Si, mediante la bendición de Dios, finalmente vas al Cielo, te irá infinitamente bien aun si has sido pobre y despreciado, miserable e ignorante.
Sabes que no deseo que descuides tu aprendizaje, pero tengo mucho más temor a que descuides las cosas eternas. Este es el verdadero aprendizaje; esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado1. Eso es lo que la Biblia llama sabiduría. Puede que un hombre sea un erudito en las cosas terrenales y, sin embargo, muy necio. ¿Qué puede ser más necio que regalar el gozo eterno para obtener unos cuantos años de placer? Eso es lo que hacen muchos hombres sabios según el mundo. El temor del Señor es el principio de la sabiduría2. Un niño a quien se le enseña sobre Dios sabe más de las cosas divinas de lo que sabía Sócrates.