J.C. Ryle
¿Tenemos idea de lo que es estar listos para la Segunda Venida de Cristo? Que Él vendrá por segunda vez es tan cierto como todo el resto de la Biblia. El mundo aún no le ha visto por última vez. Tan cierto como que se fue de forma visible y en cuerpo en el monte de los olivos ante los ojos de sus discípulos es que volverá “sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria” (Mateo 24:30; cf. Hechos 1:11). Vendrá a resucitar a los muertos, a transformar a los vivos, a galardonar a sus santos, a castigar a los impíos, a renovar la Tierra y a quitar la maldición, a purificar el mundo como purificó el Templo y a establecer un reino donde el pecado no tenga lugar y la santidad sea la regla universal.
J.C. Ryle
“Después de algunos días Pablo dijo a Bernabé: Volvamos y visitemos a los hermanos en todas las ciudades donde hemos proclamado la palabra del Señor, para ver cómo están” (Hechos 15:36).
El texto que encabeza esta página contiene una propuesta que el apóstol Pablo hizo a Bernabé después de su primer viaje misionero. Le propuso volver a visitar las iglesias que se habían fundado por medio suyo para ver cómo les iba. ¿Permanecían sus miembros firmes en la fe? ¿Crecían en la gracia? ¿Avanzaban, o estaban estancados? ¿Prosperaban, o caían? “Volvamos y visitemos a los hermanos […], para ver cómo están”.
J.C. Ryle
“[Los hombres] debían orar en todo tiempo” (Lucas 18:1).
“Quiero que en todo lugar los hombres oren” (1 Timoteo 2:8).
La oración es la cuestión más importante de la religión práctica. Todo lo demás es secundario comparado con ella. Leer la Biblia, guardar el día de reposo, oír sermones, asistir a la adoración pública, acudir a la Mesa del Señor: todas estas cosas son de mucho peso. Pero ninguna de ellas tiene tanta importancia como la oración privada.
En este capítulo me propongo ofrecer siete simples motivos para explicar por qué empleo un lenguaje tan enérgico para referirme a la oración. Hacia estos motivos reclamo la atención de todo hombre racional en cuyas manos pueda caer este libro. Me atrevo a asegurar con confianza que estas razones merecen la seria
James W. Beeke
Lectura sugerida: Job 11:7-12
Imagine a una niña de tres años que mira con ojos ávidos un envase de bolitas venenosas para las ratas. Su padre le dijo que no las tocara porque son malas. «Te harán daño», le advirtió. ¿Debería confiar en su padre? No lo entiende y, para ella, aquello que le está diciendo no tiene sentido. Piensa que cualquiera se daría cuenta de que esas bolitas son caramelos, ¡y estos son buenos!
D. Scott Meadows
La ética cristiana (amor santo) se puede describir como lo hace Pedro aquí (3.8-9a), y Pablo (Ro. 12:9-21), y David (Sal. 34:12-16, citado por Pedro): 1) guarda tu lengua del mal y tus labios de hablar engaño; 2) apártate del mal y haz el bien; 3) busca la paz y síguela. Esto explica lo que David define como «el temor del Señor» (cf. Sal. 34:11). La verdadera religión es el fundamento del amor de verdad. La adoración auténtica alimenta el amor. La salvación precede a la santificación. Uno no puede convertirse en cristiano por amar a las personas; ha de venir tal como es —a saber, una persona aborrecible (cf. Tit. 3:3)— a Cristo —como lo que es—, y Él cambiará ese corazón y su proceder. Nunca nos parecemos tanto al Señor como cuando amamos con misericordia a nuestros enemigos. Los motivos son tres: