La prioridad de pastorear el rebaño del Señor Parte II
Tras haber descrito el ministerio de pastoreo de Cristo, en tercer lugar veremos cómo se debe dar continuidad a este ministerio de Cristo, hoy día, en el ministerio pastoral.
El ministerio de pastoreo de Jesucristo tiene su continuación, ahora, por medio de aquellos que Él da a la Iglesia, tras haberles dotado del Espíritu Santo y haberles capacitado para que sean pastores según su propio corazón; para que alimenten al rebaño con sabiduría y entendimiento.
En el libro de Efesios, capítulo cuatro y versículo once, Pablo nos dice de dónde proceden esos pastores. Aquél, que es Jesucristo resucitado y exaltado, dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros. Cristo, que es exaltado, concede dones a su Iglesia y, entre ellos, se encuentran esos hombres que son pastores, alimentadores y que son también maestros en el ministerio de la Palabra.
¿Por qué hace esto Cristo? En Mateo capítulo nueve, empezando a leer desde el versículo treinta y seis, vemos: “Y viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor”. ¿Por qué les da pastores? Por la compasión que Él siente por sus ovejas. No quiere que su pueblo se vea afligido. No quiere que sean como aquellos que no tienen protección, que no tienen alimento, que no reciben dirección de su Palabra; así pues, por compasión, Él da a su pueblo pastores según su propio corazón, para que cuiden de su rebaño y le transmitan su Palabra, su reinado, su amor, su piedad. De este modo, el ministerio del pastoreo debe continuarse a través del ministerio de la Palabra de Dios, por medio de aquellos hombres que han sido dados a la Iglesia como pastores.
Esto es lo que encontramos al final del Evangelio de Juan, cuando Jesús está tratando con Pedro, exhortándole en su ministerio de pastoreo.
En Juan veintiuno, leyendo desde el versículo quince, encontramos:
Entonces, cuando habían acabado de desayunar, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?
Pedro le dijo: Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo: Apacienta mis corderos.
Y volvió a decirle por segunda vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Pedro le dijo: Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo: Pastorea mis ovejas.
Le dijo por tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
Pedro se entristeció porque la tercera vez le dijo: ¿Me quieres? Y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas”.
Cristo encarga a Pedro que ministre la Palabra a su rebaño; le pide que lo pastoree como demostración del amor que siente por Jesús y como comunicador de ese amor que Jesús tiene por sus ovejas. Luego, Pedro, en su primera epístola capítulo cinco, escribe como un anciano más entre los demás; como alguien que tiene la responsabilidad del liderazgo entre el pueblo de Dios:
“Por tanto, a los ancianos entre vosotros, exhorto yo, anciano como ellos y testigo de los padecimientos de Cristo, y también participante de la gloria que ha de ser revelada: pastoread el rebaño de Dios entre vosotros, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo; tampoco como teniendo señorío sobre los que os han sido confiados, sino demostrando ser ejemplos del rebaño”.
Pastoread el rebaño de Dios. Pedro, quien recibió el encargo: “Apacienta mis corderos y pastorea mis ovejas”, ahora, en su calidad de anciano entre los demás; como alguien que viene a ministrar la Palabra al pueblo de Dios, nos dice a nosotros, ancianos, que somos los que ahora tenemos que pastorear el rebaño de Dios. En su soberanía, Dios os ha colocado entre el grupo de sus ovejas. Tenéis que ejercer vuestra mayordomía en pastorearlas y dar continuación al ministerio de pastoreo de Cristo, que fue encomendado a los Apóstoles, y que se corrobora en la Palabra de Dios; este recibe su continuidad a medida que la Palabra de Dios se va ministrando a las ovejas por medio de aquellos que han sido apartados para el ministerio pastoral.
Centrémonos ahora en este asunto de la provisión; el pastor que alimenta a las ovejas. En el Salmo veintitrés podemos decir que lo que representan esos verdes pastos, a los que se lleva a las ovejas para que se alimenten, es la Biblia. El Pastor dirige a las ovejas a esos pastos y hace que se alimenten de la Palabra de Dios, de manera que sus almas se nutran de las Escrituras. Por tanto, debemos entender que las ovejas se alimentan cuando se les enseña el contenido de su Biblia, cuando se les da la Palabra de Dios. Volvemos de nuevo al libro de los Hechos, capítulo veinte. Ahora vemos el hincapié que se hace en el versículo que leímos con anterioridad, el veintiocho: el Espíritu Santo nos ha colocado sobre el rebaño; nos ha hecho supervisores para que pastoreemos la Iglesia de Dios.
Debemos alimentar al rebaño. Tenemos que pastorear la Iglesia. ¿Qué es lo que esto implica? Cuando nos fijamos en el contexto, vemos el hincapié que se hace sobre la predicación y sobre el ministerio de la enseñanza de la Palabra.
En el versículo veinte: “No rehuí declarar a vosotros nada que fuera útil, y de enseñaros públicamente y de casa en casa”.
Versículo veintiuno: “Testificando solemnemente, tanto a judíos como a griegos, del arrepentimiento para con Dios y de la fe en nuestro Señor Jesucristo”.
Versículo veinticuatro: “[…] a fin de poder terminar mi carrera […] para dar testimonio solemnemente del evangelio de la gracia de Dios”.
Versículo veintisiete: “Pues no rehuí declarar a vosotros todo el propósito de Dios”.
Versículo treinta y dos: “Ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que es poderosa para edificaros y daros la herencia entre todos los santificados”.
El ejemplo de Pablo entre los ancianos de efesios es un modelo de cómo alimentar, cómo pastorear por medio de cosas como: enseñar, predicar, declarar, testificar y encomendar a los hombres de Dios a la Palabra de Dios. De este modo vemos que, alimentar a las ovejas es ciertamente ministrar la Palabra de Dios, principalmente desde el púlpito; ser un mayordomo de la verdad y alimentar al rebaño de forma pública, desde el púlpito; pero, de la misma forma, ese mismo ministerio se extiende de casa en casa: debemos alimentar a nuestra gente con la Palabra de Dios, de manera privada y personal. Les damos la Biblia cuando estamos delante de ellos, predicando; asimismo, cuando nos encontramos sentados, con ellos, alrededor de la mesa de su cocina, aconsejándoles, también les estamos dando la Palabra de Dios.
Proverbios diez, veintiuno dice: “Los labios del justo apacientan a muchos, pero los necios mueren por falta de entendimiento”.
Así pues, tenemos que ocuparnos de la alimentación del rebaño de Dios, pero luego, también debemos considerar ese aspecto del pastoreo que implica el proteger a las ovejas. Aquí, una vez más, nuestras biblias se abren en el libro de los Hechos, capítulo veinte, y leemos desde el versículo veintiocho: “Tened cuidado de vosotros”, proteged:
“Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios, la cual Él compró con su propia sangre. Sé que después de mi partida, vendrán lobos feroces entre vosotros que no perdonarán al rebaño, y que de entre vosotros mismos se levantarán algunos hablando cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras ellos. Por tanto, estad alerta, recordando que por tres años, de noche y de día, no cesé de amonestar a cada uno con lágrimas”.
Aquí, Pablo destaca la responsabilidad de los pastores de guardar y proteger. En primer lugar dice: “tened cuidado de vosotros. Protegeos a vosotros mismos”. El año pasado, esta fue la primera prioridad de la serie, en dos partes, que impartimos sobre la prioridad del pastor. Guarda tu propio corazón; guarda tu propia vida espiritual porque si el pastor no está tomando su lugar, las ovejas se encontrarán en problemas. Si el pastor no se encuentra en buena salud, las ovejas no estarán bien atendidas; así es que el pastor debe cuidar de su propia alma y esto redundará en beneficio de su gente. Mantén tu dedo señalando Hechos veinte, pero pasa también a primera de Timoteo cuatro y verás cómo se recalca esta verdad en 1 Ti. 4, versículo 16: “Ten cuidado de ti mismo”. Guárdate a ti mismo, vigílate, protégete “y de la enseñanza; persevera en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan”, aquellos a los que alimentas.
Protegerte a ti mismo es crucial si quieres ser un fiel pastor, para que puedas proteger y cuidar al rebaño de Dios; pero Pablo dice en Hechos veinte, versículo veintiocho: “Tened cuidado de vosotros y de toda la grey” y, en particular, estad alertas contra la amenaza que representan los falsos maestros y las falsas enseñanzas.
En Tito, capítulo uno, después de describir las cualificaciones del hombre de Dios, Pablo también explica la responsabilidad y el deber que tiene esta persona. En el capítulo uno de Tito, versículo nueve, leemos que tiene que ser alguien capaz de retener la palabra fiel que es conforme a la enseñanza. ¿Por qué? Para que sea también capaz de exhortar con sana doctrina y refutar a los que la contradicen; para que pueda guardar al rebaño y protegerlo de aquellos que pudieran venir en medio de ellos, desde el exterior, o de los que se levantaran desde dentro del propio grupo y que enseñaran algo que no estuviera de acuerdo con la sana doctrina.
“Tu vara y tu callado me infunden aliento” dice David. Cuando veo el cayado… Es esa herramienta de pastor que se utiliza para traer a las ovejas de vuelta a la fila y poder guiarlas mientras él camina junto a ellas; sin embargo, cuando las ovejas ven al pastor sacar el cayado, ya saben que hay un lobo cerca que está a punto de que le aporreen la cabeza, porque esa vara es un arma de guerra que el pastor utiliza para repeler cualquier amenaza que pueda aparecer. Esta es la responsabilidad del pastor: que guíe y dirija con su báculo; pero también tendrá que tomar el cayado para proteger al rebaño de cualquier intruso que pudiera venir e intentar alimentarlo con cualquier otra cosa que no sean las sanas palabras, la sana doctrina.
¿Sabéis? El pastor siente la compasión de Cristo por sus ovejas. Este es el motivo por el cual es dado al rebaño, porque es una expresión de la compasión de Cristo. Siente preocupación por las ovejas. No es un mero orador público. No se limita a ser un simple orador que aparece y descarga su sermón sobre la gente y luego se va sin importarle si ellos lo han entendido o no; si lo han aceptado o no; si lo están aplicando y viviendo en sus vidas.
No es un simple cuidador profesional. Si no fuera más que esto, volveríamos al capítulo diez de Juan y entenderíamos lo que es un asalariado. No es un pastor; es una mera mano de obra arrendada. Leed de nuevo desde el versículo once del capítulo diez de Juan:
“Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el que es un asalariado y no un pastor, que no es el dueño de las ovejas, ve venir al lobo, y abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. El huye porque solo trabaja por el pago y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas y las mías me conocen, de igual manera que el Padre me conoce y yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas”.
Yo pongo mi vida por las ovejas. Veis, en el versículo once, Jesús dice que el Buen Pastor entrega su vida y termina diciendo, de nuevo en el versículo quince, “doy mi vida”.
El pastor, que lo es según el corazón de Cristo, está dispuesto a sacrificarse en beneficio de las ovejas para que estas puedan estar protegidas y, de ese modo, estar a salvo. Ahora bien; Jesús dice del hombre que no hace esto que: “no es un pastor. Que es un asalariado. Es una mano de obra arrendada”.
Esto quiere decir que, la mano de obra arrendada, puede hacer la labor de alimentar al rebaño. Puede darles de comer; pero cuando ve venir a un lobo, cuando ve llegar el peligro, cuando ve que surgen los problemas, su primera y principal preocupación es por él mismo. Si hay peligro, si hay dificultades, si hay problemas, el asalariado piensa primero en sí mismo, y deja y permite que las ovejas queden desprotegidas y sin protección. El lobo viene y empieza a causar estragos y dispersa al rebaño, y Jesús nos dice por qué este hombre actúa de esta forma. En un día de paz, en un día de tranquilidad, él alimenta a las ovejas, cumple con esa tarea, pero cuando llega el momento de la prueba y llega la aflicción, su corazón queda al descubierto. Puede predicar un sermón, claro está, pero cuando surgen los problemas, él está pensando en sí mismo y no siente un amor verdadero; no tiene un corazón que se preocupe verdaderamente por el pueblo de Dios. No se queda; no lucha; no defiende ni protege a las ovejas; en lugar de ello, las deja y permite que se les haga daño. ¿Por qué? Jesús dice que esto es porque, versículo trece, no se preocupa por las ovejas. Solo se preocupa de sí mismo.
Este es uno de los retos a los que nos enfrentamos hoy en el ministerio, a causa de las comunicaciones, por culpa del internet. Podemos ir y descargar a nuestros predicadores favoritos y escucharles. Ya sabéis, cinco o seis de las voces principales que son tan populares en nuestro tiempo; hombres que dicen muy buenas cosas y nuestras ovejas pueden sentirse atraídas por esas voces famosas y se sentarán en el banco y te mirarán diciéndote: “¿Cómo es que no predica usted esto y lo otro? ¿Por qué no habla usted acerca de esto?” ¿Comprendéis? Ellos tienen la sensación de que, todo lo que necesitan es a alguien que les predique un sermón y se pierden el hecho de que Jesús les haya dado pastores. El pastor es alguien que se preocupa por ellos; no es solo una voz en el audífono de un ipod, sino que es una persona que les mira a los ojos; pone sus manos sobre ellos; está involucrado en sus vidas; ora por ellos; se preocupa por ellos; vive entre ellos y se derrama a sí mismo por ellos.
El tema es que, a causa de esas grandes personalidades de la comunicación, las personas pueden proyectar a veces sus expectativas y que estas queden muy lejos de la realidad; no sean bíblicas; y que necesiten recibir los medios de gracia. Además, el ministerio del pastoreo es un medio vital de gracia. Esta es una declaración fidedigna, digna de ser totalmente aceptada; si alguien desea la obra de supervisor, la tarea que desea hacer es una buena obra.
Este es un aspecto necesario del cuidado de Cristo por su pueblo; no se trata de una personalidad de las comunicaciones; no es la voz que sale de un ipod, o de una pantalla, sino que es un medio terrenal, una vasija de barro, un pecador como los demás que está trabajando por su salvación junto con su ministerio al pueblo de Dios. Esta es la realidad del pastoreo. El pastor está preocupado por las ovejas. Tiene un conocimiento íntimo de las ovejas y estás tienen la responsabilidad de conocerle. Su vida tiene que estar tejida de una forma que refleje la relación del Padre con el Hijo: tiene que haber un amor; tiene que haber un conocimiento; una preocupación, un compromiso. Sin ese corazón, sin esa preocupación, el hombre no será más que un asalariado, y esto nos lleva ahora a este otro aspecto del pastoreo: al de presidir sobre, al de cuidar, al de dirigir.
Un pastor debe proporcionar alimento, proteger contra las falsas doctrinas y, después, guiar también, cuidar y ministrar en beneficio de las ovejas. En primera de Timoteo, capítulo tres, cuando Pablo describe las cualificaciones del pastor, utiliza una palabra que resulta muy interesante.
En primera de Timoteo, capítulo tres, versículo cinco: “Si un hombre no sabe cómo gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios?”
La Iglesia debería ser capaz de ver qué tipo de beneficio se derivará del liderazgo de ese hombre y qué tipo de provecho les reportará, solo con mirar a su esposa, a sus hijos. Así podrán ver que ese mismo será el impacto de su liderazgo espiritual porque ese es el resultado de vivir bajo su gobierno y su dirección. De muchas formas, hermanos, vuestra esposa es el mejor testimonio que puede cualificaros para el ministerio porque el pueblo de Dios podrá mirarla y decir, si ella prospera: bien, esto es lo que ocurre con las personas que se hallan bajo el liderazgo de este hombre, bajo su cuidado y su preocupación. Si sus hijos son dóciles y manejables, de forma que sean decentes y ordenados, que se merezcan una respetabilidad hacia ellos, entonces será el efecto del liderazgo de este hombre sobre las personas; ¿lo entendéis? Pablo dice que podéis fijaros en eso para contestar a la pregunta de ¿cómo cuidará ese hombre a la Iglesia?
Ahora bien, el único otro lugar donde se utiliza esta palabra es en Lucas diez, treinta y cinco, cuando se describe al buen samaritano que cuidó al hombre al que le habían robado y habían golpeado, dejándolo abandonado. Esto quiere decir que cuidar al rebaño requiere que se hagan cosas que, a menudo, nos resultan incómodas; que tenemos que salirnos de nuestro camino para cuidar, proteger, guiar y dirigir al pueblo de Dios.
En Lucas capítulo quince esto implica la responsabilidad de buscar a una oveja que esté deambulando, que esté vagando, que se encuentre indefensa y en posible peligro. En Lucas quince leemos, desde el versículo tres:
“Entonces Él les refirió esta parábola, diciendo: ¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas y una de ellas se pierde, no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la que está perdida hasta que la halla? Al encontrarla, la pone sobre sus hombros, gozoso; y cuando llega a su casa, reúne a los amigos y a los vecinos, diciéndoles: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado mi oveja que se había perdido’. Os digo que de la misma manera, habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento”.
Esta es la descripción del pastoreo, que era un conocimiento común para el pueblo en el tiempo de Jesús. El pastor se da cuenta de que una de sus ovejas anda perdida y deambulando. Se asegura de dejar a las noventa y nueve a buen recaudo, que estén alimentadas, que estén protegidas, que estén a salvo y luego se toma la molestia de ir tras esa oveja para poder recuperarla. Es la imagen de un ministro que busca cómo traer de vuelta a una oveja desobediente, equivocada, que la llama al arrepentimiento para poder traerla de vuelta al redil, al orden; busca a la enferma, a la indisciplinada para poder restaurarla.
En Ezequiel capítulo treinta y cuatro, tenemos un pasaje del Antiguo Testamento, que critica duramente a los pastores de aquel tiempo; desde el versículo uno y hasta el seis leemos:
“Y vino a mí la palabra del Señor, diciendo: Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel; profetiza y di a los pastores: ‘Así dice el Señor Dios: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores apacentar el rebaño? Coméis la grosura, os habéis vestido con la lana, degolláis a la oveja engordada, pero no apacentáis al rebaño. Las débiles no habéis fortalecido, la enferma no habéis curado, la perniquebrada no habéis vendado, la descarriada no habéis hecho volver, la perdida no habéis buscado; sino que las habéis dominado con dureza y con severidad. Y han sido dispersadas por falta de pastor, y se han convertido en alimento para toda fiera del campo; se han dispersado. Mis ovejas andaban errantes por todos los montes y por todo collado alto; mis ovejas han sido dispersadas por toda la faz de la tierra, sin haber quien las busque ni pregunte por ellas”.
El pastor es recriminado porque las ovejas no están bien cuidadas y Dios mira a sus ovejas y dice: “Las veo merodeando sin protección alguna. Veo a algunas que están enfermas y nadie las alimenta. Las veo flacas y cojas, y no reciben alimento; y miro a los pastores y veo que se están dando atracones, procurando su propia comodidad y descuidando a las ovejas, mientras van en busca de su propio bienestar”. Cuidar a las ovejas significa que tendremos que sufrir molestias.
Somos responsables ante Cristo por la condición en la que se encuentre su rebaño y me gustaría pensar que, mientras digo estas cosas, vuestros pensamientos estén yendo hacia vuestra gente y que la tengáis en mente. Podría ser que, mientras hablamos, algo esté presionando vuestra conciencia: necesito hacer una llamada; tengo que hacer una visita; debo hacer el seguimiento de una preocupación.
Reservados todos los derechos.