Guillermo Farel: El evangelista de la reforma en Suiza
Michael Boland
Nuestra historia comienza a la mitad de la vida de Guillermo Farel en 1536. El lugar es la ciudad de Lausana, en la orilla norte del lago de Ginebra, y la ocasión es un debate teológico para decidir la lealtad religiosa de la ciudad. Otros debates han tenido lugar durante la Reforma en Suiza que han sido de por sí más importantes que el que nos ocupa. Sin embargo, por razones incidentales y más personales, la reunión en Lausana ha de ser un punto decisivo en la historia del movimiento de Reforma.
Hay dos hombres presentes en el bando reformado que están destinados a ser famosos en los anales de la historia de la Iglesia. Uno de ellos es ya una figura de renombre internacional y ha de ser el principal orador en este debate. Se le distingue, aparte de cualquier otra cosa, por su cabello y barba pelirrojos, y es nativo de Francia. Su compañero es un joven pálido casi desconocido para los presentes; es también francés y acaba de huir recientemente de su país nativo debido a su fe protestante. Toma poca parte activa en el Debate de Lausana. Sin embargo, es por este tiempo cuando ha de pasarse la antorcha. Durante muchos años, Guillermo Farel ha sido el reformador por excelencia en la Suiza occidental; ahora su joven colega Juan Calvino no sólo está a punto de tomar de Farel el liderazgo del movimiento de Reforma en esta región, sino que ha de llegar a ser la influencia más formativa en la historia del protestantismo. El nombre y la fama de Farel serán eclipsados por los de Calvino. Por esta sola razón es necesario reexaminar la vida y obra de un hombre que fue grande por derecho propio en todos los sentidos y que, con la excepción de Calvino, se mantuvo como un gigante espiritual por encima de sus amigos y compañeros.
Nacimiento y educación
Farel nació en 1489 en Gap, al sureste de Francia, a unos 160 kms. de la costa mediterránea. La ciudad estaba situada en el valle de uno de los afluentes del gran río Ródano. Puede parecer sorprendente que posteriormente se encaminara a Suiza y estableciese allí su hogar. Sin embargo, en términos geográficos, las barreras políticas entre Francia y la Confederación Helvética se consideran superficiales. En Gap, Farel se crió a la sombra de los Alpes. Si seguimos esta misma cordillera y recorremos el curso del Ródano, nos encontraremos en la misma región que constituyó el escenario del ministerio del reformador.
La educación que recibió el joven Farel en su nativo Gap no fue de un grado muy alto: o quizá su propio progreso no fue rápido. En cualquier caso, cuando en 1509 ingresó en la Sorbona en París, a los veinte años comenzó un curso que los otros estudiantes seguían a los catorce o quince años. Además, al ingresar en la Sorbona tuvo que vencer con dificultad la intención de sus padres de que ingresara en el ejército o en el sacerdocio. Su motivo para rechazar la vocación clerical es interesante: “No me consideraba digno de cantarla (la misa)”, dijo posteriormente.
Jacques Lefévre y la conversión de Farel
Es a la erudición a lo que el joven Farel deseaba dedicarse, y en París llegó a ser un estudiante en la más famosa universidad de Europa, en la facultad de Letras. Allí pasó ocho años y estuvo bajo la influencia del gran erudito del Renacimiento francés Jacques Lefévre (1455-1536). Lefévre era un humanista, y un reformador de las letras más bien que de la religión. Pero si bien era un gran erudito clásico, era también un estudiante de las Escrituras; en 1522 publicó una traducción al francés del Nuevo Testamento de la Vulgata. Su comentario sobre los Salmos fue utilizado y apreciado por el reformador alemán Lutero. Ciertamente, Lefévre se adelantó a Lutero en afirmar que la Escritura debe ser mantenida como la fuente y regla del cristianismo, y siguió este principio afirmando: “Es Dios quien nos da, por fe, esa justicia que, por la sola gracia, justifica”. Las ideas y actividades de Lefévre le pusieron bajo la crítica de las autoridades de aquella Iglesia a la que deseaba permanecer fiel. Al igual que el más internacionalmente famoso Erasmo, sus estudios le convencieron de que la Iglesia de su tiempo se había apartado del cristianismo primitivo del Nuevo Testamento. El también esperaba que fuese reformada desde adentro.
Los ataques de los teólogos papales contra Lefévre fueron los principales instrumentos para apartar a Guillermo Farel de la Iglesia Católica. De niño, se había unido a la devoción familiar que se expresaba en la asistencia a la misa y a las peregrinaciones a los santuarios de la zona. Al hacerse mayor, Guillermo mostró en relación a la fe romana aquella ardiente lealtad y celo que posteriormente prestó tales servicios a la causa de la Reforma. Como estudiante en París, fue al principio discípulo y luego amigo íntimo de Lefévre. La relación exacta del maestro de Farel con el movimiento posterior de Reforma es algo problemático. Se dice de su compañero humanista Erasmo que puso el huevo que Lutero empolló. Lo mismo es cierto, aunque quizá en menor grado, de Lefévre. Ciertamente, la Reforma en Francia le debió mucho. Una vez Lefévre le dijo a Farel que Dios renovaría el mundo y que él, Farel, viviría para verlo. Sin embargo, él mismo era reacio a romper con la Iglesia Romana. Al contrario que Erasmo, sin embargo, no se volvió contra el movimiento de Reforma, pues, al contrario también que Erasmo, parece haber simpatizado plenamente en cuanto a doctrina con los reformadores. “Su historia”, escribió Thomas M’Crie, “nos proporciona un notable ejemplo del uso que hace la providencia de personas parcialmente iluminadas para llevar a cabo sus importantes designios que, humanamente hablando, hubieran sido frustrados por aquellos que, con mayor inteligencia, actuasen escrupulosamente conforme a la luz”.
Ciertamente, Farel reconoció tener una considerable deuda con su maestro, que, al menos parcialmente, fue un instrumento para liberarle de la esclavitud del romanismo. El reformador dice de sí mismo, antes de su conversión: “El papado no era tan papal como lo era mi corazón”. La iluminación y la libertad del alma fueron suyas al entender la autoridad de la Escritura y la doctrina de la justificación por la fe, dos grandes temas de Lefévre. Es extremadamente difícil fijar una fecha para este punto decisivo en la vida de Farel. Doumergue, el gran biógrafo de Calvino, sugiere 1519 ó 1520: puede haber sido antes inclusive. No hay duda, sin embargo, que experimentó una larga y penosa crisis antes de alcanzar un conocimiento experimental de la verdad que la salvación es por gracia, por medio de la fe. Así, en 1521, cuando emprendió su carrera como reformador, aparentemente estaba aún, en armonía con el ideal de Lefévre, esperando trabajar dentro de la estructura de la Iglesia papal institucional. Pero pronto habría de descubrir y entender, con aquella clara comprensión que fue una de sus grandes virtudes, que esta lealtad a las formas e instituciones tradicionales era incompatible con su lealtad a la Escritura, al Evangelio y a la causa de la Reforma.
Farel y la reforma francesa
La Reforma en Francia no fue una importación extranjera de Alemania, sino un desarrollo autóctono. Además fue durante muchos años un movimiento poderoso y floreciente. Ciertamente, hubo un tiempo en que existió verdaderamente la posibilidad de que Francia llegase a ser un país protestante. Hoy en día esto está casi olvidado debido al éxito de los despiadados esfuerzos de varios gobernantes franceses para eliminar el protestantismo del país. Uno de los primeros centros del movimiento de Reforma en Francia fue Meaux, cerca de París. Bajo la inspiración de Lefévre, el obispo de Meaux, Guillermo Briconnet, buscó instituir una reforma en su diócesis. Con este fin, llamó para que le ayudaran a varios jóvenes predicadores, entre los que se encontraba Farel. Este grupo de reformadores gozó del patrocinio de la hermana del rey de Francia, Margarita de Angulema, pero, aun así, suscitó considerable oposición.
En 1523, Farel predicó en Meaux contra la adoración de la Virgen y los santos, y Briconnet le retiró la licencia para predicar. Esto puso fin a su breve carrera como reformador dentro de la Iglesia Romana.
Al partir de Meaux, Farel hizo su primer viaje a Suiza, a la ciudad de Basilea, la residencia del gran humanista Erasmo. Aquí también encontró al anterior colaborador de Erasmo, Juan Ecolampadio, quien habría de ser el principal instrumento de la Reforma de Basilea, Ecolampadio y Farel se hicieron buenos amigos, recibiendo el primero en su casa al refugiado francés. Durante este período, Farel visitó Zürich y conoció al principal reformador suizo de aquel tiempo, Ulrico Zuinglio. Con Erasmo, sin embargo, su relación no era tan cordial. Se dice que Farel comparó al gran erudito con Balaam, debido a que alquiló sus servicios a los enemigos del pueblo de Dios. En parte como consecuencia, en 1524, mediante la intervención de Erasmo, el francés fue expulsado de Basilea.
Hasta entonces, Farel no había ejercido un ministerio regular. Ahora fue invitado (bajo el patrocino del duque de Wurtemberg, que había sido recientemente convertido a la fe protestante) a trabajar en Montbéliard, a unos kilómetros al oeste de Basilea. El modelo de su ministerio y experiencias en Montbéliard había de repetirse muchas veces en su carrera. Una crisis se desencadenó debido a una característica reacción impetuosa del reformador, lo correcto de la cual el mismo cuestionaría posteriormente. En marzo de 1525, se organizó una procesión en honor de S. Antonio, con los sacerdotes llevando la imagen del santo. Para su sorpresa, al cruzar el puente, el predicador de barba roja se puso en pie ante ellos, arrebató la imagen de sus hombros y la arrojó al río. Por increíble que parezca el iconoclasta se las arregló para escapar indemne tras su violenta intervención, pero poco después se vio forzado a abandonar Montbéliard. Las puertas de otra ciudad se le cerraron: pero no antes que la simiente incorruptible hubiera sido plantada en Montbéliard, y no antes que el rumbo de su vida–que había de seguir durante otros cuarenta años–se hubiese establecido.
Farel, el reformador de la Suiza francesa
Tras su exilio de Montbéliard, Farel continuó sus viajes evangelísticos en la misma región. Su base de operaciones para los siguiente dieciocho meses fue Estrasburgo, lugar de Martín Bucero. En 1526, sin embargo–como era previsible–se decidió finalmente por los suizos. Previamente, sus visitas a Suiza habían sido a la parte del país de habla alemana.
Ahora, en 1526, fue animado por Berthol Haller, el reformador de Berna y amigo de Zuinglio, a establecerse en Aigle. Desde entonces, había de entregarse a la evangelización de “Le Pays Romand”, como se conoce a la Suiza francófona. Por el tiempo de su llamamiento a Aigle, Farel estaba aún preocupado con su nativa Francia, esperando una oportunidad para resumir su obra allí. Sus amigos, incluyendo a Lefrévre, recibieron ánimo de Margarita de Angulema, pero Farel estaba demasiado decidido en sus ideas para aceptar conformarse externamente a las ceremonias de la Iglesia Romana. Puesto que la puerta de Francia estaba cerrada y otra se abría, Guillermo Farel llegó a ser el reformador de “Le Pays Romand”.
Aigle se halla en el valle del Ródano, sólo a unos kilómetros del extremo este del lago de Ginebra. El reformador comenzó su obra allí de incógnito, practicando como maestro de escuela. Estuvo en Aigle desde 1526 a 1530, aunque durante esa tiempo visitó varias ciudades y pueblos en la Suiza occidental. En 1528, estuvo presente en el Debate de Berna, descrito por el Dr. T.M. Lindsay como “una de las (ocasiones) más trascendentales en la historia de la Reforma en Suiza”. Políticamente, Suiza estaba dividida en cantones, todos bajo el señorío nominal del emperador Carlos V. El cantón de Berna era el más poderoso en el oeste de Suiza, como lo era el Zürich en el este. Como resultado del debate público en el que hablara Zuinglio y Haller por el bando reformado y en el que Farel tuvo un papel secundario, Berna aceptó finalmente la Reforma.
Este acontecimiento habría de tener importantes consecuencias para la obra del propio Farel. Este se convirtió virtualmente en un agente acreditado del Consejo de Berna para la propagación de la fe reformada. Así, en cualquier caso, era como le consideraba el Consejo; el reformador, sin duda, se veía a sí mismo más bien como un siervo del Señor, pero estaba agradecido que sus patrocinadores le asegurasen al menos una audiencia justa. Pronto, también Aigle, adoptó formalmente la Reforma. Farel no limitó sus labores a Aigle, sino que, como acostumbraba, la utilizaba como una base para la evangelización de la región alrededor. Especialmente dignas de mención en este periodo, fueron sus visitas a Lausana y los intentos de derrocar el catolicismo romano allí.
En 1530, Farel trasladó su base a Morat, pero aparte de eso, su obra continuó sin cambios, excepto que siempre continuaba esforzándose por extender la predicación del Evangelio y la obra de la Reforma a nuevos lugares. Sus aventuras en la ciudad de Orbe merecen algo más que una referencia de paso. Aquí la predicación del Evangelio fue acompañada de disturbios. Primeramente, las mujeres “piadosas” de la ciudad, incitadas por los sacerdotes, se les hizo producir un tumulto dondequiera que Farel trataba de predicar. Sin embargo, al correr del tiempo, los predicadores evangélicos se atrevieron a celebrar la Cena del Señor conforme al rito reformado. Hizo daño, sin embargo, el excesivo celo de uno de los seguidores de Farel, Cristóbal Hollard, en romper imágenes, y el culto católico romano fue restaurado. Batallas similares tuvieron lugar en la ciudad vecina de Grandson, donde se atentó contra la vida del reformador. Pero estas cosas eran para él su “pan cotidiano”. No abandonó la obra ni se limitó a una ciudad. Albergaba en su interior el apremio divino de ir a otras ciudades para que ellas también escucharan.
A este período pertenece la primera expedición de Farel a los valles de Piedmont. Al reformador le encantaba contactar a los grupos dispersos de valdenses: protestantes anteriores a la Reforma, quienes, según se sostiene generalmente, datan del siglo XII; algunos de ellos, sin embargo, reivindicaban que sus antepasados espirituales se remontaban mucho más, aun al tiempo de los apóstoles. Habían sobrevivido a siglos de persecución cruel y violenta por parte de las autoridades católicas, que aun ahora no ha tocado a su fin. Farel pudo animarles con las noticias del movimiento de Reforma en Alemania, Francia y Suiza. También les apremió a no traicionar su herencia conformándose externamente a las ceremonias blasfemas e idolátricas de la Iglesia Romana.
A su regreso a Piedmont, el reformador visitó Ginebra, que hasta entonces no se había destacado en la historia evangélica, pero que ahora estaba destinada a convertirse en la primera ciudad de la Reforma: no sólo en Suiza, sino en el mundo entero. En cuanto a elevarla a su importancia, la obra de Calvino, sin duda, fue preeminente; pero el pionero fue Guillermo Farel.
Farel en Ginebra
La primera visita de Farel a Ginebra no fue un accidente en términos de la providencia de Dios, ni tampoco lo fue humanamente hablando. Por algún tiempo, el reformador había ambicionado a Ginebra para el Evangelio y el Señor, y había buscado la oportunidad de evangelizarla. En esta ocasión, en octubre de 1532, él y su compañero Antonio Saunier recibieron, al menos inicialmente, una cordial bienvenida. ¿No llevaban cartas de recomendación de parte del poderoso Consejo de Berna, con quien los gobernantes de Ginebra estaban ansiosos de tener buenas relaciones? Además, el hecho de que Ginebra se hallaba en los horrores de una lucha por la independencia predisponía a sus ciudadanos (algunos de ellos, al menos) a escuchar a los predicadores reformados imparcialmente. Su señor feudal, que había sido expulsado en 1527, no era otro que el obispo católico de Ginebra. De esta manera, los ginebrinos eran, al tiempo de la llegada de Farel, como la Inglaterra de Enrique VIII–católicos en lo religioso y protestantes en lo político–y, por tanto, buen terreno para la predicación de las doctrinas evangélicas de la Reforma.
Esto no significaba, sin embargo, que el éxito del Evangelio en Ginebra fuese inmediato y amplio. Aunque algunos de los principales ciudadanos de varias poblaciones visitaron a Farel y Saunier en su domicilio para oír su mensaje y algunos lo oyeron de buena gana, otros, incitados por el clero papal, les condujeron al consejo de la ciudad. En este tribunal fueron absueltos sin castigo, pero no estando satisfechos los monjes y los sacerdotes, fueron convocados ante el consejo episcopal. Este último estaba decidido a condenar a los reformadores, y la reunión concluyó con desorden cuando se atacó a los prisioneros y se presentó una moción para que se les aplicara la pena capital. Farel y sus amigos se salvaron sólo por la intervención de los magistrados presentes, y escaparon heridos. Al salir Farel de la sala, un centinela papal le apuntó y disparó con el arcabuz, pero el arma no funcionó. Fue atacado de nuevo por los sacerdotes y la multitud y golpeado. Finalmente, se intentó apuñalarle, pero eso fue frustrado una vez más por los magistrados. Tras una estancia de dos días, los reformadores fueron escoltados afuera de la ciudad y expulsados, tras haber parecido improbable, ciertamente, que hubiesen salido vivos de ella.
Así concluyó la primera visita de Farel a Ginebra. Pero tales aventuras–si desde nuestra cómoda posición podemos hablar románticamente de sus peligros–constituían un incidente bastante común en la vida del reformador. Sin embargo, como le era característico, al salir de Ginebra estaba lleno no tanto de alivio por su propia liberación como de tristeza por la falta de fruto espiritual en su visita. En seguida apremió a uno de sus jóvenes discípulos, Antonio Froment (a quien creyó correr menos peligro personal que él mismo), a ir a Ginebra y continuar con la obra allí. El joven se sentía naturalmente reacio, pero se sometió a los deseos de su mentor, comenzando como maestro, al igual que Farel mismo había hecho en Aigle. Desalentado al principio, Froment fue el instrumento para la conversión de una señora de alta cuna, Claudine Levet. Predicó públicamente y su vida estuvo en peligro. De esta manera, él también se vio forzado a dejar la ciudad.
El año 1533 comenzó con la causa del romanismo aparentemente más atrincherada que nunca en Ginebra; terminó con verdadero progreso en cuanto a su derrocamiento. Tan fuerte se sentía el partido sacerdotal que en julio de dicho año se llamó de nuevo al obispo. Sin embargo, en menos de un par de semanas había huido de nuevo. Primeramente, se llamó de nuevo a Froment y luego, en diciembre de 1533, Farel mismo reapareció en la ciudad. Deseoso de agradar al Consejo de Berna, el magistrado dio de nuevo la bienvenida al reformador. Una vez más, su estancia en Ginebra se caracterizó por muchas aventuras, notablemente un intento frustrado de envenenar a Froment, a Pedro Viret y a él mismo. Mientras tanto, la obra de Reforma avanzaba constantemente en la ciudad. Se organizó un debate para mayo de 1535, pero en el día señalado no apareció ningún católico romano para desafiar las tesis redactadas por Farel y sus colegas. El mes siguiente, tras levantamientos populares iconoclastas, el consejo consideró la abolición de la misa–símbolo de unir los colores de uno al mástil reformado–y al finalizar el año, la Reforma fue formalmente adoptada en Ginebra. Tal decisión, por supuesto, no hizo verdaderos cristianos a los habitantes de la ciudad; no significó que la Iglesia allí fuese totalmente reformada. Pero lo que ya se había logrado era considerable, y todavía, debemos recordar, Juan Calvino nunca había puesto los pies en Ginebra; bajo Dios, el reconocimiento por esta Reforma preliminar y formal debe dársele a Guillermo Farel.
Farel y Calvino
Se ha indicado con frecuencia que Farel no estaba equipado para la obra de consolidación y organización que ahora se requería en Ginebra. El mismo, sin embargo, era bien conciente de esto, y cuando el joven autor de la Institución de la religión cristiana vino por primera vez a la ciudad, Farel, que no era un hombre dado al misticismo, vio claramente la mano de Dios en ello. Calvino, sin duda, no tenía pensado convertirse en un reformador, excepto mediante su pluma, y vino a Ginebra sólo porque “la ruta más directa a Estrasburgo, adonde entonces me proponía retirarme, estaba bloqueada por las guerras”. Tenía intención de quedarme “no más de una sola noche en aquella ciudad”. Pero Guillermo Farel discernió otro plan para la vida del joven refugiado, y Calvino registra, en la introducción de su Comentario a los Salmos, cómo fue finalmente compelido, como por una voz del cielo, a abandonar sus esperanzas de una vida de estudio y retiro, y ponerse al servicio de la Reforma en Ginebra. En este punto, Frances Bevan, la biógrafa de Farel, que generalmente se muestra comprensiva hacia él, aquí disputa con él: “Si ciertamente era el propósito del Señor traer a Calvino a Ginebra, ¿hacían falta amenazas y maldiciones por parte de Farel para llevarlo a cabo…? Farel…no pudo refrenarse de extender la mano para arrastrar, como aquel que dice, a la obra del Señor a uno que le parecía tan necesario…en la ciudad que tanto amaba.” Puede argüirse, sin embargo, que el reformador sólo estaba aplicando un uso adecuado de los medios, si bien de una manera peculiar a su temperamento, y que la Srta. Bevan misma yerra por un pasivismo antibíblico.
Farel estaba íntimamente asociado con su joven protegido durante los últimos años en Ginebra. Al igual que David y Jonatán, sus espíritus estaban ligados. El más anciano no mostró señales de celos por el hecho de estar convirtiéndose virtualmente en el asistente de uno que era veinte años más joven. Calvino a pesar de su superioridad intelectual, nunca mostró menosprecio o impaciencia hacia su hermano mayor. Este último ha sido criticado por caer bajo el hechizo de su amigo, pero baste decir que si bien reconoció generosa y magnánimamente los dones superlativos de Calvino, retuvo su independencia de juicio y acción, y continuó siendo él mismo hasta el final de sus días.
La historia de Ginebra ahora se funde con la historia de Calvino y no requiere contarse aquí. La oposición a la reforma religiosa y moral que los dos amigos buscaron instituir se hizo tan fuerte que en 1538 fueron expulsados. Farel ahora se adentró en una nueva fase que sería la última de su carrera. Recibió un llamamiento al pastorado en Neuchatel, muchos de cuyos ministros eran sus discípulos y convertidos. Para ellos, él era el reformador por excelencia y entre ellos pasó el resto de sus días: aparte de sus frecuentes viajes. La asociación con Calvino en Ginebra continuó: fue Farel de nuevo quien repetidamente apremió a su colega a regresar a la ciudad a la que había tomado temor. Tras haber sido reinstalado, Calvino apremió varias veces a Farel a que se uniera de nuevo a él en Ginebra, pero este último rehusó desarraigarse de Neuchatel. Estaba, sin embargo, listo para ir inmediatamente cuando Calvino lo necesitaba, como lo hizo en cierta ocasión para desbaratar una conspiración contra él, mediante su oportuna intervención y elocuencia. Otra escaramuza con los principales oponentes de Calvino, los libertistas, resultó de un sermón que predicó Farel contra ellos en Ginebra con su acostumbrado estilo directo. Causó tal furor que el Consejo demandó su extradición de Neuchatel, pero el anciano salió prontamente a pie. Cuando llegó el caso, al comparecer para afrontar las acusaciones, lejos de ser molestado, recibió un voto público de gracias por sus servicios a la ciudad.
El matrimonio de Farel en 1559–a la edad de 69 años–con una dama más de veinte años más joven que él, hizo probable un alejamiento entre los dos reformadores. Calvino consideró indiscreta la acción de su amigo. Pero su amistad se mantuvo intacta. Farel, mientras tanto, había visto fruto a sus trabajos en Neuchatel. Aunque una vez, en 1541, a punto de ser destituido debido a una disputa sobre disciplina, su conducta durante un brote de peste obró un cambio de corazón hacía él entre los habitantes de la ciudad. En 1564, Farel hizo su última visita a Ginebra, andando desde Neuchatel hasta el lecho de muerte de su amigo, a pesar del mensaje de este último que a su edad no debía intentar el viaje. Calvino, como es bien sabido, murió en 1564, y Farel–aunque veinte años mayor, el más vigoroso y saludable de los dos–le sobrevivió, para pasar a la presencia del Señor, a quien había servido tan fiel y enérgicamente, en 1565.
Farel, el hombre
El Dr. J. H. Merle d’Aubigne ha señalado y analizado bien las peculiares cualidades y dones de nuestro reformador, a quien describe como el gran evangelista del siglo XVI: “No fue un gran escritor…pero cuando hablaba apenas tenía quien le igualase”. “Su vida fue una serie de batallas y victorias. Cada vez que salió lo hizo venciendo y para vencer”. Se encontraba prominentemente equipado para la clase de evangelismo pionero que se necesitaba en sus tiempos. Con abundante celo, valor y elocuencia, tomó por asalto las ciudadelas del “paganismo bautizado” del catolicismo romano con la predicación del Evangelio de la justificación por la fe. Inspiró a otros con su ejemplo y tuvo un ministerio especial en cuanto a estimular y alentar a lo que tenían un temperamento más reservado a ejercitar sus dones plenamente.
Tanto si lo era como si no en estatura física, Guillermo Farel fue en todos los demás sentidos un “gran” hombre y verdaderamente grande. Su historia es, sin embargo, mucho más que una ilustración de lo que puede hacerse con grandes dones e inmensa determinación. Presenta, por un lado, un ejemplo singular de la poderosa gracia de Dios santificando y usando a una persona con una personalidad distintiva y muy humana; y, por otro lado, de la providencia de Dios levantando al hombre para el momento oportuno. Así la historia de Guillermo Farel es un monumento adecuado al lema de la Reforma: ¡Soli Deo Gloria!
(Traducido del Evangelical Library Bulletin, n.34, primavera 1965)
Bibliografía:
La vida de Guillermo Farel, F. Bevan, Ed. CLIE 1988
Publicado con permiso de Editorial Peregrino. Reservados todos los derechos.