Cómo reprender el orgullo
David Lipsy
Difícilmente se puede imaginar una actividad más compleja que la de reprender el orgullo, sobre todo cuando se trata de uno mismo. Esto es así, no porque haya una carencia de este en nosotros, sino porque es algo que nos ciega a su propia existencia. El orgullo nos ciega al orgullo.
El orgullo es la fuente inagotable de todos los demás pecados. Fue la primera transgresión que dio comienzo a todas las demás. Su predominio es tan endémico a la condición humana que resulta sumamente fácil llegar a insensibilizarse a su presencia. Pero existe cada vez que hacemos, pensamos o decimos algo contrario a la Palabra de Dios u omitimos algo que el Dios vivo espera de nosotros. ¿Cómo es esto? Porque cuando pecamos de la manera que sea, ya sea por omisión o por comisión, en realidad estamos exaltando nuestra voluntad por encima de la de Dios. Esto es el orgullo. Cada pecado es una manifestación de orgullo.
¿Cómo podemos reprender a esta bestia? En lo tocante a otras personas, con paciencia, compasión y amor. Paciencia, porque nosotros mismos estamos llenos de él. Compasión, porque sabemos cuánto odia Dios este pecado y lo terrible que es la condición de la persona delante de Él cuando se deja atrapar en las garras del orgullo. Amor, porque queremos ver a la otra persona conformada a imagen de Dios, que es exactamente lo opuesto al orgullo.
¿Cómo podemos reprender el orgullo en nosotros mismos? Existen varios medios para ello.
En primer lugar, es necesario que frecuentemos a menudo la cruz de Jesucristo. ¿Por qué? Porque es el mejor lugar para comprobar el verdadero y desdichado valor de aquello que se opone a la voluntad de Dios. El Salvador, espiritual y físicamente apaleado, murió allí a causa de nuestro orgullo. El ver de nuevo y de manera creyente a Jesucristo, y a Él crucificado, es una medicina verdaderamente divina contra el orgullo.
En segundo lugar, necesitamos la ayuda de los demás. Una vez considerada la tendencia cegadora del orgullo, observamos que Dios suele usar a otros para señalar ese defecto en nosotros. Reprendemos nuestro orgullo prestando oído a la reprensión de otros. El problema aquí es, claro está, que nuestro orgullo hace que nos resistamos a recibir el consejo que otros nos dan de corazón. Somos pocos los que contamos con amigos que nos aman lo suficiente como para hablar la verdad en amor cuando necesitamos escucharla. Necesitamos orar en ese momento por la gracia y humildad que nos permitan aceptar lo que los demás ven, aunque nosotros mismos no seamos capaces de percibirlo.
En tercer lugar, necesitamos la ayuda de Dios. Resulta difícil mantener el orgullo cuando pasamos un tiempo considerable con el Todopoderoso. La falta de oración aviva el orgullo; la oración tiene tendencia a sofocarlo.
Finalmente, consideremos bien el recordatorio de Pablo a los corintios: «Porque ¿quién te distingue? ¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1 Co 4:7).
El título de este estudio es: «¿Cómo reprender el orgullo?». Cambiémoslo por «Cómo mortificar el orgullo». No reprendemos a una serpiente venenosa, sino que le cortamos la cabeza. Igual que un fuego revivido, el orgullo tiene que ser erradicado no sea que seamos consumidos en la conflagración. «Señor, ¡apresura el día en que el orgullo sea extinguido de una vez y para siempre!».
Usado con permiso de Banner of Sovereign Grace Truth.