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Una lección de humildad

J.C. Ryle

Y vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliese lo que fue dicho por los profetas, que habría de ser llamado nazareno (Mateo 2:23).

Observemos que lección de humildad nos enseña el lugar donde habitó el Hijo de Dios, cuando estuvo en la Tierra. Vivió con su madre y con José “en la ciudad que se llama Nazaret”.

Nazaret era una ciudad pequeña de Galilea. Era un lugar oscuro y apartado, que no se menciona en el Antiguo Testamento ni una sola vez. Hebrón, y Silo, y Gabaón, y Ramá y Bet-el eran lugares mucho más importantes. Pero el Señor Jesús los pasó por alto a todos, y escogió a Nazaret. ¡Eso era humildad!

El Señor Jesús vivió en Nazaret unos treinta años. Fue allí donde creció y pasó de la infancia a la niñez, de la niñez a la adolescencia, de la adolescencia a la juventud y de la juventud a la madurez. No sabemos mucho acerca de cómo pasó esos treinta años. Lo que sí se nos dice expresamente es que “estaba sujeto a María y José” (Lucas 2:51). Es muy probable que trabajara en la carpintería de José. Solo sabemos que casi cinco sextas partes del tiempo que el Salvador del mundo estuvo en la Tierra las pasó entre los pobres de este mundo y totalmente apartado. ¡Ciertamente, eso era humildad!

Aprendamos la sabiduría del ejemplo de nuestro Salvador. La mayoría de nosotros tenemos demasiado interés en “buscar grandezas” en este mundo; “no las busquemos” (Jeremías 45:5). Tener un lugar y un título y una cierta posición en la sociedad no es ni la mitad de importante de lo que la gente cree. Es un grave pecado ser codicioso y mundano y orgulloso; pero ser pobre no es ningún pecado. El dinero que tengamos y el sitio donde vivamos no importan tanto como lo que somos a los ojos de Dios. ¿Adónde iremos cuando muramos? ¿Viviremos para siempre en el Cielo? Estas son las cosas primordiales a las que debemos prestar atención.

Ante todo, esforcémonos diariamente por imitar la humildad de nuestro Salvador. El orgullo es el pecado más antiguo y más común; la humildad es la virtud más escasa y más hermosa. Trabajemos duro por la humildad; oremos pidiendo humildad. Nuestro conocimiento podrá ser limitado, nuestra fe podrá ser débil y nuestra fuerza podrá ser poca, pero si somos discípulos de Aquel que “habitó en Nazaret”, al menos seamos humildes.

Extracto de “Meditaciones sobre los evangelios” por J.C. Ryle, Cortesía de Editorial Peregrino. Derechos Reservados.

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