¿Qué hay de malo en jugar a la lotería?
La fiebre de la lotería sigue siendo algo desenfrenado. Este año, tres ganadores de la lotería recibieron sumas enormes de alrededor de cien millones de dólares. Nuestro buzón de correo contiene regularmente promesas de premios, rifas, números ganadores y bonos, o preguntas como, “¿Qué haría usted con un millón de dólares?”.
El dinero no es malo. Se puede hacer mucho bien con él y Dios nos alienta a trabajar duro y ganar dinero para poder compartirlo con aquellos que están en necesidad (Ef. 4:28). Los ricos deberían disfrutar de su riqueza y ser ricos en buenas obras (1 Ti. 6:17-18).
Pero jugar a la lotería procede de un motivo malo y destructivo. No hay razón para los juegos de azar excepto nuestro deseo de hacernos ricos. En 1 Timoteo 6:9-10 dice: “Pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo y en muchos deseos necios y dañosos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores”. Dios nos ordenó: “No codiciarás” (Éx. 20:17) y, jugar a la lotería complace a la codicia.
La lotería fomenta orgullosos engaños de ser Dios en lugar de la mayordomía fiel que tenemos. Ya sea que ganemos el gordo o que solo soñemos con lo que haríamos con él, el deseo de ganar millones es básicamente lo mismo que el primer pecado del hombre en el Paraíso: “Seréis como dioses” (Gn. 3.5). Perdemos nuestro tiempo y nuestro dinero cuando las ocasiones de ganar la lotería no son ni siquiera de una entre un millón, sino que se aproxima más a una en cien millones, o menos. Lamentablemente, muchos jugadores de lotería son pobres y esta práctica hace que el noventa y nueve por ciento de ellos sea aún más pobre.
Por último, ganar la lotería distorsiona tus relaciones. La Biblia advierte: “El rico tiene muchos amigos” (Pr. 14:20); falsos amigos que solo quieren su dinero. La riqueza te aísla. Te lanza a una posición de responsabilidad para la que no estás preparado: gestionar recursos masivos. Y, lo peor de todo, puede hacer que te resulte muy difícil escapar al infierno y entrar al reino de Dios (Mt. 19.24). Cuando el dinero abunda, las personas tienden a olvidarse de Dios (Dt. 8:11-18).
Es mucho mejor orar a Dios para que provea sencillamente a tus necesidades. Proverbios 30:8-9 declara: “No me des pobreza ni riqueza; dame a comer mi porción de pan, no sea que me sacie y te niegue, y diga: ¿Quién es el Señor?, o que sea menesteroso y robe, y profane el nombre de mi Dios”. La verdadera riqueza es la piedad y el contentamiento juntos (1 Ti. 6:6).
Usado com permiso de The Banner of Sovereign Grace Truth. Traducción de Publicaciones Aquila. Derechos reservados. © 2013 Publicaciones Aquila.