¿Cómo practicar el autoexamen?
«Poneos a prueba para ver si estáis en la fe; examinaos a vosotros mismos. ¿O no os reconocéis a vosotros mismos de que Jesucristo está en vosotros, a menos de que en verdad no paséis la prueba?» (2 Corintios 13:5).
El autoexamen es un aspecto vital de la vida cristiana. En su libro Advice to A Young Christian [Consejo a un joven cristiano] (SGCB, 2006), Jared Bell Waterbury escribe: «El cristiano consciente no debería permitirse pasar un solo día sin investigar su carácter moral». Y sigue declarando que «si transcurren largos intervalos entre los períodos de autoexamen, sin duda deberíamos experimentar grandes inconvenientes y perplejidad a la hora de llevar a cabo el deber. Entonces pareceríamos minoristas incapaces y descuidados que, rindiéndose a la negligencia y a las prisas habituales, posponen poner al día sus libros hasta que se ven abrumados por su complejidad y su magnitud. Pero si se realiza el deber a diario y de forma concienzuda, nos alzaremos hasta el nivel del comerciante hábil y prudente que registra debidamente cada artículo de su negocio; que nunca cierra su contabilidad hasta que cuadra su hoja de balance; y que, mediante una sencilla referencia puede decir cuál es el verdadero estado de sus cuentas y hacer una estimación correcta de su posición comercial» (pp. 83-84).
¿Pero cómo debemos hacer esto? ¿Cómo practicar un autoexamen adecuado? La primera parte del modelo impreso para administrar la Santa Cena, publicado en The Psalter (Eerdmans, 1927) proporciona algunas sugerencias útiles. Este documento declara que el verdadero examen de uno mismo consta de tres partes: «En primer lugar, que cada uno considere por sí mismo sus pecados y la maldición que le corresponde por ellos». Aquí aprendemos que, si queremos examinarnos de una forma adecuada, debemos saber algo de nuestro pecado. No solo tenemos que reconocer que hemos pecado, sino que somos pecadores y, por tanto, merecemos la ira y la condenación de Dios. Este conocimiento, a su vez, debería hacer que «nos detestásemos» y «nos humillásemos» delante de Dios, considerando que Su ira contra el pecado es tan grande «que (en vez de pasarlo por alto sin castigo) Él lo castigó en Su amado Hijo Jesucristo con la amarga y vergonzosa muerte de la cruz». En otras palabras, también debemos tomar conciencia de la gravedad de nuestro pecado. Es tan grande que no se puede ignorar. La pena ha de pagarse y la única forma de hacerlo es a través de la muerte del Hijo de Dios, el Señor Jesucristo.
La segunda parte del autoexamen, según este documento es que «cada uno examine su propio corazón, si es que cree esta fiel promesa de Dios de que todos sus pecados le son perdonados únicamente por la pasión y la muerte de Jesucristo, y que la perfecta justicia de Cristo se le imputa y se le da a él gratuitamente como si fuera suya propia, sí, de una manera tan perfecta como si hubiera satisfecho en su propia persona la multa por todos sus pecados y hubiera cumplido toda justicia». Aquí confesamos que el verdadero cristiano es aquel que recurre activamente al Señor Jesucristo y se echa sobre él —su obediencia activa y pasiva— como única esperanza y razón de su salvación. La palabra «únicamente» es importante. El verdadero cristiano no confía en Cristo y algo más (su sinceridad, sus experiencias, su devoción religiosa, sus buenas obras); confía en Cristo y tan solo en Él.
La tercera parte del autoexamen es que «todos examinen su propia conciencia, si es que se propone desde ese mismo momento en adelante mostrar un verdadero agradecimiento a Dios durante toda su vida y caminar rectamente delante de él; como también dejar a un lado, sin fingimiento alguno, toda enemistad, odio y envida y haya resuelto firmemente, desde ese momento y en adelante, caminar en verdadero amor y paz con su prójimo. Esta es la última prueba de que somos hijos de Dios: ¿Se evidencia algún cambio en tu vida? ¿Hemos dado muerte al pecado y estamos luchando —por la gracia y el poder del Espíritu Santo— vivir para la gloria de Dios en todas las cosas, guardando sus mandamientos?
Para muchos, esto es muy difícil de evaluar. Pueden decir que se saben pecadores delante de Dios y que su única esperanza de salvación está en Jesucristo. Hasta pueden hablar de acudir al Señor en fe. Pero cuando se trata de vivir una vida de santidad, con frecuencia ven demasiadas deficiencias. Esto puede conducir a algunos de los hijos de Dios a dudar de sí mismos en cuanto a la veracidad de su salvación y a pensar si no se estarán autoengañando. Sin embargo, debemos recordar, como sigue declarando el documento, que lo que distingue a un hijo del Señor de aquel que no lo es, es la facultad de sentirse triste por esas debilidades y discapacidades, y tener el «ferviente deseo de luchar contra [su] incredulidad y vivir según todos los mandamientos de Dios». Si este es el caso, no tenemos razón alguna de dudar de nuestra salvación. Si, por el contrario, este no es el caso, seguimos en nuestros pecados. ¿Cuál es su caso? ¡Examínese para ver si está en la fe!
Publicado en Reflexiones con permiso de Banner of Sovereign Grace Truth. Traducción de IBRNJ, todos los derechos reservados © 2013.