Sáname, oh Señor, y seré sanado
C.H. Spurgeon
Sáname, oh Señor, y seré sanado (Jeremías 17:14).
Curar las enfermedades espirituales es prerrogativa exclusiva de Dios. Las enfermedades corporales se pueden sanar por medio de instrumentos humanos; pero, aun en este caso, la honra se le debe dar a Dios, quien confiere virtud a la medicina y le proporciona al cuerpo la fuerza para que expulse la enfermedad. En cuanto a las enfermedades espirituales, solo el gran Médico es capaz de curarlas. Él reclama esto como prerrogativa suya, diciendo: “Yo hago morir y yo hago vivir; yo hiero y yo curo”. Uno de los nombres más selectos de Dios es: “Yo, el Señor, soy tu sanador” (Éx. 15:26, LBLA). Y “sanaré tus heridas” (Jer. 30:17) es una promesa que no podría proceder de los labios de algún hombre, sino solamente de la boca del Dios eterno. Por eso el Salmista clama a Dios diciendo: “Sáname, Señor, porque mis huesos se estremecen” (Sal. 6:2, LBLA). Y también: “Sana mi alma, porque contra ti he pecado” (Sal. 41:4). Por eso, igualmente, el piadoso alaba el nombre del Señor diciendo: “Él […] sana todas tus dolencias” (Sal. 103:3). Aquel que hizo al hombre puede restablecerlo; quien fue el Creador de nuestra especie en un principio es capaz de recrearla. ¡Qué excelente consuelo nos da el pensar que en la persona de Jesús “habita toda la plenitud de la deidad corporalmente”! Alma mía, este gran Médico puede curarte, sea cual sea tu enfermedad. Si Él es Dios, su poder no tiene límites. Ven, entonces, con el ojo ciego del entendimiento entenebrecido, ven con el pie cojo de las energías gastadas, ven con la mano seca de la fe debilitada, con la fiebre del temperamento airado o con el escalofrío del desaliento; ven, en tu enfermedad. Ninguno podrá impedir la virtud salutífera que procede de Jesús nuestro Señor. Las legiones de demonios han tenido que reconocer el poder del Médico amado y Él jamás se ha visto resistido. En el pasado todos sus pacientes sanaron, y sanarán también en el futuro. Y tú, amigo mío, serás uno de ellos con solo confiar en Él esta noche.
Esta lectura es un extracto de “Lecturas vespertinas” por C.H. Spurgeon.