Una promesa
J.C. Ryle
“Y en el último día, el gran día de la fiesta, Jesús puesto en pie, exclamó en alta voz, diciendo: Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba” (Juan 7:37).
En estos versículos se nos ofrece una promesa. El Señor Jesús dice: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. Obviamente, estas palabras tenían un sentido figurado. Se pueden aplicar de dos formas. Por un lado enseñan que todos aquellos que vengan a Cristo por fe hallarán satisfacción abundante en Él. Por otro lado enseñan que los creyentes no solo tendrán suficiente para cubrir las necesidades de sus propias almas, sino que también se convertirán en fuente de bendición para los demás.
Miles de cristianos pueden dar testimonio hoy día del cumplimiento de la primera parte de la promesa. Dirían, si se pudieran reunir todos sus testimonios, que cuando vinieron a Cristo por fe, hallaron en Él más de lo que esperaban. Han descubierto una paz, una esperanza y un consuelo desde el momento en que creyeron que, a pesar de todas sus dudas y temores, no cambiarían por nada en el mundo. Han hallado gracia según sus necesidades y fuerza según sus días. Con frecuencia se han sentido decepcionados con sus propios corazones, pero Cristo jamás les ha decepcionado.
El cumplimiento de la otra mitad de la promesa no se conocerá nunca plenamente hasta el día del Juicio. Solo ese día se revelará todo el bien del que ha sido instrumento cada creyente desde el mismísimo día de su conversión. Algunos hacen el bien en vida, con sus lenguas, como los Apóstoles y los primeros predicadores del Evangelio. Otros hacen el bien en su agonía, como Esteban, el ladrón arrepentido y nuestros propios mártires reformadores que ardieron en la hoguera. Otros hacen el bien, por medio de sus escritos, mucho después de haber muerto, como Baxter, Bunyan y M’Cheyne. Pero es probable que, de un modo u otro, se demuestre que casi todos los creyentes han sido fuente de bendición. Por sus palabras o por sus actos, por sus exhortaciones o por su ejemplo, directa o indirectamente, siempre dejan su impronta en otros. Ahora no lo saben, pero al final descubrirán que es cierto. La afirmación de Cristo se cumplirá.
¿Hemos experimentado nosotros lo que es “venir a Cristo”? Esta es la pregunta que debiera surgir en nuestros corazones al concluir este pasaje. El peor estado en que puede encontrarse nuestra alma es no sentir preocupación alguna por la eternidad; no tener “sed”. La mayor de las equivocaciones es intentar encontrar alivio por algún otro camino distinto del que tenemos delante: el camino de “venir a Cristo”. Una cosa es venir a la Iglesia de Cristo. Otra muy distinta es venir a Cristo mismo. ¡Bienaventurado el que no solo conoce estas cosas, sino que también actúa en consecuencia!
Usado con permiso. Extracto de Meditaciones sobre los evangelios por J.C. Ryle, Cortesía de Editorial Peregrino. Derechos Reservados.