El perdón1
«Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mt. 6:12).
El pecado es la cuestión crucial en cualquier consideración de la vida cristiana. Si esto falla, todo lo demás se deforma. A pesar de todo, una contemplación bíblica del pecado es muy contracultural, demasiado «negativa»; sí, es negativa, pero necesaria. «El pecado es la falta de conformidad con, o la transgresión de, la ley de Dios» (WSC 14; cf. 1 Jn. 3:4). Un niño pequeño informó en una ocasión que el sermón que había oído trataba sobre el pecado. «¿De qué en concreto al respecto?», le preguntó su padre. «¡Estaba en contra de él!» (cf. Tit. 2:12).
La oración de contrición de David en Salmos 51.1-5 utiliza tres palabras hebreas sobre el pecado (que significa fallar el blanco o no dar la talla, el defecto del carácter que subyace detrás de la falta en la conducta, y la rebeldía voluntaria), tres en cuanto a los tratos de Dios con el pecado del creyente (borrar, lavar, purificar), y tres sobre su naturaleza a este respecto (piedad o misericordia [inmerecida], amor incondicional [de pacto], compasión [amor apasionado que fluye]).
Deudas
La quinta petición del Padre Nuestro es «perdónanos nuestros pecados» (Lc. 11:4) o «perdónanos nuestras deudas» (Mt 6.12). Dado que esta debe ser la oración cristiana diaria, aprendemos que ser perdonado debe convertirse en nuestra preocupación de cada día, ya que todavía seguimos pecando. Debemos obediencia a Dios; cuando dejamos de obedecerle, estamos endeudados con Dios. Incluso cada omisión nos hace culpables. «Hemos dejado de hacer las cosas que deberíamos haber hecho» (Crammer’s Prayer Book). La Biblia nos motiva recordándonos nuestra obligación (p. ej. 1 Jn 3:16), y esto no es menos incompatible con la motivación del amor en el matrimonio humano que en nuestros vínculos de pacto con Dios en Cristo.
Esta petición nos enseña que Jesús se toma el pecado muy en serio, y nosotros debemos hacerlo también. En Cur Deus Homo («¿Por qué se convirtió Dios en hombre?»), Anselmo confronta a Bozo con esta acusación: «No has considerado aún la magnitud del peso del pecado». Esto conduce a todo tipo de fracaso moral y espiritual. El pecado es la razón por la cual Jesús vino a este mundo como siervo, y murió en una cruz de vergüenza. ¡Jamás debemos tomar el pecado a la ligera!
Pecar una y otra vez
El pecado es una cuestión continua para el cristiano. Sí, todos nuestros pecados son perdonados de una vez y para siempre en nuestra justificación. Esto fue legal y definitivo. Dios, como Juez, nos declara justos en Cristo. A pesar de ello, debemos pedirle a diario que perdone nuestros pecados, porque seguimos cometiéndolos. Es hereditario y continuo. Dios, como Padre, se deleita al escuchar nuestras confesiones basadas en nuestra confianza en Cristo, y que constituyen multitud de evidencias de nuestro acercamiento en fe y amor una vez más. Como Calvino, debemos distinguir entre la ley como pacto de obras (que Cristo cumplió) y la ley como norma de vida (para nuestra obediencia). Este es «el tercer uso de la ley».
Dios sigue perdonando los pecados de todos aquellos que son justificados; y, aunque nunca pueden caer de su estado de justificación, sus pecados pueden hacer que caigan bajo el desagrado paternal de Dios y que la luz de su rostro no sea restaurada sobre ellos, hasta que se humillen, confiesen sus pecados, pidan perdón y renueven su fe y su arrepentimiento (WCF XI.5).
W. G. T. Shedd lo expresó de esta forma:
La justificación de un pecador es un acto global de Dios. Todos los pecados de un creyente, pasados, presentes y futuros son perdonados cuando es justificado. La suma total de todos sus pecados, que está delante del ojo divino en el instante en que Dios lo declara persona justificada, queda eliminada o cubierta por un acto de Dios. Por consiguiente, en la mente de Dios no hay repetición del acto de justificación, como tampoco se repite la muerte expiatoria de Cristo, sobre la que esta descansa (Dogmatic Theology 2:545).
Jesús lo ilustró en Juan 13:10: «Jesús le dijo: El que se ha bañado no necesita lavarse, excepto los pies, pues está todo limpio; y vosotros estáis limpios, pero no todos». El perdón continuo es como el acto de lavarnos las manos y la cara justo antes de ir a la cama, unas cuantas horas después de haber tomado un baño. Es necesario que no tengamos cuentas pendientes con Dios, orar hoy por los pecados de hoy. Esta humilde franqueza y amor edifica relaciones, sobre todo con Dios.
¿Condiciones?
Nuestros pecados solo son perdonados si nosotros perdonamos a los que puedan pecar contra nosotros (cp. Mt. 6:14-15). ¿Cómo puede ser misericordioso si es condicional? ¡La gracia es la que nos libera para perdonar a los demás! La disposición a perdonar es la prueba de que Dios nos ha perdonado. Estar a merced de un corazón endurecido y un espíritu que se cree moralmente superior es la evidencia de que no hemos sido salvos, cualquiera que pueda ser la profesión que hayamos hecho (Mt. 18:21-25).
¿Debemos, pues, perdonar a los demás de forma incondicional o solo en base a ciertas condiciones? El consejo bíblico parece ser que estamos moralmente obligados a tener siempre una disposición incondicional de perdonar (Lc. 6:36-38; Ef. 4:32), y que estamos moralmente obligados, en realidad, a conceder el perdón en base a la evidencia del arrepentimiento del ofensor (Lc 17:3-4; 2 Co 2:10).
Debemos exponer un último punto «difícil». El arrepentimiento no consiste solamente en decir: «Lo siento». Hablamos de pedir disculpas, pero la Biblia no lo hace. Es necesario que digamos: «Le he pedido a Dios que me perdone, y ahora te pido a ti que hagas lo mismo». Entonces, el creyente no puede negarse. No se atreve a hacerlo. El tema quedará verdaderamente resuelto cuando se conceda ese perdón. Cualquier cosa que no llegue a este punto es hipocresía.
Notas:
1. De Praying the Saviour’s Way [Orar a la manera del Salvador] (2001, CFP) de Derek Thomas.
Derechos reservados.