Deberes mutuos de maridos y esposas I
“Amaos unos a otros, entrañablemente, de corazón puro” (1Pedro 1:22).
El matrimonio es la base de la constitución familiar. “Es para gloria de Dios en todo”. Efesios 5:32 dice: “Grande es este misterio, pero yo hablo con referencia a Cristo y a la iglesia”.
La doble referencia a la tarea mediadora de Cristo, cuando insiste en los deberes de los maridos y de las esposas, parece confirmar que Él representa la unión conyugal como símbolo, o ejemplo, de la estrecha y entrañable relación en la que se halla la iglesia con respecto a su divino redentor.
Nada podría dar mayor santidad a esta relación, ni más alto honor que considerarla bajo esta perspectiva. El matrimonio contiene la fuente de la felicidad humana de forma global.
Debe haber una perspectiva correcta que sea proporcional a la importancia de la propia relación y debe existir el debido cumplimiento de las obligaciones que de ella se derivan.
DEBERES QUE SON COMUNES A AMBAS PARTES, AL MARIDO Y A LA ESPOSA
1. El AMOR: ES LA BASE DE TODO LO DEMÁS
Si está ausente, el matrimonio no es más que un pacto animal y sórdido. Debe ser mutuo; de no ser así, aquel de los dos que no sienta amor no tendrá felicidad. De la misma manera, no puede haber felicidad para el conyugue que ama.
El amor no correspondido, tiene los días contados. Una pareja de casados, que no se respeta entre sí es uno de los espectáculos más lastimosos que se puedan dar. No pueden y, de hecho, no deben separarse, por lo que siguen juntos y son el tormento el uno del otro.
La unión debe basarse en el amor. Hay que tener especial cuidado sobre todo en las primeras etapas e impedir todo lo que desestabilice o debilite nuestros afectos. Al principio se pueden observar pequeños defectos, fallos y desacuerdos triviales. Es muy importante no permitir que tengan una consecuencia desmedida.
Las observaciones del Obispo Jeremy Taylor, en su hermoso sermón “El Anillo de Matrimonio” van en ese sentido:
“Al principio de la conversación, tanto el marido como la esposa tienen el mismo interés por evitar ofenderse el uno al otro. Cada pequeña cosa puede destruir el pequeño brote que está naciendo, pero el tiempo los va consolidando, se van fortaleciendo, se convierten en un tallo y los cálidos rayos del sol hacen que produzcan sus racimos.
A partir de ese momento, ya pueden soportar las tormentas sin que nada los pueda romper. Las uniones prematuras resultan en un matrimonio inestable. Los problemas no se manifiestan en las primeras escenas sino a lo largo de muchos años de compañía; no aparecen por casualidad.
La primera vez que aparecen no es por debilidad, sino por falta de amor o prudencia; al menos así se expresan. Es algo nuevo para la pareja. Puede ser un gran enfado, una gran tontería o una cierta falta de amor que hace que lo bello y lo tierno del principio dure poco. Cualquier cosa desestabiliza su tierno equilibrio.
Pero cuando las juntas son consistentes, van unidas por una firme conformidad y una flexibilidad proporcional, difícilmente pueden verse disueltas. Una vez encariñado el corazón del hombre con el de la esposa se fortalece mediante la confianza mutua y la experiencia. No hay lugar para fingimientos, y empiezan a compartir recuerdos y vivencias que hacen añicos cualquier pequeño roce”.
El marido y la esposa deben tener mucho cuidado y eliminar esas pequeñas cosas. Tan pronto como surgen deben cortarlas para que no crezcan y se multipliquen, produciendo malhumor y causando problemas. Los afectos pierden fuerza y la relación se vuelve incómoda llegando a crear aversión.
Cuando un problema sin importancia les quita la paz, se dejan vencer por la violencia del enfado. En esos momentos están afectados por un incidente sin importancia, y ambos están en un estado de debilidad y de necedad. No es bueno tentar sus afectos cuando se hallan en un estado tan peligroso.
En este caso, la precaución consiste en alejar el combustible de la llama. No añadas nuevas provocaciones al incidente y no hagas que arda más; la paz pronto volverá y la contrariedad se disipará.
Si quieren conservar el amor, deberán asegurarse de conocer con toda precisión los gustos de cada uno de ellos, y también aquellas cosas que nos les gusta. Si quieren que el amor dure para siempre deberán evitar cuidadosamente todas las distinciones repetitivas como “mío” y “tuyo”. Ambos forman ahora una única persona y no deben tener más que un único interés.
2. EL RESPETO MUTUO ES UN DEBER EN LA VIDA DE LOS CASADOS.
La esposa le debe una reverencia especial al marido, y éste también le debe respeto a ella. Es imprescindible que cada conyugue tenga para con el otro esa conducta que merece y exige respeto. La estima moral es uno de los apoyos más firmes que hace que el amor se mantenga fuerte.
La intimidad de este tipo de relación es la que expone, ante la otra persona, nuestros motivos y nuestro carácter más interno. Así nos conocemos mejor el uno al otro de lo que nos conocemos a nosotros mismos. Por consiguiente, si deseamos ser respetados, deberíamos ser respetables.
El amor cubre multitud de defectos, pero no debemos hacer demasiadas conjeturas sobre la credulidad y la ceguera del afecto. Existe un punto límite en el cual ni el amor puede estar ciego ante una acción culpable.
Toda conducta pecaminosa, cuya falta de decoro no deje lugar a dudas, tiende a hacer que nos hundamos y perdamos la estima de la otra persona. De este modo se pierden las defensas del amor. Las dos partes sienten impaciencia por cubrir simplemente sus malas acciones de la vista del mundo, y se olvidan de que es terrible perder el respeto mutuo.
Por lo tanto, toda conducta dentro del matrimonio debería ir marcada por el respeto muto, incluso en las cosas más pequeñas. No se debe buscar los fallos del otro, no debe haber reproche, ni desprecio grosero; ni falta de civismo; ni fría negligencia. Debería haber cortesía, educación, y atención.
En resumen, debería existir la ternura del amor, apoyada por la estima y guiada por la educación. Luego, debemos mantener nuestra respetabilidad mutua ante los demás. Todos deben aprender a respetarnos por lo que ven en nuestro propio comportamiento. Es de lo más inadecuado que cualquiera de las dos partes haga algo, diga algo o lance una mirada que pueda rebajar al otro delante de los demás.
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