Los días pasados
Antes de morir, Moisés fue guiado a la cumbre del Monte Pisga, y dio un vistazo a la Tierra Prometida que estaba delante de él. Pero no podemos suponernos que esto fue todo lo que hizo.
Es más que probable que otra razón por la cual ascendió a ese elevado monte fue porque desde ahí podía hacer un examen de todo el camino que ya había transitado en su viaje por el desierto.
Sería bueno para ti de vez en cuando mirar hacia atrás a todos los años que te han pasado. Ahora permíteme ayudarte un poco a hacerlo.
Primero, toma una buena mirada escudriñadora, y mira cuales pecados han marcado tu vida pasada. Y me atrevo a decir que, al mirar atrás, sentirás que hay muchos actos que borrarías con gusto si pudieras.
Hay muchos días que te gustarían volver a vivir con la esperanza de poderlos vivir mejor; muchas palabras que te gustarían recoger; muchos hechos que darías el mundo por deshacer; muchos malos pensamientos que albergaste, y que han dejado una mancha que ni aún el tiempo puede eliminar.
Se que es muy doloroso pensar en nuestros pecados pasados, pero no debemos rehusar hacerlo. Es una necedad pretender engañarnos a nosotros mismos e imaginarnos que no los hemos cometido.
Ahí están, y Dios los ve, si no queremos verlos nosotros. Sus ojos los marcaron en el tiempo, y los marcan aún. Podrían haberse casi borrado de nuestra memoria; pero Dios los recuerda: El no se olvida de nada.
Las personas mayores son capaces de pensar que lo que ha pasado y ha sido olvidado también se ha borrado del libro de recuerdo de Dios. Por ejemplo, cuando se habla acerca de los pecados y travesuras de la juventud, solo dan un suspiro y nada más.
Piensan que tales cosas son excusables en el tiempo de la juventud, y que Dios no va a llegar al extremo de marcar lo que se haya hecho de malo en aquellos días. Se imaginan que el pasado distante no se le cargará a su cuenta, ya que se han vuelto más sabios y concienzudos.
¿Pero es así? ¿Es Dios como uno de nosotros? ¿Podría cualquier lapso de tiempo borrar nuestros pecados de Su recuerdo? ¿No está escrito que “de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta?”
Estoy seguro que es muy bueno para todos nosotros, y especialmente para los que se están acercando al final de su vida, mirar de una manera justa los pecados que hemos cometido.
Sería una necedad cerrar nuestros ojos ante ellos y pretender que no existen. Ciertamente, si tenemos algo de vida espiritual en nosotros, sea lo que sea que olvidemos, seguramente que no olvidaremos aquellos odiosos pecados que han manchado nuestras almas.
Pero no es suficiente mirarlos en un sentido general. Debemos fijarnos en ellos uno por uno, y sacarlos de sus escondrijos. Debe haber una búsqueda cuidadosa, como con una vela—una búsqueda honesta, sentida y diligente, de manera que no se nos escape ni uno.
“Y ¿qué tiene esto de bueno?”, tal vez estés listo a preguntar. “¿Tiene algo de beneficioso hacernos infelices? La cosa se hizo; ¿podría deshacerse?”
Oh, seguramente que es mucho mejor descubrir nuestros pecados ahora, que verlos expuestos a la luz por primera vez cuando aparezcamos delante de Dios. Es mucho mejor conocer cómo estamos delante de Dios ahora que saberlo en aquel mundo donde ya no habrá más esperanza para el pecador.
Y, ¿qué hemos de hacer con nuestros pecados cuando los descubramos? ¿Hay alguna manera de deshacernos de ellos? ¿O deben permanecer como oscuras manchas en nuestras almas, como deudas por pagar, que nunca pueden ser canceladas? No, querido amigo, no. Hay una manera, una sola manera mediante la cual todo pecado cometido y toda obra descuidada pueden ser eliminados para siempre.
Cristo ha pagado la deuda por los pecadores. El ha vertido Su sangre en la cruz por pecadores como tú. El ha muerto para dar vida a los pecadores. Y El es capaz, en este momento, no solo de perdonar todos tus pecados, sino de cubrirte con Su justicia perfecta, y hacerte Suyo para siempre; “(El) es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de El se acercan a Dios” (He 7:25).
Acude ahora a Jesús, y pídele que te de arrepentimiento (Hechos 5:31). Pídele, por Su Espíritu Santo, que toque tú corazón y te haga odiar tus pecados y entristecerte por ellos con un lamento santo. Oh, es bueno que sintamos dolor por nuestros pecados. Y tenlo por seguro: vamos a lamentarnos por ellos si somos traídos bajo el poder de la gracia de Dios.
Pero recuerda, la tristeza y las lágrimas no lavarán la mancha. No pueden remover un solo átomo de nuestra culpa. No, solo el sacrificio de Cristo puede pagar esa deuda. Solo en El se puede encontrar el perdón. “La sangre de Jesús su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
He aquí, mi querido amigo, el bien de descubrir nuestros muchos pecados. Es para que podamos obtener el perdón por cada uno de ellos; es para que podamos ser felices en Cristo nuestro Salvador. El es todo poder y amor. El es capaz y está dispuesto a salvar. El dice, “Venid a mi…yo os haré descansar”; emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, como blanca lana quedarán” (Mt 11:28; Is 1:18).
Pero hay algo más que debemos mirar atrás, además de nuestros pecados; debemos mirar atrás a nuestras muchas misericordias (Sal. 103:1-5). Piensa en los innumerables actos de amor y bondad que Dios te ha mostrado durante los años que han pasado.
Me atrevería a decir que Moisés trajo a la memoria aquellos cuarenta años en los que Dios le había bendecido tanto. El trayecto que tomó ciertamente estaba regado de misericordias—misericordias para él, para su familia, para su pueblo.
Dios mismo le dice—a él y al pueblo—que durante esos cuarenta años “tu ropa no se gastó sobre ti, ni se hinchó tu pié” (Dt 8:4). Cuando tuvieron sed, “hizo salir corrientes de la peña, e hizo descender aguas como ríos” (Sal 78:16). Cuando tuvieron hambre, les alimentó con pan del cielo (Ex 16:4) El los condujo, no por el sendero más corto ni por el camino más fácil, sino que fue “por la senda correcta” que los llevó a su tierra prometida.
¿No ha tratado el Señor con igual gracia para contigo? ¿No te han seguido la bondad y la misericordia todos tus días? Piensa en las muchas veces que fuiste librado de peligros. Piensa cómo has sido salvado, mientras otros han perecido.
Piensa en todas las bendiciones que vinieron a tu vida cuando no las merecías. Piensa cuán paciente fue Dios para contigo cuando provocabas Su ira. Piensa cómo hizo que una y otra cosa obraran para tu bien. Muchas veces te decías a ti mismo, “Esto es lamentable, todo está en mi contra”; y tal vez eso mismo resultó para tu mayor bien.
Las pasadas misericordias de Dios deben ser una garantía para ti de aquellas que están por venir. Podrías clamar con David,
“Oh Dios, tú me has enseñado desde mi juventud…y aun (ahora) en la vejez y en las canas, no me desampares, oh Dios” (Sal 71:17-18).
Puedes esperar más pruebas al alcanzar las etapas restantes del desierto. Pero puedes estar seguro que el maná con el que has sido alimentado no faltará, ni se apartará de ti la nube que te ha protegido, hasta que tu viaje haya terminado.
Puedes estar seguro de que Dios nunca ha olvidado a un peregrino agotado. Sabes que El te ha prometido,
“Aun hasta vuestra vejez, yo seré el mismo, y hasta vuestros años avanzados, yo os sostendré. Yo lo he hecho, y yo os cargaré; yo os sostendré, y yo os libraré” (Is 46:4).
Las últimas palabras del buen Dr. Guyse fueron, “¡Oh Dios mío! Tu siempre has estado conmigo, y no me dejarás ahora.”
Piensa en todo esto, y se calentará tu frío corazón. Encontrarás algo de amor brotando dentro de ti al considerar la bondad de ese Amigo celestial que te ha protegido tan amorosamente, y te ha cuidado desde tu niñez hasta ahora.
Y oh, si eres un verdadero siervo de Dios, si has llegado a conocer y a amar a tu Salvador, si el camino del bien ha sido tu camino, entonces ¿no hay una misericordia que excede a todas las otras en tu caso? ¿No late tu corazón con gratitud cuando piensas en esa gracia que te llamó de las tinieblas a la bendita luz de la verdad de Dios, que sacó tu pié del camino del pecado y la miseria por el cual corrías, y te trajo al camino de la paz? De todas tus misericordias, no hay otra tan grande como aquella que te guió a Cristo y te hizo partícipe de Su gran salvación.
Se cuenta de John Newton que a pesar de que su memoria le falló en su vejez, hubieron dos cosas que nunca olvidó: una, que “él era un gran pecador”; y la otra, que “Jesús era un gran Salvador.”
Permíteme urgirte entonces que des una mirada hacia atrás a tus pecados pasados y a tus misericordias pasadas. Esto es especialmente necesario para ti que has vivido muchos años en este mundo y cuyo reloj de arena le quedan apenas unos cuantos granitos para terminar. Hazlo en un espíritu de humildad y reflexión, y creo que encontrarás que mucho bien vendrá de ello.
Toma este o cualquier otro consejo que te ofrezco como proveniente de uno que realmente se preocupa por ti. Si, siento por los ancianos. Conozco sus pruebas, sus enfermedades y sus dificultades. Pero también se que el Salvador mismo se preocupa por ti. Tiene reservadas muchas grandes bendiciones que está listo para concederte. Y lo que yo deseo, en este libro, es guiarte al disfrute de ellas, para que la tuya pueda ser una vejez bendecida y feliz.
Publicaciones Aquila ©2009