Conferencia Pastoral 2017
Mi conciencia está cautiva de la Palabra de Dios
Transcurre el mes de abril del año 1521 d.C. Un joven monje de la orden monacal de los agustinos ha sido convocado a comparecer ante un augusto grupo de hombres que incluye desde el emperador hasta lores y duques del ámbito político, obispos, arzobispos y prelados de la Iglesia de Roma.
Un oficial se pone en pie. Señalando hacia una pila de unos veinte libros y una colección de panfletos, le formula dos preguntas vitales: ¿Es usted el autor de estas obras? ¿Está dispuesto a retractarse de su contenido?
El joven monje se levanta y responde afirmativamente a la primera pregunta.
En cuanto a la segunda, responde en esencia: Dado que implica asuntos de tremenda importancia, no quiero responder apresuradamente ni con rapidez.
Pide un tiempo para reflexionar sobre su respuesta y se lo conceden. Se fija el consejo para el día siguiente.
Aquella tarde, el joven monje agustino se fortalece en su Dios. Al día siguiente, ante aquellos hombres de estado y otros espectadores, se dispone a responder a la segunda pregunta.
Su contestación, bastante extensa, no satisface a su interrogador que insiste en que se limite a responder con un sí o un no. ¿Se retractará usted de lo que ha escrito? De todos es conocido lo esencial de la respuesta de aquel joven monje:
Dado que lo que está escrito procede de una conciencia sumisa a la Palabra de Dios, hasta que no se me demuestre que va en contra de la misma no me retractaré de ello.
Sus palabras más célebres (repetidas en numerosas ocasiones) son las siguientes: Mi conciencia está cautiva de la Palabra de Dios. Aquí me planto; no puedo ni quiero retractarme de nada. Que Dios me ayude. Amén.
¿Qué querían decir aquellas palabras?
1. Mostraban que estaba comprometido con un entendimiento definitivo de lo que es la verdad. No se retractaría del contenido de aquellos libros que representaban lo que él comprendía de las enseñanzas de las Escrituras.
Basándose en la verdad de las mismas, adoptó su postura: Aquí me planto.
2. Estas palabras expresaban el compromiso inquebrantable del hombre íntegro con esa verdad. Para Lutero, el monje agustino, la Biblia no era un libro que se limitaba a permanecer en su intelecto: su conciencia, el asiento de su ser religioso y moral estaba cautivo de la Palabra de Dios.
En ningún momento afirmó: Esto es lo que pienso, como si pudiera separar sus convicciones intelectuales de la totalidad de su persona. Sus palabras fueron:
Me planto en todo aquello que convierte a Martín Lutero en Martín Lutero.
3. Cuando añadió: Que Dios me ayude, estaba manifestando una humilde confesión de total dependencia de Dios para ser fiel a esa verdad en la vida o en la muerte.
Aquí me planto. Que Dios me ayude. Estas palabras que representaban el espíritu de Martín Lutero son, sencillamente, una expresión muy gráfica del Espíritu de Cristo obrando en uno de Sus siervos.
Nosotros, que somos el pueblo de Dios en la misma medida que Martín Lutero, debemos procurar entender lo que la Palabra de Dios enseña; debemos comprometernos con esa verdad con un compromiso inquebrantable que salga de lo profundo de nuestra alma. En humilde dependencia de Dios debemos estar preparados para proclamar y defenderla en la vida o, si fuera necesario, con la muerte.
Extractos de la serie de sermones «Aquí nos plantamos», de Albert N. Martin. Todos los derechos reservados.