Gracia irresistible (Sal. 119:35)
Hazme andar por la senda de tus mandamientos,
porque en ella me deleito (Sal. 119:35).
Quiero tener un reconocimiento inmediato para A.W. Pink por el impresionante título de nuestra meditación1 que centra nuestra atención en el hecho de que:
Hasta los verdaderos santos necesitan la gracia irresistible
UNA PRUEBA DE SANTIDAD
Consideremos la primera línea del versículo en primer lugar: “porque en ella me deleito”, es decir no solo “tus mandamientos” sino “la senda de tus mandamientos”, ese piadoso patrón de vida que estos recomiendan. Hay que reconocer que las leyes inspiradas de la divina justicia son hermosas por sí mismas, porque reflejan la gloria de su Autor y su inefable santidad. Pero una mera admiración especulativa por la Palabra de Dios no es la prueba de una conversión. Incluso los filósofos del mundo se han visto obligados a confesar la excelencia moral de la ética que Jesús enseñó pero, a pesar de ello, estos filósofos no son santos porque no tienen un corazón que ama a Dios, cómo Él les pide. Del mismo modo, ser capaz de aprobar sinceramente la fidelidad de una predicación sana no es una razón suficiente para tener la seguridad de la salvación.
Solo la regeneración escribe la ley de Dios en el corazón del hombre, para que este se sienta inclinado a guardarla, teniendo la capacidad de hacerlo (Ez. 36:35-27; observen la palabra “haré”). Si alguien tiene un deseo sincero, profundo, ferviente, reverente y tierno de agradar a Dios desde el corazón, para su gloria, esta es la prueba de que se trata de una nueva creación en Cristo, un verdadero santo. Calvino comentó, de una forma muy hermosa, que esta segunda línea del versículo
«es un indicativo de una rara excelencia cuando una persona dispone sus sentimientos y sus afectos de tal modo que renuncia a todas las incitaciones que resultan agradables a la carne, y solo pone su delicia en el servicio de Dios2.
Queda claro que si uno se deleita verdaderamente en este sendero de santidad, deseará caminar por él, pero esto resulta más fácil decirlo que hacerlo, como sugiere la primera línea del versículo del salmista.
LA NECESIDAD DE LOS SANTOS
“Hazme andar por la senda de tus mandamientos”. Esta es una oración sorprendente e incluso extraordinaria. Algunas traducciones modernas han dado una interpretación más suave, por ejemplo: “Ayúdame a permanecer en la senda”, etc. (HCSB). Un comentario arminiano también disminuye su fuente al interpretarlo de la manera siguiente: “Deberíamos orar pidiendo dirección3”. Estas disoluciones del convincente hebreo no servirían donde el verbo puede tener el sentido de “hacer que vaya”4. Aunque el concepto de dirección es totalmente posible, la coacción no es ni mucho menos ilegítima. “Hazme ir” es una frase que capta ese sentido porque significa “obligar, forzar”5.
Este versículo es un grito de desesperación de alguien que ve el fin deseable (caminar por la senda de los mandamientos de Dios) pero no encuentra dentro de sí mismo la forma natural de lograrlo.
Aquí tenemos a David orando por la gracia irresistible. Aunque era un hombre regenerado, que se deleitaba en los preceptos divinos, tenía la dolorosa consciencia de que todavía había mucho dentro de sí mismo que tiraba de él hacia el lado contrario. La carne seguía luchando contra el espíritu para que no pudiera hacer las cosas que quería. La verdadera gracia divina ha colocado dentro del alma nacida de nuevo una inclinación y una tendencia hacia lo que es bueno, aunque necesita nuevos aportes de gracia diarios antes de tener la fuerza de conseguir hacer aquello que es bueno. Y debe buscar a Dios para recibir esta gracia6.
DOS IMPLICACIONES QUE ALIENTAN
Consideren ustedes dos grandes verdades espirituales que fluyen de estas cosas y que pueden ser de gran aliento para ustedes.
En primer lugar, la coacción divina no niega la virtud de su obediencia hacia Dios. Razonando desde la experiencia humana, las personas argumentan de otro modo. Si una persona tiene que coaccionar a otra obligándola a actuar contra su propia voluntad, es obvio que vicia el propio acto en sí, ya sea una virtud o un vicio. Por ejemplo, si una persona atraca un banco sólo porque el verdadero ladrón tiene el dedo puesto sobre un chaleco explosivo colocado sobre la víctima que puede explotar en cualquier momento, su acto es menos criminal. Del mismo modo, si un padre amenazara a su hijo con castigarle a menos que abrace a su madre, el abrazo muestra poco afecto hacia ella. A raíz de esto, algunas personas piensan que la doctrina de la coacción divina no es compatible con el verdadero amor cristiano que debe ser totalmente libre y voluntario; pero Dios obra en el corazón de una forma en que el ser humano nunca podría. Dios es capaz de volver el corazón hacia la justicia de una forma tan efectiva como si coaccionara el objeto de su gracia. Pero cuando el cambia el corazón esto convierte la obediencia en el acto plenamente voluntario de aquel que antes no sentía esa disposición a obedecer. Spurgeon solía predicar con frecuencia sobre estas líneas y provocaba la crítica.
Recuerdo que una vez me encontré con un hombre que me dijo: “Señor, usted predica que Cristo coge a la gente por el pelo y tira de ellos hacia Él”. Le pregunté si podía darme la fecha del sermón en el que prediqué esa extraordinaria doctrina porque, de poder hacerlo, me sentiría muy agradecido. Sin embargo, no pudo. Pero yo le dije: aunque Cristo no agarra a las personas por el cabello para tirar de ellos hacia Él, yo creo que sí tira de ellos por el corazón de una forma tan poderosa como sugiere la caricatura que usted acaba de plantear.7
No importa lo forzadas que sean sus oraciones, su lectura de la Biblia, el poner a los demás antes que usted y reprimir su carácter para no cometer uno u otro pecado. De cualquier forma haga lo que es correcto y dé gracias a Dios porque está obrando en usted para su purificación.
Hay una segunda verdad espiritual que sirve de gran aliento y que sigue a la primera. Una dolorosa consciencia por la incapacidad natural “de querer y hacer para su beneplácito” (Fil. 2:13) no es la prueba en contra de su sinceridad espiritual. Algunos pueden pensar,
Si yo fuera un verdadero cristiano, si realmente me deleitara en la ley de Dios, entonces la obediencia fluiría de un corazón renovado de forma natural y fácil, sin apenas tener que pensar en ello. Después de todo, ¿no dice la biblia que “el hombre bueno, de su buen tesoro saca buenas cosas?” (Mt. 12:35).
De esta premisa incorrecta sale una conclusión rigurosamente desmoralizante. “No debo ser un verdadero cristiano, sincero en mi religión, porque mi supuesta obediencia a Dio no es más que el resultado de una gran lucha que tiene lugar dentro de mi corazón y las victorias son pocas y malas”.
Querido hermano o hermana afligido, si habla usted de este modo, entonces lo está haciendo como ese gran santo apóstol Pablo, cuando se lamentaba de su propias miserias en Romanos 7:14 y ss., las experiencias no sólo de un alma regenerada sino también espiritualmente madura.
Ahora volvamos al primer punto principal. ¿Se deleita usted verdaderamente en la senda de los mandamientos de Dios? Si pudiera recibir cualquier bendición del Señor, ¿sería la consumación de su total santificación? Este era el gran deseo de Pablo y así confesó con el salmista y con todos los santos a lo largo de los siglos:
“Porque en el hombre interior me deleito con la ley de Dios” (7:22).
Este es el mismo hombre que también tuvo que confesar: “Pero veo otra ley en los miembros de mi cuerpo que hace guerra contra la ley de mi mente, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí!” (7:23-24).
Este es exactamente el tipo de persona que ama la oración por la coacción divina. “Hazme andar por la senda de tus mandamientos”. Pablo buscaba que Cristo le liberara de su condición incómoda de redención a medias. “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias a Dios, por Jesucristo, Señor nuestro” (7:24-25).
Si ama usted la santidad, pero se siente frustrado porque no puede lograrla en la medida que desearía, entonces es evidente que usted no sigue siendo un incrédulo, ni tampoco un cristiano sin sinceridad. Está en la buena compañía de David y Pablo, y todos los verdaderos cristianos que han conocido el principio de la gracia en sus almas, pero que necesitan constantemente que la misma gracia les obligue a ir hacia delante por la senda derecha y estrecha de la obediencia a todos los mandamientos de Dios y está imitando a ese gran Salvador que fue perfecto en todos sus actos. El medio por el cual usted puede recibir esa gracia convincente es suplicar a su padre celestial que se la dé. Él está deseando concedérsela según su sabiduría en el tiempo y la medida que promocione de la mejor forma su total salvación.
Por consiguiente, no cese nunca de orar por esa gracia convincente. Pida y siga pidiendo, y recibirá. Amén.
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