La autoridad de Dios y su exigencia en cuanto a Sus preceptos (Sal. 119:4)
Tú has ordenado tus preceptos,
para que los guardemos con diligencia (Sal. 119:4).
Acabamos de considerar la bienaventuranza de los cristianos devotos, el tema del Sal. 119:1-3. Hemos aprendido que la devoción hacia Dios y Su Palabra están indivisiblemente vinculadas y que los que están entregados a ambas cosas son los que reciben más bendición. Viven en comunión con Dios y Su palabra e ilustran la santidad en toda su conducta. Siendo así, ¿quién no aspiraría a ser tan bendecido?
Con todo, ser bendecido no es la razón ni el motivo más importante para tener devoción hacia Dios y Su Palabra porque está ligado a nuestro propio interés. Esto en sí es algo completamente legítimo. Muchas veces, Dios apela en Su Palabra a nuestro propio interés natural como incentivo para nuestro arrepentimiento, fe y obediencia perseverante. Pero si su propio interés en toda la motivación que tiene para obedecer a Dios, aún no ha sido usted liberado de la idolatría, y sigue usted en sus pecados.
Un motivo importante y necesario para obedecer la voluntad de revelada de Dios, es un respeto reverente a Su autoridad absoluta. Es conveniente meditar en la autoridad que está detrás de Sus preceptos para promocionar el tipo de devoción elogiada en el Sal. 119: 1-3, y la bienaventuranza que en el se describe. En otras palabras,
Los preceptos de Dios llevan Su autoridad y por ello exigen nuestra obediencia plena
LOS PRECEPTOS DE DIOS LLEVAN SU AUTORIDAD
“Tú encargaste que sean muy guardados tus mandamientos”. Este versículo declara una verdad objetiva, una realidad que se sostiene independientemente de cualquier escepticismo. Realmente hay un Ser santo, personal y todopoderoso llamado Dios; este Dios ha hablado a la humanidad. Algunos han sido favorecidos con la revelación de Su voluntad en las Escrituras, de inspiración divina, infalible, sin errores, y una guía suficiente en cuanto a lo que debemos creer acerca de Dios y lo que Él exige de nosotros.
Este Dios es el creador de todo y, por lo tanto, tiene derecho de mandar sobre Sus criaturas. Es el eterno “YO SOY”; no tiene principio ni fin. Es el único ser no creado, autosuficiente y soberano que hay y que habrá jamás. Está entronizado en una gloria tan brillante que cegaría a cualquier criatura que fijara su vista sobre Él. Incluso los ángeles más gloriosos y poderosos cubren su rostro con dos de sus alas y gritan “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso,” y esperan ansiosos para cumplir Sus deseos, obedeciendo inmediatamente a toda prisa.
Este Dios también es el Redentor de su pueblo escogido, la iglesia de Jesucristo elegida desde la eternidad para alabar Su gloriosa misericordia y gracia. Dios padre los amó y entregó a Su unigénito Hijo amado por ellos. Dios Hijo vino al mundo maldito y lleno de pecado por amor a ellos; se convirtió en un ser humano real, como nosotros. Fue sin pecado y se humilló a Sí mismo, obedeciendo perfectamente los preceptos de Su padre; sin transgresión ni omisión, y sufriendo todos los terribles castigos de los que Su justa ley había advertido a Su pueblo pecador, tomando el lugar de ellos. Luego Cristo resucitó de los muertos y ascendió a la diestra del Padre, para recibir la gloria merecida. Más tarde, Dios Espíritu no evitó el contacto vital con los pecadores, para que Él pudiera renovarlos y santificarlos para alabanza de Dios.
Este Creador-Redentor ha hablado, y gran parte de Su Palabra está en forma de “preceptos”, palabra que para los traductores significa “cualquier mandamiento u orden que pretende ser una autoritaria regla de actuación. Se aplica particularmente a los mandamientos con respecto a la conducta moral. Los diez mandamientos son preceptos para la regulación de nuestra conducta moral” (1828 Webster). Hoy en día tiene un sentido debilitado de “regla general que pretende regular la conducta o pensamiento” (NOAD). “Precepto” se deriva de raíces que significan advertir o instruir de antemano. La palabra hebrea traducida es “un término general para las responsabilidades que Dios pone sobre las personas” (TWOT 1802e).
Muchos pueden poner responsabilidades sobre nosotros, pero nadie puede reclamar, de una forma absoluta, nuestra fidelidad como los preceptos del Dios Todopoderoso. La razón es que son la voluntad del Dios Altísimo quien nos creó. Como creyentes, estamos doblemente atados porque también nos ha redimido (Prólogo del decálogo, Ex. 20:1; cf. 1 Co. 6:20; 1 P. 1:16-19). Finalmente, es el mismo Dios que juzgará a todas las naciones por el modelo de Sus preceptos. Cada persona podrá ser o bien encontrada en Cristo para ser justificada por Su perfecta obediencia y sacrificio por ella, o todavía en Adán para ser castigada por su caída representativa y sus pecados presentes contra los preceptos de Dios (Ap. 20:11-15; 21-8; 22:14-15). La condena, la sentencia y el castigo eterno de los pecadores en el infierno predicarán para siempre a toda la creación acerca de la autoridad divina de los preceptos de Dios.
LOS PRECEPTOS DE DIOS EXIGEN NUESTRA PLENA OBEDIENCIA
Comoquiera que los preceptos bíblicos poseen la propia autoridad de Dios, no solo exigen obediencia, sino obediencia diligente. Esta palabra es válida porque significa “aplicado con sensatez, con cuidado y esfuerzo constante, cuidadoso y asiduo” (Webster). Se deriva de una raíz francesa que significa “amar, deleitarse en” (NOAD). El término hebreo significa, “sumamente, con mucha fuerza, abundantemente” (TWOT 1134), y en este contexto seguramente signifique “constantemente, fielmente”. Cada una de Sus leyes debe ser cumplida, y guardada siempre y en toda circunstancia”,(Barnes, in loc.). La misma palabra en hebreo se encuentra en Deut. 6:5, “amarás a JEHOVÁ tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” [lit., “demasía”], y aquí,
Las tres partes … corazón, alma o vida, y demasía no significan esferas distintas de la psicología bíblica; más bien parecen ser semánticamente concéntricas [es decir, tres formas diferentes de referirse a la misma cosa para darle énfasis — DSM]. Fueron elegidos para reforzar la absoluta singularidad de la devoción personal hacia Dios. Un corazón así indica la intención o la voluntad de todo el conjunto del hombre; alma significa toda la individualidad, una unidad de carne, voluntad y viabilidad; y fuerzas acentúa el grado superlativo del compromiso total a Jehová (TWOT, in loc.).
Esta completa devoción produce obediencia plena, y en el grado en que falle nuestra obediencia a los preceptos bíblicos, así ocurre con nuestra devoción hacia Dios. Pero esta afirmación puede desorientar porque puede sugerir que no se puede agradar a Dios con menos que la plena y perfecta obediencia. La fuerza de todo este versículo va en contra de esta noción: “Tú encargaste que sean muy guardados tus mandamientos.” La divina autoridad no solo exige nuestra obediencia sino también la forma en que obedezcamos (ver Jer. 48:10) De Proverbios 16:2 el puritano Thomas Manton escribió:
Cuando Dios pesa una acción, pesa los espíritus; no considera solo el volumen o el asunto de la acción, sino el espíritu y con qué corazón se hizo. Un hombre puede pecar haciendo el bien, pero no puede pecar haciéndolo bien. Por consiguiente, la manera debe considerarse de la misma manera que el tema.
Y aplicando estas cosas, escribió:
“Corred de tal manera que lo obtengáis” (1 Co. 9:24). Nuestro deber no es solo correr, pero correr como de broma, sino con ímpetu. “Fervientes en espíritu, sirviendo al Señor” (Ro. 12:11). No se trata solo de servir al Señor; es bullir en espíritu, cuando nuestros afectos son tan fuertes que se derraman en nuestra vida: y “la oración eficaz” (Stg. 5:16) esa oración que contiene espíritu y vida. No se exige solo oración, sino fervor; no una devoción muerta y aletargada. Vemos en Lucas 8:18 que no solo se nos pide que “oigamos” sino que “veamos cómo oímos”, con qué reverencia y seriedad. Y Hechos 26:7 “las doce tribus sirvieron constantemente a Dios, de día y de noche”, que significa con el mayor grado de esfuerzo. En cuanto a la caridad, no es suficiente dar, sino que ha de ser con disposición y libremente. Estad listos para comunicar; como la miel debe gotear por su propia voluntad (Sermón V sobre Sal. 119:4).
Prestemos oído a estas fieles exhortaciones, queridos hermanos, o contristaremos al Espíritu de Dios y pondremos en peligro nuestras propias almas. Respetemos la autoridad de Dios que se halla detrás de Sus preceptos, y dejemos que el carácter de nuestra obediencia diligente, comprensiva y fervorosa muestre nuestra reverencia hacia Dios y Su Palabra. Amén.
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