El temor de Dios I: Primacía del temor de Dios en el pensamiento bíblico
El temor de Dios es uno de los grandes temas dominantes de las Santas Escrituras. Sin embargo, es un asunto con respecto al cual, hoy día, existe un silencio casi total. Fue una cuestión que destacó mucho en el pasado, tanto en el pensamiento como en la predicación de nuestros ancestros. Es interesante ver cómo ellos, cuando deseaban describir a alguien que resaltaba por una piedad poco habitual, con frecuencia lo hacían utilizando la expresión “persona temerosa de Dios”. El temor de Dios es el alma de la piedad. Si al cuerpo le quitas el alma, pasados unos días solo te quedará un fétido cadáver. Retira el temor de Dios de cualquier expresión de piedad y no obtendrás más que el apestoso cadáver del fariseísmo y una religiosidad estéril.
Para comenzar, consideremos la primacía del temor de Dios en el pensamiento bíblico. No se necesita tener un gran conocimiento para llegar a la conclusión de que el temor de Dios es un tema predominante en la Biblia. De hecho, armados de una concordancia relativamente buena y echándole aproximadamente una hora de tiempo, podrías exponer perfectamente el estudio que estoy presentando aquí. Si tomaras tu concordancia y buscaras la palabra “temor”, observarías que hay entre 150 y 175 referencias distintas y explícitas en cuanto al temor de Dios. Si añades a estas todos los ejemplos que dan las Escrituras, en los que se ilustra el temor de Dios aunque no se exprese de manera explícita, no exageramos si decimos que podríamos obtener perfectamente centenas de alusiones sobre el tema. ¿No es, pues, sorprendente que hoy día se pase absolutamente por alto un tema tan predominante, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, o que se trate de una manera tan superficial y descuidada? Confío en que, una vez hayamos captado algo de la primacía de este tema, no nos conformemos con un simple conocimiento o una ligera noción somera acerca del temor de Dios.
El temor de Dios en el Antiguo Testamento
Los libros de la Ley
Génesis 31: Génesis capítulo treinta y uno es, quizás, uno de los pasajes más significativos de todas las Escrituras ya que está relacionado con la primacía del temor de Dios en el pensamiento bíblico. En el versículo cuarenta y dos leemos: “Si el Dios de mi padre, Dios de Abraham, y temor de Isaac, no hubiera estado conmigo, ciertamente me hubieras enviado ahora con las manos vacías […]” (cf. v. 53). El nombre de Dios revela su carácter. Aquí, uno de los nombres que se atribuye a Dios como revelación de su carácter es “temor de Isaac”. Cuando se tiene una correcta comprensión de Dios, el verdadero temor bíblico de Él es, en gran medida, la respuesta adecuada a la revelación de su carácter que Él mismo denomina “temor de Isaac”. Si mi forma de comprender y entender a Dios no me conduce a temerle, como hizo Isaac, esto significa que no he captado correctamente quién es Dios. Él se identifica a sí mismo como el “temor de Isaac”.
Éxodo 18: Más adelante, en el libro de Éxodo, encontramos el relato del problema que tuvo Moisés cuando intentó gobernar a toda la nación de Israel sin ayuda de nadie, ocupándose incluso de muchas necesidades que surgieron y que exigían el juicio de una mente madura. Recordemos la sugerencia de Jetro, su suegro, quien le dijo que no debía llevar a cabo todo ese trabajo él solo y que tenía que compartir esa supervisión. Cuando pronunció los requisitos que debían reunir aquellos que cumplieran este papel de jueces en Israel, Éxodo 18:21 dice: “Además, escogerás de entre todo el pueblo hombres capaces, temerosos de Dios, hombres veraces que aborrezcan las ganancias deshonestas, y los pondrás sobre el pueblo como jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez”. De todos los requisitos que se podían imponer, con el fin de determinar la capacidad de esos hombres que debían administrar justicia en la poderosa nación en la que Israel se había convertido, el que ocupa el lugar más destacado y más importante es que tenían que ser personas temerosas de Dios. Si su característica primordial no era el temor de Dios, por mucho que tuvieran otras cualidades, no estaban cualificados para este papel tan relevante de administradores de la justicia ni para resolver los problemas que hubiese dentro de la nación de Israel.
El libro de Job
Cuando vamos al libro de Job, no vemos ya el trato de Dios con toda una nación para enseñarles el temor de Él, sino que pasamos a su relación con un santo individual del Antiguo Testamento. Este santo no era como los fariseos que se vanagloriaban de sus propios logros, supuestamente alcanzados en cuanto a la gracia. En este caso, era el propio Dios quien hacía alarde de lo que esta persona había alcanzado en lo que a la gracia se refería. El libro comienza con estas palabras: “Hubo un hombre en la tierra de Uz llamado Job; y era aquel hombre intachable, recto […]” (Job 1:1). Esta era la expresión aparente de su vida: “intachable y recto”. Y luego, tenemos el alma interna de esa vida: “temeroso de Dios”. Las pocas palabras del principio son una descripción de su comportamiento externo. Por así decirlo, es el cuerpo de un hombre piadoso; y luego, Dios nos dice que el alma de esa piedad era su temor de Dios. Este pensamiento queda recalcado en el versículo ocho: “Y el Señor dijo a Satanás: ¿Te has fijado en mi siervo Job? Porque no hay ninguno como él sobre la tierra, hombre intachable y recto, temeroso de Dios […]”. El alma de su piedad externa era este sentido profundo del temor de su Dios. En el versículo nueve leemos: “Respondió Satanás al Señor: ¿Acaso teme Job a Dios de balde?”. Dice: “Claro; Tú dices que el alma de su piedad es el temor de tu nombre, pero tiene otros motivos aparte de tu gloria.” Luego, toda la historia se va descubriendo a medida que Dios justifica sus afirmaciones acerca de su siervo Job. Pero vemos que la esencia de la piedad de Job —y la valoración que Dios hace de toda piedad verdadera— es que está impregnada por el temor de Dios.
Los Salmos
Salmo 2: Al observar el lugar central que se le da al temor de Dios en el Antiguo Testamento, consideremos a continuación el libro de los Salmos donde encontramos docenas de referencias en cuanto al temor de Dios. En el Salmo 2, Dios emite un mandamiento en relación a la exaltación de su Hijo: “Ahora pues, oh reyes, mostrad discernimiento; recibid amonestación, oh jueces de la tierra. Adorad al Señor con reverencia, y alegraos con temblor” (Salmo 2:10-11). Lo que Dios está diciendo es: “En vista de lo que he hecho con respecto a mi Hijo y el lugar central que le he asignado, la única respuesta correcta es un servicio llevado a cabo en el contexto de un temor piadoso”. “Adorad al Señor con reverencia”. Así pues, debemos decir que si la perspectiva que tenemos de Cristo y de su exaltación por decreto del Padre no nos induce a servirle en un clima de temor piadoso, no la hemos comprendido ni hemos respondido a ella de una forma correcta.
Salmo 67: Uno de los grandes Salmos de Evangelio, cuya visión es la proclamación del mensaje de la misericordia salvífica a todos los confines de la tierra, es el Salmo 67. En él, el salmista ruega que Dios tenga misericordia de él y del pueblo de su pacto con este fin: “[…] para que sea conocido en la tierra tu camino, entre todas las naciones tu salvación” (Salmo 67:2). ¿Y cuál será el resultado de que el mensaje de salvación de Dios llegue a todas las naciones? Encontramos la respuesta en el versículo 7: “Dios nos bendice, para que le teman todos los términos de la tierra”. En otras palabras, todo el propósito de que el Evangelio sea llevado por el pueblo del pacto de Dios es enseñar a las naciones el temor de Dios. Esto convierte el temor de Dios en una cuestión bien fundamental, ¿no es así? Dios expresa su determinación de bendecir a su pueblo para que ellos, a su vez, puedan ser de bendición a otros. Y Él declara su propósito en estas palabras: “Dios nos bendecirá y todas las naciones le temerán”. Obviamente no se trata de una cuestión secundaria cuando es algo tan fundamental en el pensamiento del salmista.
Salmo 103: El Salmo 103 contiene varias referencias al temor de Dios que tienen un hilo en común: nos enseñan que el temor de Dios es una característica indispensable del pueblo de Dios. Tanto es así que, cuando uno quiere describir al pueblo de Dios, se puede utilizar una frase sinónima: aquellos que son temerosos de Dios. El pueblo de Dios es el grupo de aquellos que temen a Dios. Observemos el versículo once: “Porque como están de altos los cielos sobre la tierra, así es de grande su misericordia para los que le temen”. ¿Acaso dice que su misericordia sea para todos los hombres? No. La idea de que el amor redentor de Dios sea un tipo de benevolencia general, que mane a borbotones y que vaya dirigida a todos los hombres no es lo que enseña el Espíritu Santo. El salmista dice aquí: “su misericordia está sobre los que le temen”. Su amor particular es para su pueblo. ¿Y quiénes componen ese pueblo sino aquellos que le temen? Si no hay temor de Él, no hay misericordia. El versículo trece hace una afirmación similar: “Como un padre se compadece de sus hijos, así se compadece el Señor de los que le temen”. Los “hijos” del Señor se encuentran en una relación paralela en este versículo con “aquellos que le temen”. “Los que le temen” es sinónimo de “sus hijos”. Esto me dice que si no tengo temor de Dios no tengo derecho a afirmar que estoy bajo el manto del amor redentor (v. 11); no tengo derecho a decir que soy uno de sus hijos (v. 13; cf. también el v. 17). Este tipo de paralelismo suele darse con frecuencia en los Salmos y demás poesía bíblica. El salmista concibe al pueblo de Dios como el grupo de aquellos que, en todos los casos, están marcados por esta característica del temor de Dios.
Los escritos de Salomón
Proverbios 1: Otro texto importante de las Escrituras, que está relacionado con el temor de Dios, es Proverbios 1:7. Salomón presenta el libro de Proverbios, en los primeros seis versículos, como un libro de texto lleno de sabios consejos y con un propósito múltiple. Luego, a medida que comienza a exponer el sendero que conduce a alcanzar el conocimiento y la sabiduría, justo al principio de su discurso, hace esta declaración: “El temor del Señor es el principio de la sabiduría; los necios desprecian la sabiduría y la instrucción”. En otras palabras, aprender a temer a Dios no solo es el A-B-C desde el que nos movemos para seguir con D-E-F-G-H, etc. No es tan simple como aprender a deletrear la palabra “gato” —es decir, una de las primeras palabras con las que se empieza el aprendizaje del deletreo— comparándolo a deletrear la palabra “anticonstitucionalmente*”. Más bien es la parte principal, así como el uso del abecedario no es algo que se deje en el olvido, sino que se convierte en la parte principal de todo nuestro aprendizaje. De este modo, cuando un hombre está estudiando el libro de física más complicado, estará manejando los mismos números y letras que aprendió en la guardería y en párvulos. Ahora bien; el libro de física puede contener composiciones complejas y confusas de esas letras y números, pero el físico trabaja con las mismas letras y números que aprendió a la edad de cuatro o cinco años. Del mismo modo, el temor de Dios es la parte principal del conocimiento. Es decir: no solo es el principio, sino que es lo que impregna toda la acumulación del conocimiento celestial en cada punto, a lo largo del camino. Dios dice que, sin la presencia de este temor, no hay verdadera sabiduría. El temor de Dios es la parte principal del conocimiento.
Eclesiastés 12: Después, nos vamos al libro de Eclesiastés y oímos a ese hombre que analizó todas las vías posibles por las que un hombre puede transitar para encontrar el significado de la vida y para hallar la satisfacción en ella. En algunos momentos, es posible que hayas considerado descender por alguno de esos senderos y, algunas veces, estos parecen ser dulces caminos, como le ocurrió a este hombre al principio. Pero, a medida que fue yendo hacia el final de cada uno de esos caminos, vio que no eran más que vanidad y aflicción; de repente, llega a esta conclusión en los últimos versículos del capítulo final:
“La conclusión, cuando todo se ha oído, es esta: teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto concierne a toda persona. Porque Dios traerá toda obra a juicio, junto con todo lo oculto, sea bueno o sea malo” (Eclesiastés 12:13-14).
___________________ ________________________________________________
* Esta es la palabra más larga según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española
Este es el verdadero significado de la vida. Aquí es donde ves de qué trata la vida realmente. ¿Cuál es el resumen de la totalidad del deber del hombre? ¿Cómo se llega a encontrar el verdadero sentido de la vida? De esta manera: “Teme a Dios y guarda sus mandamientos”.
Los Profetas
Isaías 11: En el libro de Isaías tenemos una hermosa profecía sobre el Mesías que saldría del tronco de Isaí:
“Y brotará un retoño del tronco de Isaí, y un vástago de sus raíces dará fruto. Y reposará sobre Él el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor del Señor. Se deleitará en el temor del Señor, y no juzgará por lo que vean sus ojos, ni sentenciará por lo que oigan sus oídos” (Isaías 11:1-3).
Aquí tenemos una declaración explícita de que el Espíritu descendería sobre el Mesías, como ocurrió de hecho en las aguas del Jordán. E Isaías dice que vendría sobre Él no solo como Espíritu de fuerza y de poder —por medio del cual resucitó a los muertos, abrió los oídos de los sordos y soltó la lengua de los mudos—, sino que estaría sobre Él como el Espíritu del temor del Señor. Y este concepto es justamente el aspecto del ministerio del Espíritu que se amplía en el versículo tres: “Se deleitará en el temor del Señor”. El profeta predice que el aspecto predominante del propio carácter del Mesías sería que viviría, se movería y se deleitaría en el temor del Señor.
Jeremías 32: En Jeremías treinta y dos, Jeremías habla de ese Nuevo Pacto que el Mesías introduciría por medio de sus propios sufrimientos y su muerte. Este pacto está sellado y ratificado por la sangre de Cristo, como se expresa en Hebreos capítulos ocho y diez (en los que se cita Jeremías 31 y 32, así como Ezequiel 36). Observemos lo que, por medio del profeta, Dios dice que ocurrirá cuando las bendiciones del Nuevo Pacto vengan sobre los hombres:
“Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios; y les daré un solo corazón y un solo camino, para que me teman siempre, para bien de ellos y de sus hijos después de ellos, para hacerles bien, e infundiré mi temor en sus corazones para que no se aparten de mí” (Jeremías 32:38-40)
Dios dice: el propósito total por el cual obraré con tanto poder en este Nuevo Pacto es para infundir mi temor dentro del corazón de mi pueblo con el fin de que no se aparten de mi.
¿Crees que eres beneficiario de las bendiciones del Nuevo Pacto? ¿Frecuentas la Cena del Señor, donde tomas los símbolos que representan la sangre de ese pacto? Dios dice que si has compartido en tu interior los beneficios de ese pacto, la característica predominante —o una de las características dominantes— de tu vida será que el temor de Dios te retendrá. Pero si eres un extraño con respecto a ese temor, entonces también lo eres para las bendiciones del Nuevo Pacto; sigues en tus pecados; estás bajo la ira del Dios Todopoderoso. La razón es que, cada vez que los beneficios del Nuevo Pacto se aplican con poder por medio del Espíritu, Dios dice que lo hace de tal modo que infunde su temor en el corazón. El temor de Dios es un tema primordial en el propio Nuevo Pacto.
A la vista de este puñado de referencias, tomadas de entre las docenas que se pueden encontrar en el Antiguo Testamento, debemos concluir que el temor de Dios, sea lo que sea, es un tema predominante en el Antiguo Testamento. No se trata de una virtud secundaria, sino que es absolutamente esencial en la obra salvífica de Dios.
Pero podríamos imaginar la objeción de alguno: “¡Ah, sí! Pero eso forma parte de la oscura y misteriosa religión del Antiguo Testamento. Ahora, en el Nuevo Testamento, tenemos la plena revelación del amor y de la misericordia de Dios en Jesucristo. Así como los símbolos y las sombras de la sangre de los toros, los carneros y las novillas han sido absorbidos en Cristo, de igual forma, el oscuro y azaroso concepto del temor de Dios como característica dominante de la adoración ha dado paso a la radiante y alegre cualidad del gozo del Señor”. ¿Es esto cierto? Veamos si el Nuevo Testamento en sí respalda semejante pensamiento.
El temor de Dios en el Nuevo Testamento
Los Evangelios
¿Qué encontramos cuando buscamos en el Nuevo Testamento? Poco después de la concepción del Señor Jesús en el vientre de su madre, ¿recuerdas que María fue a hacerle una visita a Elisabeth? Al llegar a la casa de Zacarías esta fue llena del Espíritu Santo y prorrumpió en lo que se ha denominado comúnmente el “Magnificat”. El testimonio de María, en este himno de alabanza, es reconocer que en el trato de Dios con ella hay una ilustración de un principio que ha sido característico en el trato de Dios con su pueblo a lo largo de los siglos, y a través de Aquel que ella lleva ahora en su seno. María ve que lo que Dios está haciendo con ella no es más que una ilustración de lo que siempre ha hecho con su pueblo y lo que seguirá haciendo por medio de la venida del Hijo de Dios. Este es su testimonio: “Porque grandes cosas me ha hecho el Poderoso; y santo es su nombre” (Lucas 1:49). El modo de obrar de Dios es mostrar misericordia a aquellos que le temen. María ve la misericordia de Dios para con ella como una ilustración de este principio que seguirá operando cuando el Mesías venga y lleve a cabo su misión.
¿Cuál fue la enseñanza de nuestro Señor? Si fuese cierto que su presencia debía hacer que los hombres no temieran más a Dios, y que se limitaran a regocijarse en Dios y a amarle, lo lógico sería verle disuadiéndoles de todo lo que se pareciera al temor y especialmente a aquello cuyo contenido fuese el temor que conlleva terror. Como veremos en nuestra definición, hay dos aspectos básicos en el temor de Dios, de igual manera que lo hay en todo temor humano. Existe un temor de terror y también un temor de sobrecogimiento. Uno hace que nos retiremos del objeto del terror y el otro nos atrae a ese objeto que nos produce esa sensación de sobrecogimiento. La enseñanza de nuestro Señor deja muy claro que ambos aspectos están incluidos en un temor sano de Dios, incluso este elemento de terror. En Mateo 10:28, cuando habla a sus doce discípulos, dice: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno”. La misión de Cristo no era eliminar el temor de Dios. En lugar de ello, Él lo reforzó, exhortando o mandando (el verbo se encuentra en el modo imperativo) a sus discípulos que procuraran tener en su corazón el temor que incluye hasta ese elemento de terror de lo que Dios puede hacer, si se cae en sus manos teniendo los pecados a cuestas. Él no vino a negar el temor de Dios; vino a reforzarlo. En nuestros siguientes análisis veremos que, así como había razones en la misteriosa revelación de Dios en el Antiguo Testamento para temerle, la revelación más completa en el Nuevo Pacto no ha hecho más que intensificar la obligación de un temor piadoso.
El libro de los Hechos de los Apóstoles
Lucas nos da una descripción de la madurez de la Iglesia Primitiva y de la bendición de Dios sobre ella. Observad la hermosa fusión de las cosas que tan a menudo nosotros separaríamos, pero que Dios reúne. Después de la conversión de Saulo, que había hecho estragos en la Iglesia, leemos en Hechos 9:31: “Entretanto la iglesia gozaba de paz por toda Judea, Galilea y Samaria, y era edificada, y andando en el temor del señor y en la fortaleza del Espíritu Santo, seguía creciendo”. Es posible que tengamos tendencia a pensar que, donde se halla la fortaleza del Espíritu Santo, se puede negar el temor de Dios; y, a la inversa, donde exista el temor de Dios se niegue la fortaleza del Espíritu. Pero esto no es así en absoluto ya que el Espíritu que estaba sobre el Mesías, que Él recibió en abundancia y que, ahora, Él mismo derrama sobre su Iglesia es, según Isaías 11:2: “[…] espíritu […] de temor del Señor”. Y así como el temor del Señor caracterizó a nuestro propio Señor Jesucristo, cuanto más llena está su Iglesia del Espíritu de Jesús más reflejará el temor del Señor.
Las Epístolas
Ahora vayamos a las epístolas del Nuevo Testamento. Pablo escribió en 2 Corintios 7:1: “Por tanto, amados, teniendo estas promesas, limpiémonos de toda inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”. ¿Queda pecado en la vida del creyente y hay que ocuparse de ello? ¿Se espera, por una parte, que mortifique las obras de la carne y, por la otra, que cultive toda gracia que le conduzca a una conformidad más aproximada de Jesucristo? Todo cristiano inteligente contestaría que sí. Entonces, ¿cómo se debe hacer esto? ¿Cuál es la explicación predominante? ¿Debemos pensar que cuanto más santo sea, más dones recibiré cuando me presente delante del Señor? ¿Quiere esto decir que cuanto más lleno esté del Espíritu, más gozo, felicidad, paz y vitalidad tendré? Existe ciertamente algún elemento de verdad en ambas cosas, pero se me ocurre que ninguna de las dos debe ser el pensamiento predominante. De acuerdo con las palabras de Pablo, en 2 Corintios 7:1, los más altos logros en la santidad y la piedad prácticas se deben conseguir, y buscar, en la atmósfera del temor de Dios.
La forma en la que nos conducimos en nuestras relaciones interpersonales es de suprema importancia para conseguir una piedad práctica. La “devoción” que te hace quedar mal con tu jefe, como un grosero delante de tu esposa, como una persona desagradable con tu marido o como un insolente con tus padres no es piedad en absoluto. La santidad y la piedad de la Biblia son cosas intensamente prácticas que salen a flote, con más claridad, en la interacción interpersonal de tus relaciones humanas más profundas, ya sea en la familia, en el lugar de trabajo o en la escuela. Nuestra santidad y nuestro progreso en la santificación deben verse en esas relaciones. A medida que buscamos un grado más alto de santidad en esas relaciones, ¿cuál debe ser la característica dominante? En Efesios 5:21 y siguientes versículos, Pablo toca el ambiente o el contexto del hogar, la relación entre el marido y la esposa, la relación de los padres con los hijos. Observa lo que dice cuando introduce el tema en el versículo veintiuno: “Sometiéndoos unos a otros en el temor de Cristo”. Y sigue con directrices específicas para maridos y mujeres: “Las mujeres estén sometidas a sus propios maridos, […]. Maridos, amad a vuestras mujeres” (vv. 22, 25). Luego, a los hijos: “Hijos, obedeced a vuestros padres” (6:1). Todos estos mandamientos, en cuanto a los pormenores de la piedad práctica en las relaciones interpersonales del hogar, se expresan en el marco del temor de Cristo. Por consiguiente, cualquier intento de seguir basándose en la santidad en lo que respecta a esas relaciones, ignorando esta idea del temor de Cristo, queda por debajo de lo que se nos expone en la Palabra de Dios.
En Filipenses 2:12, Pablo ordena a los creyentes en Filipo que se ocupen de su salvación: “Así que, amados míos, tal como siempre habéis obedecido, no solo en mi presencia, sino ahora mucho más en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor”. ¿En qué contexto deben ocuparse de ella? En el temor: “temor y temblor”. Ahora pregunto: ¿de dónde sacamos esa idea de que aquellos que van dando saltos de alegría, de mucho gozo, sean los más espirituales? No; la fórmula de Pablo es que nuestra salvación debe llevarse a cabo en una atmósfera de piadoso “temor y temblor”. Cualquiera que se esté ocupando de su salvación en cualquier otro marco lo estará haciendo en un contexto que la Palabra de Dios no autoriza.
¿Pero debe continuar esto así a lo largo de toda la vida del cristiano? ¿No podrá nunca llegar a un punto en el que ya no se sienta obligado a sentir el temor de Dios? Permitamos que sea el Apóstol Pedro quien conteste esta pregunta. Hemos considerado las palabras de nuestro Señor; hemos visto las palabras del Apóstol Pablo; y ahora vemos que Pedro dice lo mismo. Habla de ello en un contexto de lo más interesante. En 1 Pedro 1:17 dice: “Y si invocáis como Padre a aquel que imparcialmente juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor durante el tiempo de vuestra peregrinación”. Aquí podría surgir la siguiente pregunta: “¿pero si uno tiene una seguridad verdadera de haber sido salvo por la sangre de Cristo, no niega esto el temor de Dios?” No, porque Pedro dice en el versículo siguiente: “Sabiendo que no fuisteis redimidos de vuestra vana manera de vivir heredada de vuestros padres con cosas perecederas como oro o plata, sino con sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha, la sangre de Cristo (1 Pedro 1:18-19). Dice que el conocimiento que tenemos de haber sido redimidos, a un precio tan terrible, intensificará la realidad del temor de Dios; no lo negará. El propio argumento que utiliza, para reforzar la necesidad de andar en temor piadoso, es el hecho de que conozcamos que hemos sido redimidos por la preciosa sangre de Cristo. Debemos pasar todo el tiempo de nuestra peregrinación en temor. De modo que, en cualquier punto de mi vida cristiana, desde el momento en que respiro mi primer soplo de vida como nueva criatura en Cristo, hasta el momento en el que el Señor venga a llevarme a casa, mi peregrinación debería estar marcada por el temor de Dios.
El libro del Apocalipsis
El temor de Dios es tan fundamental para la piedad que, hasta la eternidad, incluso después de haber purgado las últimas reminiscencias del pecado en el creyente, seguiremos teniendo temor de Dios. Nuestras dos últimas referencias están tomadas de Apocalipsis 15. Aquí, en los versículos dos y tres, en un lenguaje simbólico se nos presenta a los redimidos de Dios:
“Vi también como un mar de cristal mezclado con fuego, y a los que habían salido victoriosos sobre la bestia, sobre su imagen y sobre el número de su nombre, en pie sobre el mar de cristal, con arpas de Dios. Y cantaban el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: ¡Grandes y maravillosas son tus obras, oh Señor Dios, Todopoderoso!
En vista de la maravilla de estas obras y de la justicia de sus caminos, ¿cuál debería ser la respuesta, incluso de los redimidos, allí ante su presencia? El versículo cuatro nos da la respuesta: “¡Oh Señor! ¿Quién no te temerá y glorificará tu nombre?”. El temor de Dios marcará la adoración de los redimidos aun en su presencia.
Un himno similar de alabanza se recoge en el capítulo diecinueve del libro de Apocalipsis, versículos cuatro y cinco:
“Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron y adoraron a Dios, que está sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya! Y del trono salió una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, los que le teméis, los pequeños y los grandes”.
¿Cómo se les caracteriza aquí en este entorno en el que su redención ya es completa? Se les denomina “los que le temen”. Su temor de Dios se resalta como la característica destacada que identifica a los siervos de Dios, aun de aquellos que han empezado a experimentar el cumplimiento de los propósitos redentores de Dios en ellos.
Conclusiones sacadas del testimonio bíblico
¿A qué conclusión podemos llegar a la luz de estos textos fundamentales, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo? En primer lugar, creo que está justificado que concluyamos diciendo que estar desprovisto del temor de Dios es carecer de la religión bíblica. No importa cuántos conocimientos tengamos de la Biblia; no importa cuántas promesas afirmemos creer; a la luz de estos textos de las Escrituras, si no sabemos lo que representa el temor de Dios en nuestro corazón y en nuestra vida, no conocemos lo principal de la religión bíblica de una forma experimental. Esta es una conclusión muy seria, pero no se puede sacar otra menos grave de estas referencias de las Escrituras. Dado que Jesucristo es la suma y la sustancia de la religión bíblica, y que el Espíritu que le fue dado y que Él mismo envió es el Espíritu del temor de Dios, carecer de ese temor de Dios significa no tener el Espíritu de Cristo. Romanos 8:8 dice que si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él. Si esta enseñanza nos resulta extraña y si nos deja completamente perplejos, necesitamos hacer una seria reflexión. Necesitamos examinar las Escrituras y clamar a Dios diciendo: “Señor, enséñame lo que es tener temor de ti, porque veo que si carezco de él, no tengo un religión que sea verdaderamente salvífica”. Seremos extraños con respecto al Nuevo Pacto.
La segunda conclusión justificada que podemos hacer es la siguiente: la medida de crecimiento de cualquier individuo o de cualquier iglesia es el grado hasta el que esa persona o esa iglesia aumente su temor de Dios. La Biblia habla de Hananías en Nehemías 7:2 y dice que era un hombre “temeroso de Dios más que muchos”. Su estatura espiritual, como hombre de una madurez espiritual, sabiduría y piedad a un nivel excepcional se debía en gran medida al hecho de que temía a Dios más que muchos.
En tercer lugar, ignorar lo que significa el temor de Dios es no saber lo que es la doctrina básica y esencial de la religión revelada. En nuestros días, en este siglo, hay indudablemente muchos cristianos genuinos que, no obstante, tienen una comprensión tristemente deficiente del concepto del temor de Dios. No es algo que les resulte extraño en su experiencia, pero en su mente no tienen muy claro lo que significa temer a Dios. ¿Formas parte de esos cristianos? Dado que el crecimiento en la gracia va siempre unido al del conocimiento, es primordial que te entregues a la oración ferviente y al estudio para que puedas tener una comprensión más clara del temor de Dios que, a su vez, te conducirá a un crecimiento y desarrollo cristiano adicional.
Derechos Reservados.