Una oración para todos Parte III
C.H. Spurgeon
Entonces ella vino y se postro ante Él, diciendo: “¡Señor ayúdame!” (Mateo 15:25).
Nuestro texto relata un caso de verdadera angustia y nos muestra la oración de una mujer en agonía. Quiero hablar especialmente sobre la oración de esta mujer.
Ahora, por algunos minutos, les invito queridos amigos a que ADMIREN CÓMO ESTA MUJER HIZO SUYO EL CASO DE SU HIJA.
Le recomiendo a aquellos que procuran la conversión de otros que sigan su ejemplo. Noten que ella no oró, “Señor, ayuda a mi hija,” sino, “Señor, ayúdame a mí.” Al principio rogó por su hija explicando las circunstancias de su caso; pero a medida que la intensidad y el fervor de su suplica crecía, parecía ya no haber diferencia entre la madre y la hija. La madre absorbió a la hija; el gran corazón de la suplicante parecía abrigar a aquella por la que suplicaba con tanta agonía: “Señor, ayúdame.” ¿Comprendes la idea? Cuando ruegas a Dios por tu clase de escuela dominical, no es sólo María, Yaneth y Sara por quienes oras, sino que tú incorporas a todas esas niñas dentro de tu corazón, y por lo tanto ruegas, “Señor, ayúdame.” Y tú, mi hermano, necesitas llegar al punto en el que si en verdad vas a prevalecer con tus estudiantes, ya no estarás clamando por Juan, Tomás y Guillermo solamente, sino que te debes identificar con ellos de tal forma que si están perdidos, sientas como si tú también lo estuvieras, y si son salvos, sientas como si también se te a concedido un cielo por cada uno de ellos que va al cielo.
Cuando Eliseo resucitó al hijo de la sunamita, “él se tendió sobre el niño, poniendo su boca sobre la boca de él, y sus ojos sobre sus ojos, y sus manos sobre las manos suyas” (2 Rey. 4.34). Al hacer esto, en cierta forma, ellos se hicieron uno, y entonces una nueva vida vino al niño muerto a través del profeta. Esta es la forma de orar por nuestros estudiantes y oyentes. Estoy seguro que si un ministro quiere conversiones, tiene que identificarse con su gente. Hay gente que se confunde por la oración de Moisés por Israel cuando dijo, “te ruego que perdones ahora su pecado, y si no ráeme de tu libro que has escrito” (Ex. 32.32). Ellos preguntan por qué Pablo deseaba ser separado de Cristo por sus hermanos, sus parientes según la carne. Pero no hay motivo de confusión si llegas a sentir al menos una vez, un amor tan intenso por las almas de los hombres, que si fuera necesario arriesgarías tu salvación y la tendrías en poco con tal de traer a la gente a los pies del Salvador. Un hombre que nunca ha sentido esa disposición no conoce aún lo que es el verdadero latido del corazón de un pastor. El hombre que, si es necesario, no ofrece su vida por el rebaño, no ha sido llamado a ser pastor. Cuando llegas a ese punto, entonces vendrá la bendición. “Señor, ayúdame-ayúdame a mí; porque dentro de mí llevo a esa gente por la cual te ofrezco mi oración.”
En último lugar-y ésta es la parte principal de mi tema-QUIERO QUE ADMIREN LA ORACIÓN DE ESTA MUJER
Al comenzar mi discurso señalé lo compacto de esta oración y lo libre que está de palabras superfluas. Ahora les pido nuevamente que la admiren por la misma razón. Noten que aquí se pide todo con una sola palabra:. “ayúdame.” Me parece que ésta es una oración exhaustiva porque aunque solo usa es un pequeño verbo, es un verbo que implica mucho más de lo que aparenta a primera vista. Cuando la mujer dice, “Señor, ayúdame,” ella no está pensando en lo que nosotros usualmente pensamos al pedir ayuda, es decir, “Señor, haz algo por mí, y yo haré el resto.” Ella no podía hacer nada para expulsar el demonio de su hija, así que cuando ella dice, ‘ayúdame’ está diciendo, “Señor, hazlo todo,” porque ésa es la clase de ayuda que Cristo da.
¿Han oído ustedes hablar del tonto que tuvo el suficiente sentido para entender el evangelio? Alguien le dijo, “¿Cómo fuiste salvo, Juan? y él respondió, “¡Oh, Jesucristo hizo su parte y yo hice el resto!” “Pero dime Juan, ¿Qué es lo que tú hiciste?” “Bueno,” dijo Juan, “Jesucristo me salvó, y yo hice todo lo que pude para evitarlo.” Esto es todo ‘el resto’ que nosotros hacemos. En realidad, nosotros no ayudamos nada en cuanto a nuestra salvación, porque no podemos; es la obra de Cristo de principio a fin, y todo se debe a la gracia de Dios. ¡Bendita sea la soberana gracia de Dios!
Pero esa palabra ‘ayúdame’ sólo quería decir esto: “Señor, ¿harás tú lo que se necesita? Yo estoy en un terrible dilema; no puedo curar a mi pobre hija y no puedo orar por ella como debe ser. Tú casi me hiciste callar cuando dijiste, ‘no soy enviado,’ pero ‘Señor, ayúdame’. Enséñame qué pedir, enséñame cómo pedirlo, enséñame qué pensar, enséñame qué hacer. Nunca ha habido alguien necesitado que pase por lo que yo estoy pasando. Señor, rescátame, salva a mi pobre hija.” Esto era pedirlo todo con una sola expresión que a primera vista no parecía significar mucho-“Señor, ayúdame.”
Y si lo notan, esta oración unió a la pobre mujer y a Cristo. Aquí está la conexión: “Señor, ayúdame.” Algunos de ustedes pobres criaturas, quieren unirse a Cristo haciendo algo por Él. Eso es una enorme tarea; jamás lo van a lograr de esa manera. La única forma es que Él se incline y haga algo por ustedes. De esta forma se unirán, tendrán comunión con Él, y si se someten a este arreglo, Él les dará lo que necesitan, y se los dará gratuitamente. Estos deben ser los términos-que Él, de principio a fin, lo haga todo, sea todo y tenga toda la gloria. Si ustedes aceptan esta condición, la asociación comenzará de inmediato, y qué bendita será esa asociación: el Señor y ustedes unidos por esa pequeña expresión, “ayúdame”-“Señor, ayúdame.”
Si quieres tener éxito como esta mujer, tienes que imitar su perseverancia a pesar de la aparente negativa de Cristo a ayudarla. Esta es una lección que encontramos en otras partes de la Escritura.
Aquella mujer que obtuvo justicia del juez injusto era una viuda y no pudo ser rechazada por causa de su importunidad. El hombre que consiguió pan a la medianoche tuvo éxito porque insistió en tocar la puerta hasta que su amigo se levantó de su cama y le dio lo que pedía. ¡Oh, amado, ruégale a Dios! Clama diligentemente; implora ser salvo como lo harías si de eso dependiera tu vida; levanta esta súplica:
Dios de Gracia, inclina tu oído
Atiende y dame lo que pido
Escucha, sin cesar requiero,
Dame a Cristo o sin Él muero.
Riqueza y honor desdeño,
Pues todo es un falso sueño,
Del mundo yo nada espero,
Dame a Cristo o sin Él muero.
Si pides esto, ten la seguridad que tendrás a Cristo, pues Él nunca rechaza una súplica así.
Finalmente, queridos amigos, les recomiendo esta oración porque es muy útil y práctica. Tú puedes usarla cuando estés apurado, cuando estés ansioso y cuando no tengas tiempo para arrodillarte. Puedes usarla en el púlpito si vas a predicar, cuando estés abriendo tu tienda o cuando te levantes en la mañana. Es una oración tan útil y práctica que me cuesta pensar alguna circunstancia en la que no puedas orar: “Señor, ayúdame.” Cuando te encuentres frente a una gran emergencia, puedes usarla como si fuese la mejor oración jamás concebida. ¿Estás sufriendo mucho? ¿Caes a veces sobre tu almohada sintiendo que ya no puedes más? ¿No te parece natural entonces orar, “Señor, ayúdame”? ¿Te despiertas a veces por la noche? ¿Cuentas las horas en tu reloj cuando sufres? ¡Oh! Entonces sé que vas a experimentar cuán buena es esta oración en el medio de la noche: “Señor, ayúdame.” ¿Te despiertas en la mañana tan cansado como cuando te fuiste a acostar? ¿Estás perdiendo gradualmente tus fuerzas? ¿Estás desgastándote poco a poco? ¿Te han dicho que pronto dejarás de ser? ¡Oh! Entonces, al ritmo del tic-tac del reloj, déjame recordarte esta oración: “Señor, ayúdame.” Esta oración es para la mujer enferma, para el niño enfermo y para el hombre enfermo. Se ajusta bien a cualquier persona en momentos así.
¿Hay alguien que esté perdiendo grandes cantidades de dinero en estos momentos? ¿Están mal los negocios? ¿Estás sin trabajo? ¿Has caminado las calles de arriba abajo, gastando tus zapatos sin encontrar nada? Creo que esta oración te viene bien a ti hoy y todo el día de mañana: “Señor, ayúdame; Señor, ayúdame.” Él puede hacerlo, tú lo sabes. Las llaves de la providencia no han sido quitadas de su mano. Él sabe cómo librar a los justos de sus angustias. Ve a Él con esta oración, “Señor, ayúdame.”
¿Está alguno de ustedes acosado por circunstancias externas que son peculiarmente peligrosas? ¿Estás siendo tentado por Satanás? ¿Atraviesas alguna prueba dificil? ¿Están tus pies resbalando? Aquí está la oración que te sostendrá y te guardará de caer: “Señor, ayúdame.”
“No,” dirá alguien, “usted no ha tocado mi caso aún.” Talvez estás comenzando en un nuevo trabajo, o iniciando nuevos proyectos y te preguntas cómo podrás llenar el lugar que fue ocupado tan bien por la persona que estuvo antes de ti. Bueno, no te metas a ese lugar sin esta oración: “Señor, ayúdame.” Si oras esta oración de corazón, recibirás ayuda, tendrás coraje y harás lo que honra a Dios y su verdad. Posiblemente estás en una situación sumamente conflictiva donde tus fuerzas fisicas se han desgastado y tu mente se deprime por la fricción y el esfuerzo de una cruel servidumbre. Bien, si no puedes salir de eso, ora al Señor que te ayude a salir de allí y deja que tu constante clamor sea, “Señor, ayúdame.” Es maravilloso como Él ayuda y dirige a su pueblo.
y tú, joven hermano que estás junto a la puerta, tú que entraste aquí esperando recibir un mensaje que te guíe en tu presente dificultad; aquí está el mensaje. Ve a tu casa y ora a Dios sobre ello y recibirás dirección. Deja que éste sea tu clamor: “Señor, ayúdame; Señor, ayúdame” y Él te ayudará. ¿Hay aquí una preciosa joven que quiere encontrar a Cristo? Te doy esta pequeña oración para que la hagas: “Señor, ayúdame.” ¿Hay un hombre canoso, apoyado sobre su bastón que aún no ha encontrado a su Salvador? Entonces, mientras te sientas en la banca, clama, “Hijo de David, Señor Jesucristo, ayúdame y sálvame” y Él te salvará.
Esta oración sirve para vivir con ella y también para morir. Es una oración para los que usualmente adoran en este lugar, pero también para la gente en las calles a nuestro alrededor. Es una oración para todos y para cualquier lugar donde te encuentres: “Señor, ayúdame.” ¡Bendito sea Su Nombre, el Señor responderá esta oración! Él ha ayudado a su pueblo; Él sigue siendo el ayudador de Israel y lo ayudará hasta el fin. Por lo tanto, confia en Él y sigue hacia delante con confianza en el futuro; ¡y que Su presencia llena de gracia sea contigo por siempre! Amén.
Todos los artículos en esta serie:
Una oración para todos Parte I
Una oración para todos Parte II
Una oración para todos Parte III