¿Qué ocurre en la Cena del Señor? Parte II
Una vez considerados los compromisos de Cristo y del Espíritu Santo en la Cena del Señor, primera parte, consideremos ahora a otros dos “actores” que comparten la comunión de la Santa Cena.
Consideremos el acto que llevamos a cabo en memoria de Él. “Recordar” significa mucho más que acordarse simplemente de un acontecimiento pasado. Significa más que repetir mentalmente una doctrina ortodoxa con respecto a Jesús y a su muerte expiatoria. Ciertamente implica todo esto, pero “recordar” es mucho más que esto. Es el tipo de recordatorio que se hacía junto con la Pascua. En memoria; traemos el acontecimiento pasado al presente y nos identificamos con ese suceso de manera que este llega a caracterizarnos y vivimos como si experimentásemos aquello que se está rememorando. ¿Y cómo “recordamos”? Hacemos esto: celebramos la Cena del Señor. Cuando hacemos esto en memoria de Jesús, recordando especialmente su cuerpo partido y la sangre derramada, abrazamos la obra de Jesús en la cruz y su victoriosa resurrección como la realidad que caracteriza nuestra vida. Nos identificamos con Jesús de forma que ahora vivimos ahora como aquellos que han muerto con Él, han sido enterrados con Él y han resucitado triunfantemente con Él. Su experiencia se recuerda en un sentido redentor que tiene que ver con el pacto, como liberación característica que ahora determina la forma en la que conocemos a Dios, en la que le adoramos, en la que experimentamos su salvación, y que ahora vivimos para Él. Recordamos cuando hacemos esto, cuando celebramos la Santa cena; no se trata de una forma de comer física y evidente. Cuando lo hacemos como recordatorio, cuando comemos y bebemos como actos físicos que describen los actos de fe del alma por medio de los cuales la fe come y bebe de Cristo, como verdadero alimento de vida eterna (cf. Jn. 6:53-58). Esto significa que somos activos en la Cena del Señor. Llevamos a cabo el acto de una fe viva, informada por el Evangelio y capacitada por el Espíritu para orar, para estar en contacto con Jesús y devolverle expresiones del amor que Él nos transmite a nosotros en su Santa Cena. Este acto de fe da por sentado que estamos vivos en el Espíritu, que hemos sido regenerados y que, por tanto, somos capaces de comer y beber con fe. Es de Cristo de quien se alimenta nuestra fe, especialmente del Cristo que se dio por nosotros como sacrificio expiatorio. Nuestra unión no se limita al ejemplo de Jesús, o a sus enseñanzas, sino al propio Jesús como nuestro Salvador y Señor. En la presencia de Cristo nos vemos obligados a examinar nuestro interior, a renovar nuestro pacto de adhesión con Jesús, a afirmar que solo Él es nuestro Dios. El Espíritu nos enseña a crecer en un nuevo arrepentimiento y a alejarnos de cualquier cosa que le pueda producir dolor o que sea un estorbo a nuestro proceso de maduración en gracia y conformidad a Cristo. El Espíritu Santo nos transmite a Cristo y las bendiciones de la salvación del Nuevo Pacto. A medida que lo hace, nos incita a una mayor santidad y nos purifica para que nuestro servicio sea más amplio y más fructífero. Cuando experimentamos que Jesús nos ama y le devolvemos ese amor a Él, el Espíritu nos enseña a amarnos los unos a los otros, porque la Santa Cena es una ordenanza corporativa de la Iglesia reunida. Como cuerpo, nos reunimos alrededor de la Santa Cena de Jesús, sentados como hermanos y hermanas, adoptados en su familia. La Cena del Señor sirve para definirnos y distinguirnos del mundo del que hemos sido sacados y salvados. Ya no nos sentamos más a la mesa de los demonios sacrificando a los ídolos de este tiempo (cf. 1 Co. 10:19-21). Como hijos de Dios, estamos aprendiendo el amor del Evangelio y a ser celosos para andar de una manera digna de la vocación con que [hemos] sido llamados, con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos unos a otros en amor, esforzándoos por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. (Ef. 4:1-3). Juntos como un cuerpo, la muerte del Señor proclamamos hasta que él vuelva. (1 Co. 11:26).cualquiera que sea el aspecto de la verdad bíblica que hayamos aprendido del ministerio de la Palabra, la Santa cena siempre nos lleva de Nuevo a los rudimentos fundamentales del Evangelio. Fuimos pecadores y hemos sido salvados. Somos receptores de la gracia. Somos herederos de Dios y coherederos con Cristo quien recibió el Espíritu como depósito de nuestra herencia eterna. Por fe, ya podemos tener contacto con Cristo y probar, y ver que el Señor es bueno.
Debemos considerar los actos de alguien más en la Cena del Señor: de nuestro Padre. El acto al que me refiero es el deleite que el Padre tiene en su Hijo, que está amorosamente unido a su Esposa, que el Espíritu mantiene viva y santa. En unión con Cristo, se nos lleva al gozo que el Padre tiene por su Hijo; el Padre nos ama con el amor que tiene hacia el propio Jesús (cf. Jn. 17:26). En la Cena del Señor tenemos un anticipo de ese banquete glorioso y escatológico que disfrutaremos con Cristo para honra del Padre. Los propósitos de Dios para la creación y para enviarnos a su Hijo a que salvara a los pecadores y los introdujera en su gozo son cosas que gustamos con creces cuando, en la paz y la unidad del Espíritu, en comunión con Jesús, experimentamos el amor que el Padre siente por nosotros para gloria de Cristo. Ciertamente, al estar juntos en la Santa Cena de Jesús, la oración de Pablo queda contestada: “Que os conceda, conforme a las riquezas de su gloria, ser fortalecidos con poder por su Espíritu en el hombre interior, de manera que Cristo more por la fe en vuestros corazones; y que arraigados y cimentados en amor, seáis capaces de comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y de conocer el amor de Cristo que sobrepasa el conocimiento, para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios” (Ef. 3:16-19).
Hagamos esto en memoria de Él y recibamos el amor activo del Hijo, del Espíritu y del Padre. Acerquémonos a la Santa Cena, amemos a Jesús con fe y aprendamos de Él cómo darnos su amor los unos a los otros. “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo” (Ap. 3:20). ¡¡Jesús cenará con nosotros!! El término griego es el mismo que se utiliza cuando se habla de la Cena del Señor. ¿Cómo podríamos negarnos a la posibilidad de cenar con Jesús? ¿Qué ocurre en la mesa de la Santa Cena? Experimentamos el amor del Dios trino y, al mismo tiempo, nosotros también le entregamos nuestro amor, al tiempo que nos alimentamos de Jesús, por fe. Amemos y seamos amados; hagamos esto en memoria de Él.
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