La predicación ocupa un lugar central en la adoración
Nuestro estudio se basa en el texto de 2 Timoteo 4:1-4:
«Te encargo solemnemente, en la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, por su manifestación y por su reino: Predica la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción. Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oídos, acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos; y apartarán sus oídos de la verdad, y se volverán a mitos».
La predicación de la Palabra de Dios se ha deslizado y ha caído de su lugar prominente, otorgado por las Escrituras y que le pertenecía de pleno derecho. Un grupo de evangélicos calvinistas denominados Together for the Gospel [Juntos por el evangelio] han reconocido esta situación. Cuentan con un documento titulado Afirmaciones y negaciones y en este escrito podemos encontrar lo siguiente: «Afirmamos la centralidad de la predicación expositiva en la iglesia así como la imperiosa necesidad de una recuperación de la exposición bíblica y de la lectura pública de las Escrituras en nuestra adoración a Dios». Esta es su afirmación que va seguida por esta negación: «Negamos que la adoración que honra a Dios pueda marginar o descuidar el ministerio de la Palabra que se manifiesta a través de la exposición y de la lectura pública. Además, negamos que una iglesia que carezca de la predicación bíblica verdadera pueda sobrevivir como iglesia evangélica».1 Yo estoy de acuerdo con su declaración y su observación en cuanto al actual estado de las cosas, que provoca unas declaraciones como estas. Por este motivo, me gustaría exponer el tema que he titulado: «La predicación ocupa un lugar central en la adoración».
¿Qué significa «el lugar central de la predicación»? De la forma más básica quiero referirme a que la predicación de la Palabra de Dios debe recibir el lugar principal o central de nuestra adoración a Él. Al aferrarnos a esa posición central de la predicación en la adoración, no la estaremos marginando, descuidando o minimizando.
La introducción de este tema consta de tres puntos, para luego pasar a tratar algunas cosas primordiales.
1. Una preocupación por la predicación de la Palabra de Dios
El primer punto es una preocupación, como las que ya comentamos en el estudio de la reverencia en la adoración. La preocupación consiste en que, como afirma la declaración que hemos visto más arriba, sin lugar a duda existe una crisis en el evangelicalismo o en el cristianismo. Esto se manifiesta claramente en lo siguiente: la predicación de la Palabra de Dios se está viendo eclipsada. Otras cosas han venido a eclipsar o hacer sombra a la predicación de la Palabra. Esto ocurre, por ejemplo, con otros elementos de la adoración como la música de nuestro tiempo y, especialmente, de nuestro siglo. Ha ido ocurriendo de tal manera que, para la mayoría de las personas, la adoración consiste solamente en cantar. Estoy hablando del lugar central que la predicación tiene en la adoración a Dios. Algunas personas ya ni siquiera consideran que la predicación sea un elemento de adoración.
Recuerdo que, en una ocasión, asistí a una conferencia que no era precisamente una típica conferencia de personas poco conservadoras en lo que al cristianismo se refiere. Se estaba procediendo a la presentación de aquellos que dirigían la música y estas fueron las palabras: «Ellos nos van a dirigir en la adoración. Después, pasaremos a la predicación de la Palabra». Por decirlo de otra manera, estaban indicando que se trataba de dos cosas separadas.
La predicación se ve eclipsada por otras cosas; está siendo remplazada en muchos lugares en los que ni siquiera se celebra culto los domingos por la tarde. Quizás no lo sustituyan por nada, o quizás lo sustituyan por reuniones de pequeños grupos. No digo que no haya buenos propósitos en la organización de reuniones por grupos, pero cuando uno analiza toda la situación en su conjunto, y todo lo que se ha hecho durante ese día en esos lugares, ¿qué es lo que ha ocurrido? La costumbre era tener dos horas de predicación en domingo, pero ahora ya no se emplea en ello más que la mitad de ese tiempo, y eso en el caso de que llegue a ser una hora. Se ha sustituido por la reunión en pequeños grupos. En algunos lugares hasta se ha sustituido por liturgia; se hace un mayor hincapié en la liturgia o, simplemente, se remplaza por otros elementos de adoración. Quizás se sustituya por la Cena del Señor, o incluso se vea desplazada por ella.
Conozco acerca de una iglesia donde no se predicó en un domingo de Pascua. El pastor apareció vestido con lo que pretendía ser una vestimenta propia de Oriente Medio en el siglo I, e hizo una representación teatral de uno de los hombres que iban por el camino de Emaús y que hablaron con Jesús. No hubo sermón, punto final.
La predicación se está viendo remplazada o quizás eclipsada porque se acorta cada vez más y es posible que sea por algunas de las cosas que ya he mencionado, o por lo que vemos en el texto que hemos leído: por la comezón de oídos de las personas. Alguien sacó este tema a colación en una conversación. Contó que una persona había visitado una iglesia y que había comentado: «Si el sermón no fuera tan largo yo asistiría a tu iglesia». También es posible que se rehaga el sermón y acabe no siendo lo que debería ser. He interactuado con cristianos que ni siquiera se refieren ya a un sermón o a un predicador. No tienen predicador, lo que tienen es un orador. Ya no se predica un sermón, se da una charla o un mensaje. En un sentido, me digo a mí mismo: «No me importa si alguien no quiere llamarle sermón». Sin embargo, por otra parte, conociendo los motivos que se esconden detrás de esa definición distinta a la de sermón, me siento incómodo porque pienso que se trata de algo que encaja en esta preocupación por ver que la predicación se está viendo eclipsada y que está siendo algo distinto a lo que debería ser. Ha dejado de ser una exposición fiel y bíblica, y una proclamación de la Palabra de Dios. Y ahí radica, precisamente, la preocupación: la evangelización y el cristianismo en general están en crisis.
2. Esta crisis no es algo nuevo
El segundo punto que quiero exponer en esta introducción consiste en una observación: la crisis no es algo nuevo. No es una novedad. Es algo que ha existido durante siglos. Si estudiamos la Edad Media y la Reforma veremos cómo la iglesia de Cristo fue llegando hacia esta última, como también lo hizo el desarrollo de la iglesia católicorromana. Ciertamente existía esta misma crisis. La predicación de la Palabra de Dios había sido eclipsada por todo tipo de cosas: otros elementos de adoración, la presunta liturgia, hasta el punto de que en realidad no había predicación de la Palabra de Dios.
Pablo ya lo había anunciado y, sin duda, esto comenzó ya en el tiempo mismo del apóstol o muy poco después. En el pasaje que hemos citado al principio, leemos: «Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que […] y apartarán sus oídos de la verdad, y se volverán a mitos». El apóstol lo predijo. Con toda seguridad toda esta crisis empezaría poco después del tiempo de los apóstoles, si es que no lo hizo mientras estos seguían con vida. Existe una crisis, pero no es algo nuevo.
3. La respuesta a esta crisis es la centralidad de la predicación
El tercer punto es la observación siguiente: la respuesta a esta crisis es la centralidad de la predicación. Esta es la necesidad de nuestro tiempo, lo que necesitamos realmente y también la necesidad actual en la iglesia cristiana. ¿Acaso no fue esto lo que ocurrió en gran medida en la Reforma? En un sentido se puede reducir a esto: la Reforma fue un regreso a la predicación de la Palabra de Dios en la iglesia de Cristo. Esto se demuestra de un modo evidente en la forma en que estaba dispuesto el mobiliario en las casas de adoración, en el tiempo de la Reforma: el altar ocupaba el centro de la parte delantera y el púlpito, que no tenía un lugar central ni destacado, quedaba a un lado en un lugar cualquiera. No era más que un atril desde el cual se podía leer las Escrituras y quizás dar una homilía. Pero el altar era algo central. Con la Reforma se regresó a la centralidad de la predicación y esto es lo que, según vemos, enseña la Palabra de Dios.
Por tanto, trataremos este tema de la centralidad de la predicación teniendo en mente el siguiente objetivo: nosotros, como ministros del evangelio, debemos tener la confianza de que nuestra labor consiste en predicar la Palabra, pase lo que pase. Como dijo Pablo: «A tiempo y fuera de tiempo». En parte, esto significa que debemos hacerlo tanto si la gente lo pide a gritos, como si no. En todo tiempo nuestra meta y nuestro llamamiento consisten en predicar la Palabra de Dios. Esta es también la aplicación práctica. Al final daré unas breves exhortaciones, pero lo que quiero hacer es lo siguiente: provocar en ustedes, queridos hermanos, una convicción renovada con respecto a la importancia de la centralidad de la predicación de la Palabra de Dios. Mi deseo es fortalecerles en su hombre interior con la ayuda del Espíritu de Dios, para que vayan adelante y sigan haciendo aquello para lo que ya creen haber recibido llamamiento, que es seguramente lo que habrán venido haciendo, en medio de la lucha, en aquellos ministerios que Dios les haya encomendado.
Este artículo es parte de un sermón predicado en la Conferencia Pastoral 2011 en North Bergen, New Jersey. Haga clic para leer el sermón completo.
Traducción de www.ibrnb.com, Derechos reservados. Esperamos que lo que ha leído le sea de edificación. Si desea compartir este artículo o recurso en el Internet, le animamos a hacerlo por medio de un enlace a nuestro sitio web. Si lo usa de esta manera, por favor escriba a nuestra dirección electrónica: admin@ibrnb.com.