Cuando la tierra se mueveOren por Japón
Pocas experiencias pueden ser más aterradoras que un terremoto, y el que devastó Japón el pasado viernes figurará entre los más fuertes que se hayan registrado jamás. Con un grado de 9.0 en la escala de magnitud, el terremoto de Sendai, Japón, se sitúa en el quinto lugar de la lista de los terremotos recogidos por la historia, después del seísmo de Chile (9.5) en 1960, el de Prince William Sound, Alaska (9.2) en 1964, el de Sumatra, Indonesia, con gran número de muertes, (9.1) y el de Kamchatka, Rusia (9.0).
A continuación, como un añadido a la miseria y al terror causados por los daños devastadores del terremoto, un tsunami masivo provocado por éste último inundó incontables kilómetros de la costa de Japón, llevándose por delante a varios pueblos y sumergiéndolos en el mar. El corte de energía a consecuencia del terremoto y el tsunami condujo a otro desastre inminente: la fusión parcial de dos de los reactores en al menos dos, y posiblemente más, centrales nucleares. Por si todo esto fuera poco, el domingo entró en erupción un volcán en el sur de Japón, subrayando el hecho de que la nación insular descansa sobre el temido «cinturón de fuego» del Pacífico.
Japón está encaramado en el borde de la depresión de Tuscarora, una grieta en la corteza terrestre que recorre el litoral de la nación. Las tensiones masivas que se acumulan a lo largo de la depresión de Tuscarora provocan los históricos terremotos que Japón ha venido experimentando a lo largo de toda su historia, pero nunca fueron tan graves como el que se produjo el pasado viernes.
El número de víctimas causado por este desastre no se conoce aún, pero a primera hora del lunes el gobierno japonés advirtió que las bajas serían muy superiores a lo que se había pensado en un primer momento. No se espera que las muertes ronden las 230.000 personas que perecieron en el terremoto y el tsunami indonesio en el 2004, pero el sufrimiento y el dolor serán incalculables. La devastación económica acontecida en Japón puede superar a la de cualquier otro desastre natural que haya ocurrido en distintos lugares del mundo.
Japón es el país mejor preparado de la tierra para enfrentarse al desastre. Sus códigos de edificación, sus sistemas de alerta, sus servicios de emergencia y los equipos de respuesta al desastre son los mejores del mundo. Pero ningún tipo de planificación humana podría haber detenido esta destrucción. Este desastre sobrepasa con mucho el alcance del control o la preparación humanos.
Debemos orar por el pueblo de Japón. Debemos rogar por las vidas que pueden ser salvadas y por las familias que sufren por haber perdido a muchos seres queridos. Debemos orar para que este horrible desastre pueda utilizarse como llamamiento al pueblo de Japón que lo conduzca al Señor como su única esperanza y refugio. La nación sigue siendo moldeada por su raíces sintoístas, budistas y animistas.
Desastres como éste suelen hacer que florezcan las más imprudentes formas de teologías. El terremoto y el tsunami son, en verdad, horribles recordatorios de que este mundo muestra todas las marcas del juicio de Dios sobre el pecado, y que toda la creación gime bajo el peso de éste.
No obstante, Jesús advirtió a sus discípulos que no sacaran la conclusión de que un desastre natural pudiera rastrearse hasta llegar a los pecados de aquellos que sufren sus efectos de forma directa (Lucas 13:1-5). Dios hace que la lluvia caiga sobre el justo y también sobre el impío (Mateo 5:45). Debemos recordar esto cuando leamos los titulares y veamos las imágenes de un desastre, dondequiera que éste ocurra.
En 1755, un gran terremoto devastó Lisboa, Portugal, causando grandes pérdidas en vidas humanas por toda la Península Ibérica. Esta tragedia hizo que muchos europeos que se habían visto sacudidos, poco tiempo antes, por la secularidad del principio de la Ilustración, abandonaran su fe en Dios. Esto no hace más que agravar la tragedia. Debemos afirmar tanto el poder soberano como el carácter amoroso de Dios y esto significa que tenemos que saber que los desastres como éste pondrán a prueba tanto nuestra fe como nuestra lealtad.
El pueblo de Japón está ahora en nuestro corazón. Debemos orar por ellos a la vez que hacemos todo lo que esté en nuestra mano para ayudar. Luego, cuando el dolor se convierta en la dura tarea de la recuperación y la reconstrucción, la verdadera prueba para los cristianos estadounidenses será ver si nuestro compromiso con el Evangelio de Cristo conduce a un esfuerzo renovado por alcanzar a la nación japonesa con el mensaje de Jesucristo, la Roca firme.
Este artículo fue escrito por el Dr. Albert Mohler, presidente del Seminario Teológico Bautista del Sur en los Estados Unidos. Usado con permiso. Traducción de www.ibrnb.com, Derechos Reservados.
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