Alegría en el hombre de Dios
Albert N. Martin
Con mis hijos, mi semblante era serio. Nací con el ceño fruncido. Soy por naturaleza una persona seria. Tengo un sentido del humor muy activo, como saben todos mis amigos y confidentes, pero he sido creado como una persona seria. Cuando Dios se apoderó de mí por su gracia, inmediatamente puso sobre mí algunas responsabilidades muy pesadas. Esas responsabilidades fueron el cuchillo de Dios con el que cortó de mí esa típica etapa de desarrollo jovial universitario entre las edades de los dieciocho y los veintidós años. Después de casarme y de tener hijos, esa inclinación por una vida seria fue tal en ocasiones que, aparentemente, creé un clima de pesadez en mi hogar. De vez en cuando, mis hijos comentaban: «Papá, en ocasiones pareces triste». Yo pensaba: «¡Qué testimonio tan terrible!». Así que les pedí a mis hijos que contribuyeran para ayudarme a cultivar la gracia de una alegría mayor, y que se reflejara en mi rostro y en toda mi conducta, sin importar lo pesados y apremiantes que fueran los asuntos que formaban parte ineludible de mi vida y de mis labores como pastor. Sabiendo que los niños pequeños no se sienten atraídos por los adultos con cara triste, siempre fui consciente de mantener un espíritu de cercanía y alegría en presencia de los niños que formaban parte de la familia de la iglesia.
El pastor Borgman les preguntó a los que estuvieron desde niños en la iglesia, que para ese entonces todos ya eran jóvenes adultos: «¿Alguna vez les intimidó la potente voz y la predicación del pastor Martin cuando eran pequeños?». Se rieron y contestaron: «Ha sido nuestro amigo. ¡Ha estado en nuestro patio trasero y se tiró en nuestra piscina con ropa y todo!».
La fortaleza de carácter exige seriedad en el comportamiento. Pablo afirma: «Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño» (1 Cor. 13:11). Pero esto no requiere que mantengas un comportamiento sombrío o severo, actuando de forma artificial. Las personas deben saber que la risa no fue inventada por el diablo. Es un don de Dios para nosotros, y ellas deben verte como un hombre completo, y deben saber que eres un hombre contento y que disfrutas de la vida. No obstante, incluso en lo que podríamos llamar tus momentos más ligeros y jocosos, debe haber un porte, una seriedad en tu comportamiento, para que las personas sepan que pueden confiar la guía, la dirección y la supervisión a hombres que son hombres y no niños tontos o adolescentes irresponsables.
Dios nos ha creado con poros emocionales que actúan como los poros físicos que mantienen nuestro cuerpo ventilado y proveen el alivio necesario a nuestra constitución emocional. Estoy pensando en cosas como la risa sana, el debate enérgico sobre un asunto secular, la diversión con nuestra propia esposa y la interacción con los hijos o nietos. Estos son medios por los cuales nuestras emociones pueden canalizarse en expresiones legítimas. Algunos hombres permiten que su rol como pastor obstruya esos poros. Piensan que hay algo poco espiritual en permitir que sea evidente que son criaturas emocionales, de modo que son renuentes a reírse a carcajadas cuando sea apropiado… El estoicismo innatural ahoga los tratos francos con Dios y la honestidad de nuestra postura ante Su pueblo. Nuestro Señor lloró abiertamente y sin avergonzarse. Él «se regocijó en el Espíritu Santo» (Luc. 10.21). Irradiaba su semblante. La gama completa de las emociones humanas se manifestó maravillosamente en nuestro bendito Señor. Los insto a leer y meditar en el ensayo de Warfield sobre «La vida emocional de nuestro Señor», incluso, a leerlo de manera periódica. Ruégale a Dios que, en tu continua conformidad a la imagen de Cristo, puedas recibir la capacidad de ser como tu Salvador en la expresión plena y controlada por el Espíritu, de todas las emociones que Dios te ha dado.
Gardiner Spring habló con un conocimiento profundo y penetrante:
No somos creyentes de un cristianismo que no es sociable, ni tampoco deseamos ver a sus ministros como personas no sociales y sin alegría. Esto podría estar en consonancia con las edades oscuras de Roma, pero no tiene ninguna alianza con el espíritu alegre del evangelio. La falta de alegría no es piedad; la melancolía y la depresión no son piedad. Precisamente son la astuta falsedad de la piedad que el diablo impone a muchos ministros del evangelio, con el propósito de destruir esos frutos del Espíritu, que no son «comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo». Existe un gozo mundano, un gozo que solo se encuentra en el mundo y de él; pero es «como el estrépito de los espinos debajo de la olla». Pero también hay un «gozo del Señor», que es la fuerza de los ministros de Dios, así como la fuerza de su pueblo; es gozo en Dios, y gozo que viene de Dios, por medio de Jesucristo. Algunos de los mejores, y más devotos, y más exitosos ministros que he conocido alguna vez, han sido distinguidos por su atractiva alegría.
No falta quienes impugnan el carácter del ministerio cristiano, porque no llevan la “solemnidad” del púlpito a todas las escenas de la vida social. La frivolidad y la mundanalidad están bastante fuera de lugar en aquel que es embajador de Dios ante los hombres culpables; sin embargo, la solemnidad artificial es incluso peor. Hay ministros que son tan solemnes que nunca los verás sonreír o con una expresión agradable en sus semblantes; son absolutamente temibles. No hay piedad en esto. Si un ángel del cielo morara con los hombres, su espíritu [alegre y gozoso] y su ejemplo serían una reprensión perpetua para tales ministros sombríos. El ministro no debe ser esa especie de apatía personificada, ni un mensajero fantasmal que solo vive entre las tumbas. Él se debe mover entre los hombres como mensajero de la más tierna misericordia celestial; y, aunque dondequiera que va reprende la iniquidad, sus huellas irradian luz y amor. Multiplica los gozos de los hombres, y solo les advierte de que no pueden ser gozos en el pecado.
William G. Blaikie dice:
“El aspecto triste, sombrío y melancólico del predicador enfermo y, de hecho, un aspecto agobiado, aburrido y gris de cualquier predicador tiene un efecto especialmente repulsivo sobre los jóvenes. Esto los lleva, inconscientemente, a asociar los cultos en la iglesia a lo contrario de los sentimientos alegres que tan rápidamente asocian con sus deportes”.
Esos testimonios deberían hacernos llorar, y deberían ser como enormes luces amarillas de precaución parpadeando a menos de medio metro delante de nuestros ojos. Necesitamos escuchar a los viejos maestros. Tienen algo que enseñarnos.
– Tomado de: Teología Pastoral – El hombre de Dios, Vol. 1, disponible prontamente en Cristianismo Histórico.