William Tyndale y el significado del evangelio
Evangelion (al cual llamamos: el evangelio) es una palabra griega; y significa nuevas, alegres, felices y gozosas noticias, que alegran el corazón de un hombre y le hacen cantar, danzar y brincar de gozo: como cuando David había matado a Goliat el gigante, les llegaron las buenas nuevas a los judíos, de que su temible y cruel enemigo había sido asesinado y ellos ya estaban libres de todo peligro: y de tal alegría que tenían, ellos bailaron, cantaron y estaban llenos de gozo. De igual manera, el Evangelion de Dios (al que llamamos evangelio, y el Nuevo Testamento) también es una buena nueva; y, como algunos dicen, una buena noticias publicada por los apóstoles por todo el mundo, acerca de Cristo, el justo David; cómo ha luchado con el pecado, con la muerte y con el diablo, y los había vencido; por lo cual, todos los hombres que estaban esclavizados al pecado, heridos por la muerte, vencidos por el diablo, ahora están, no por sus propios méritos o merecimientos, liberados, justificados, restaurados a la vida y salvados, llevados a la libertad y reconciliados con el favor de Dios y reconciliados de nuevo con Él. Tales noticias, que todos aquellos que creen en ellas, leudan, alaban y agradecen a Dios; se alegran, cantan y danzan de gozo.
Este Evangelion o evangelio (es decir, tales noticias de gozo) porque así como un hombre, cuando muere, dispone que sus bienes sean repartidos y distribuidos después de su muerte entre los que él nombra como sus herederos, así Cristo, antes de su muerte, ordenó y dispuso que tal evangelio o buenas nuevas fueran declaradas por todo el mundo y, con ellas, darle Sus bienes a todos los que se arrepintieran y creyeran: es decir, Su vida, con la que absorbió y devoró a la muerte; Su justicia, con la que desterró al pecado; Su salvación, con la que venció a la condenación eterna. Ahora, el hombre miserable (que sabe de sí mismo que está envuelto en pecado, y que está en peligro de muerte y de ir al infierno) no oye nada más gozoso que tan alegres y consoladoras noticias de Cristo; de manera que no puede más que alegrarse y reír desde lo más profundo de su corazón, si cree que las nuevas son ciertas.
Además, para fortalecer tal fe, Dios prometió este Evangelio en el Antiguo Testamento a través de los profetas, como dijo Pablo (Rom. 1) al decirnos cómo fue escogido para predicar el Evangelio de Dios, que Él había prometido antes por medio de los profetas en las Escrituras, que se trata de su Hijo que nació de la simiente de David nacido de la simiente de David. En Génesis 3, Dios le dijo a la serpiente: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. Cristo es la simiente de la mujer: Él es quien ha pisado la cabeza del diablo, es decir, el pecado, la muerte, el infierno y todo su poder. Porque sin esta simiente ningún hombre puede evitar el pecado, la muerte, el infierno y la condenación eterna.
Una vez más, (Gén. 22), Dios le prometió a Abraham: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra”. Cristo es esa simiente de Abraham, dice San Pablo (Gál. 3). Él ha bendecido a todo el mundo a través del evangelio. Porque donde Cristo no está, permanece la maldición que cayó sobre Adán tan pronto como hubo pecado, de manera que están esclavizados bajo la condenación del pecado, la muerte y el infierno. Contra esta maldición, el evangelio ahora bendice a todo el mundo, ya que clama abiertamente, a todos los que reconozcan sus pecados y se arrepientan, diciendo: todo aquel que crea en la simiente de Abraham, será bendito; es decir, será liberado del pecado, de la muerte y del infierno, y desde ahí en adelante permanecerá siendo recto y salvo para siempre; como Cristo mismo dijo en el undécimo capítulo de Juan: “El que cree en mí no morirá jamás”.
“La ley” (dice el evangelio de Juan en el primer capítulo) “por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”. La ley (cuyo ministro es Moisés) nos fue dada para llevarnos al conocimiento de nosotros mismos, para que por ella pudiéramos sentir y percibir lo que somos por naturaleza. La ley nos condena a nosotros y a todas nuestras obras; y Pablo la llama (en 2 Cor. 3) el ministerio de la muerte. Porque mata nuestras conciencias y nos conduce a la desesperación; ya que exige de nosotros algo que es imposible que nuestra naturaleza haga. Nos exige las obras de un hombre íntegro. Exige un amor perfecto desde lo más profundo del corazón, tanto en todo lo que sufrimos como también en lo que hacemos. “Pero” –dice juan en el mismo lugar– “la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”: de manera que, cuando la ley haya pasado sobre nosotros y nos haya condenado a muerte (que es su naturaleza hacerlo), entonces tenemos gracia en Cristo, es decir, favor, promesas de vida, de misericordia, de perdón, gratuitamente, por los méritos de Cristo; y en Cristo tenemos la certeza y la verdad, en que Dios por amor de Sí mismo cumple todas Sus promesas a aquellos que creen.
Por eso el evangelio es el ministerio de la vida. Pablo lo llama, en el lugar antes mencionado de 2 Corintios 3, el ministerio del Espíritu y de la justicia. En el evangelio, cuando creemos en las promesas, recibimos el Espíritu de vida; y somos justificados en la sangre de Cristo de todas las cosas por las que la ley nos condenaba. Y recibimos amor a la ley, y poder para cumplirla, y crecer en ella cada día. De Cristo se escribe, en el anteriormente mencionado capítulo uno de Juan: “De su plenitud (o abundancia) tomamos todos, y gracia sobre gracia (o favor sobre favor)”. Es decir, por el favor que Dios tiene hacia Su Hijo Cristo, nos da a nosotros Su favor y buena voluntad, y todos los dones de Su gracia, como un padre a sus hijos. Como afirma Pablo, diciendo, “Quien nos amó en el Amado antes de la creación del mundo”. De manera que Cristo nos trae el amor del Padre, y no nuestras propias obras santas. Cristo es hecho Señor sobre todo, y en las Escrituras es llamado “el asiento de la misericordia” (el propiciatorio) de Dios: cualquiera, pues, que huya y se refugie en Cristo, no puede oír ni recibir de Dios nada más que misericordia.
Usado con permiso
Tomado del libro “2000 años del Poder de Cristo”, de Nick Needham