El amor de Cristo nos apremia
Andrés Gutiérrez
“Pues el amor de Cristo nos apremia, habiendo llegado a esta conclusión: que uno murió por todos, por consiguiente, todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Corintios 5:14-15).
Este pasaje se encuentra en medio de la defensa que hace el apóstol Pablo de su ministerio por causa de acusaciones; y es un recordatorio a la iglesia de Corinto del trabajo esforzado, desinteresado y amoroso que él había hecho por la obra de Cristo. Algunos llegaron a acusarle de locura, y esta no fue la única ocasión que se dijo eso de Pablo, pues en Hechos 26:24 leemos que Festo, al oír el testimonio de Pablo “dijo a gran voz: estás loco, Pablo; las muchas letras te vuelven loco”. Es en ese contexto que Pablo declara el verdadero motivo de su trabajo y amor por Cristo y su obra: ´El amor de Cristo me domina. ejerce tal influencia en mí, que me impulsa a vivir para Cristo y servir en Su obra, dandome a Él enteramente.´ Las meditaciones de Pablo en el amor de Cristo lo cautivaron de manera profunda. Tu necesidad y la mía es ocuparnos igualmente en meditar con detenimiento en el amor de Cristo, para poder vivir para Aquel que murió y resucitó por nosotros. Consideremos en tres encabezados las palabras del apóstol Pablo.
1. El amor de Cristo manifestado al tomar nuestro lugar en la cruz
Las palabras “Uno murió por todos” expresan con toda claridad el amor de Cristo. Cristo se entregó cómo sustituto de su pueblo: dió su cuerpo por su pueblo (Lucas 22:19; Juan 6:51; 1 Corintios 11:24). Sufrió y murió por los pecadores (1 Pedro 2:21; 3:18); y entregó su vida por su propia voluntad (Juan 10: 17-18; 1 Juan 3:16). En la declaración: “Cristo murió por nuestros pecados” (1 Corintios 15:3), el término “por” nos dice que Jesus es nuestro representante y sustituto. Cristo nos representa intercediendo por nuestra causa ante el Padre (1 Juan 2:1), y también es nuestro sustituto al tomar nuestro lugar y llevar nuestros pecados (2 Cor. 5:21); y nos redimió de la maldición de la ley, al hacerse maldición por nosotros (Gálatas 3:13).
2. Los creyentes fueron unidos a Cristo en su muerte y resurrección
La muerte del Sustituto del creyente, legalmente significa la muerte de sus representados. Como cabeza de su pueblo, Cristo fue a la cruz por los pecados de todos los que habían sido unidos a Él (Efesios 1:4-7). Así cómo en Adan todos caímos y la maldición del pecado vino sobre nosotros (Romanos 3:23), así, en la muerte de Cristo Su pueblo estaba unido a Él cuando murió (Romanos 5:12, 18; 6:1-3). El pecador que cree en Cristo para salvación es contado como muerto con Cristo en cuanto a su vieja naturaleza pecaminosa. Es decir, Cristo murió por él, en su lugar, como sustituto. la culpa y la condena fueron “llevados” y “quitados” por Cristo. Jurídicamente ya ha muerto en Él. Su sentencia de pena de muerte se ha cumplido. Sus pecados han sido expiados y perdonados. La redención en la cruz es una obra perfecta y completa. Por eso, Pablo puede emplear el tiempo pasado al decir: “Por consiguiente, todos murieron”.
Sin embargo, quien muere en Cristo no experimenta sólo la muerte en términos legales. tambien significa que el creyente es muere al pecado (Romanos 6:2), es sacado de la corriente del mundo, del dominio de satanás, librado de la esclavitud a los deseos de la carne ey de la mente, es desligado de la relación filial con los hijos de Adán que están bajo condenación (Efesios 2:1-3). No significa que el creyente ya no pecado, pero al haber muerto y resucitado con Cristo, el creyente recibe nueva vida por medio del don del Espíritu Santo. Antes estaba muerto en sus pecados (Col. 2:13): es decir, vivía para su propia carnalidad, bajo la tiranía de las tinieblas (Col. 1:13); muerto con respecto a Dios. No conocía a Dios ni tenía comunión con Él; en vez de someterse a su señorío cómo Creador y Dios, estaba gobernado por los principios mundanos (Col. 2:20). pero ahora que está en Cristo, ha muerto a esos principios mundanos y vive para Dios. Una nueva ley rige su vida, y le provee el querer y el hacer para la obediencia. Tiene ahora una nueva mente, nuevos deseos y una voluntad inclinada a Dios (Fil. 2:13). Una nueva aspiración de santidad, que es mucho más que una mera intención, porque es el fruto de la nueva vida en Cristo.
3. El propósito para el que somos redimidos
“Para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos”.
El propósito de la obra redentora de Cristo consiste en que Su pueblo, liberado de la maldición del pecado, viva una vida de comunión con Él en obediencia y piedad delante de Dios (Lucas 1:67-75). Cristo murió para que seamos santos y sin mancha delante de Él (Efe. 1:4), para alabar la gloria de Su gracia (Efe. 1:6, 12), fuimos creados para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas (Efe. 2:10); en resumen, hemos sido predestinados para ser hechos conforme a la imagen de Cristo (Romanos 8:29).
La vida de Pablo manifestó esta realidad, en su humildad al reconocer que todo cuanto había en Él provenía de la gracia de Dios (2 Cor. 3:4-6; 4:7); mostrándose fiel al mensaje que le había sido encomendado (2 Cor. 4:2); el amor de Cristo le condujo a tal amor por Él que estuvo dispuesto a pasar muchas aflicciones (2 Cor. 4:7-12); el amor de Cristo produjo en Pablo un amor por la Iglesia de Cristo que le llevaba a darse enteramente por ella (2 Cor. 4:15); su esperanza no estaba en la tierra sino en bla gloria eterna (2 Cor. 4:17-18); alcanzó tal determinación en vivir su vida para Dios que dijo: “por eso, ya sea presentes o ausentes (vivos o muertos), ambicionamos serle agradables” (2 Cor. 5:9). Se ocupó de cumplir el ministerio que Dios le encomendó como heraldo de su gracia: “Cómo si Dios rogara por medio de nosotros, os rogamos: reconciliaos con Dios” (2 Cor. 5:20).
Por medio de su muerte, Cristo libera a su pueblo del poder del pecado y lo ha hecho apto para toda buena obra.
Aplicaciones
1. ¿Estás meditando frecuentemente en el amor de Cristo?
2. ¿Manifiesta tu vida que el amor de Cristo dirige todos tus asuntos? ¿Cómo podemos manifestar que ya no vivimos para nosotros mismos sino para aquel que murió y resucitó por nosotros?
a. No recibiendo la gracia en vano (2 Cor. 6:1). No basta con oír el mensaje del evangelio sino que se requiere de todo el compromiso y la disposición para la obediencia y la perseverancia.
b. Guárdate de estar unido en yugo desigual con los incrédulos. seguir, aprobar o participar de algún modo en las creencias mundanas, idólatras o contrarias a la verdad, es estar en unión con los incrédulos. todo aquello que promueve la mentira, el error, la inmoralidad y el pecado deshonra a Dios. ¿Estás involucrado con el incrédulo haciéndote partícipe de sus pecados, aprobando o promoviendo la maldad?
c. Mortificando el pecado (2 Cor. 7:1)
d. Perfeccionando la santidad en el temor de Dios (2 Cor. 7:1).
Al venir a la mesa del Señor considera tu camino delante de Dios. Si hallas que has descuidado este mandato de vivir tu vida para aquel que murió y resucitó por ti, arrepiéntete y clama al Señor para que al meditar hoy en la muerte del Señor, tu corazón sea encendido en amor por Cristo.
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