¿Por qué debemos considerar la Reforma Protestante?
Eugenio Piñero
¿Por qué debemos considerar la Reforma Protestante que surgió en Europa en el siglo XVI? Algunos nos dicen que la Reforma fue muy disruptiva y divisiva; que creó una gran división en el cristianismo que hasta la fecha no se ha podido sanar. Aquellos que sostienen esta postura piensan que la Reforma Protestante fue una tragedia que debemos olvidar, y que debemos hacer todo lo que sea posible para sanar la división y crear una sola iglesia cristiana en el mundo. A pesar de estos razonamientos que no tienen fundamento bíblico ni histórico, nos urge estudiar la Reforma por su influencia, sus frutos, su impacto y sus beneficios en la Iglesia y en el mundo.
Por otra parte, hay otros que son renuentes a estudiar el pasado. Estos piensan que no es necesario estudiarlo, porque no tiene nada que enseñarnos. ¿Qué podría enseñarnos a nosotros, que hemos podido adquirir y acumular un nivel muy alto de conocimiento que nuestros antepasados no podrían siquiera haber imaginado? Además, nuestros grandes recursos tecnológicos y el conocimiento alcanzado nos permiten afrontar y resolver cualquier problema y enfrentar los retos del día de hoy. El hombre avanza en su conocimiento de edad en edad. Por tanto, el hombre no necesita considerar el pasado para vivir en el presente.
Los postmodernistas tienen la misma actitud. Estos individuos solo quieren vivir en el presente; el pasado y el futuro no tienen importancia ni relevancia. Estos conceptos equivocados se oponen a la enseñanza bíblica que nos llama a considerar y apreciar la historia, y aprender lo que Dios quiere enseñarnos por medio de ella para nuestro beneficio actual y futuro, lo que incluye la Reforma Protestante; pero, antes de entrar de lleno en nuestro tema sobre la Reforma, quiero tratar las razones bíblicas por las que debemos considerar el pasado.
Es importante señalar que no debemos estudiar la historia por mera curiosidad, como algunos lo hacen. Les gusta explorar el pasado y leer sobre el pasado. Lo hacen porque les encanta excavar los anales de la historia solo para satisfacer su curiosidad.
Otros estudian la historia por mero interés. Ese interés se muestra también en diferentes ámbitos. Por ejemplo, les gusta coleccionar muebles antiguos, no por su beneficio práctico o porque los pueden usar para sentarse, sino sencillamente por el mero hecho de que es algo antiguo. La gloria de estos muebles es su antigüedad; es un mueble “antiguo”.
¿Deberían los creyentes considerar el pasado simplemente para satisfacer su curiosidad o por mero interés por lo antiguo? La Palabra de Dios nos enseña que debemos estudiar y considerar el pasado por varias razones.
EN PRIMER LUGAR, porque Dios nos manda a hacerlo.
En el Salmo 78:1-5, Dios nos exhorta: “Escucha, pueblo mío, mi enseñanza; inclinad vuestro oído a las palabras de mi boca. En parábolas abriré mi boca; hablaré enigmas de la antigüedad, que hemos oído y conocido, y que nuestros padres nos han contado. No lo ocultaremos a sus hijos, sino que contaremos a la generación venidera las alabanzas del Señor, su poder y las maravillas que hizo. Porque Él estableció un testimonio en Jacob, y puso una ley en Israel, la cual ordenó a nuestros padres que enseñaran a sus hijos”.
Dios registró un testimonio sobre lo que Él hizo. Y según este texto, los padres tienen el deber y la responsabilidad de enseñarle a sus hijos lo que Dios hizo en el pasado. Esto significa que los padres tienen que estudiar la historia para poder enseñarla a sus hijos.
Por otra parte, Dios nos manda a estudiar Su Palabra y a meditar en ella (Salmo 1 y 119). Ya que mucho del contenido de la Biblia es histórico, es obvio que la voluntad de Dios es que todos consideremos el pasado.
EN SEGUNDO LUGAR, debemos estudiar el pasado porque nos lleva a alabar a Dios y a confiar en Él.
Es nuestro deber alabar a Dios por Su poder y las maravillas que Él ha hecho (Salmo 103). El estudio del pasado pone delante de nosotros las obras y las maravillas que Dios ha hecho para que le alabemos. Nos provee también el conocimiento que tenemos que pasar a la generación venidera para que ponga su confianza en Dios y guarde Sus mandamientos.
Los padres en el pueblo de Dios deben hablar a sus hijos de cómo Dios ha salvado y cuidado a Su pueblo, y como ha ejercido Su poder soberano para protegerles y cumplir Sus promesas y Su plan redentor. Deben hablarles de las obras que Dios ha hecho en Su providencia para enseñarles cómo Él sostiene, gobierna, dispone y preserva todas las cosas según el designio de Su voluntad, para que ellos teman al Señor. El salmista declara: “Para que la generación venidera lo supiera, aun los hijos que habían de nacer; y estos se levantaran y lo contaran a sus hijos, para que ellos pusieran su confianza en Dios… [y] guardaran sus mandamientos” (Salmo 78:6-7).
El pasado leído con los lentes que proporcionan las Escrituras es una escuela que nos enseña a alabar, amar y a obedecer al Señor.
EN TERCER LUGAR, debemos estudiar el pasado para que no nos olvidemos de Dios.
La tendencia del corazón humano es olvidarse de Dios y de lo que Él ha hecho para el bien del hombre. Si no disponemos nuestro corazón para recordar a Dios y considerar lo que Él ha hecho, seremos como la generación que lamenta el salmista: “una generación porfiada y rebelde, generación que no preparó su corazón, y cuyo espíritu no fue fiel a Dios” (Salmo 78:8).
En Deuteronomio 8:2, 11-14a, 17-18, Dios le dice a Su pueblo: «Y te acordarás de todo el camino por donde el Señor tu Dios te ha traído por el desierto durante estos cuarenta años […] Cuídate de no olvidar al Señor tu Dios dejando de guardar sus mandamientos, sus ordenanzas y sus estatutos que yo te ordeno hoy; no sea que cuando hayas comido y te hayas saciado, y hayas construido buenas casas y habitado en ellas, y cuando tus vacas y tus ovejas se multipliquen, y tu plata y oro se multipliquen, y todo lo que tengas se multiplique, entonces tu corazón se enorgullezca, y te olvides del Señor tu Dios […] No sea que digas en tu corazón: “Mi poder y la fuerza de mi mano me han producido esta riqueza”. Mas acuérdate del Señor tu Dios, porque Él es el que te da poder para hacer riquezas, a fin de confirmar su pacto, el cual juró a tus padres como en este día».
La consideración del pasado nos muestra que todo lo que somos y tenemos no procede de nuestro poder y capacidad, sino que, sobre todo, procede de la bondad y misericordia de Dios. Por ende, el estudio del pasado es un medio de gracia vital para guardar nuestro corazón del orgullo, la arrogancia y la ingratitud. Bajo la influencia del Espíritu Santo, somos capacitados para andar con Dios con un corazón agradecido.
EN CUARTO LUGAR, debemos estudiar el pasado para ser librados del error, el pecado y la herejía.
El estudio del pasado, guiado por las perspectivas bíblicas y por motivos piadosos, será un medio que nos librará de los errores, pecados y herejías del pasado que afectaron al pueblo de Dios y desviaron sus corazones de servirle amorosamente con integridad y fidelidad. Por eso Pablo, como buen pastor preocupado por la iglesia de Corinto, exhorta a los creyentes a recordar y aprender del pasado. Él les dice: “Estas cosas sucedieron como ejemplo para nosotros, a fin de que no codiciemos lo malo, como ellos lo codiciaron […] y fueron escritas como enseñanza para nosotros, para quienes ha llegado el fin de los siglos” (1 Corintios 10:6, 11b).
Recordemos el refrán de George Santayana: “Aquellos que no pueden acordarse del pasado están condenados a repetirlo”.
EN QUINTO LUGAR, debemos considerar el pasado para imitar el buen ejemplo de los hombres piadosos.
En Hebreos 13:7 se nos dice: “Acordaos de vuestros guías que os hablaron la palabra de Dios, y considerando el resultado de su conducta, imitad su fe”. Consideremos la vida de estos líderes y hombres de Dios en la Iglesia, no para venerarlos, ni para imitar los errores que hayan cometido, sino para imitar su fe y su buen ejemplo.
Lamentablemente, nuestra sociedad no promueve la imitación de hombres piadosos ni de héroes que se distinguen por su integridad, abnegación, virtudes y servicio. Nos dicen: “Todos tenemos nuestras debilidades y faltas”. En efecto, hoy en día se reconstruye la historia para mostrarnos las debilidades, las faltas y corrupciones de los hombres, llevándolos a todos a un mismo nivel, para desanimarnos a imitar lo que es bueno en ellos y lo que Dios nos manda a imitar. Sin embargo, a pesar de la debilidad, defectos, faltas y pecados de los hombres, el poder de la gracia de Dios obra en ellos y los transforma en ejemplos dignos de imitación.
Conocemos bien el caso de David en cuanto a Urías y Betzabé, y, sin embargo, esto no significa que debemos rechazar todas las demás cosas buenas que él hizo que son dignas de imitación. 1 Reyes 15:5, nos habla de la rectitud con la cual él sirvió a Dios: “Porque David había hecho lo recto ante los ojos del SEÑOR, y no se había apartado de nada de lo que Él le había ordenado durante todos los días de su vida, excepto en el caso de Urías hitita”. Que David haya pecado en un momento no descarta que el patrón piadoso de su vida sea digno de imitación. Una cosa no quita la otra. Recordemos que la Biblia no solo habla del pecado de David, sino también de su arrepentimiento y restauración (Salmo 32 y 51). Bien dijo John Bunyan en la conclusión de su conocido libro El Progreso del Peregrino: “Tira la escoria, toma el oro puro, y colmado verás así tu anhelo. El oro está con mineral impuro, sí; pero nadie arroja la manzana por tener corazón, es bien seguro” [1].
La Biblia en Hebreos 11 presenta una lista de hombres y mujeres dignos de imitación, y luego en el versículo 1 del capítulo 12 nos anima diciendo: “Por tanto, puesto que tenemos en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante”. En otras palabras, imitemos su fe en Dios, y corramos con perseverancia la carrera que como cristianos tenemos por delante.
Dios manda a los creyentes a seguir el ejemplo de aquellos que imitan a Cristo. “Sed imitadores de mí, como también yo lo soy de Cristo” (1 Corintios 11:1). El Señor nos dará, si le pedimos, la capacitación de Su Espíritu para poder imitarlos. Lucas 11:13 nos dice: “Pues si vosotros siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial[l] dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”
Ahora bien, debemos cuidarnos de la actitud con la que los escribas y fariseos honraban a los siervos de Dios del pasado. Ellos rendían homenaje a la memoria de los profetas. Reconocían su nobleza, virtudes y grandes obras; condenaban a aquellos que derramaron la sangre de los profetas y decían que si ellos hubieran vivido en los días de estos profetas no habrían sido los cómplices de aquellos que los asesinaron.
En Mateo 23:29-31, Jesús pone al descubierto sus corazones: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: “Si nosotros hubiéramos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en derramar la sangre de los profetas”. Así que dais testimonio en contra de vosotros mismos, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas».
Según el Señor Jesucristo, estos homenajes y todos estos reconocimientos eran pura hipocresía, ya que los fariseos y escribas despreciaban a los hombres piadosos que vivían en sus días que tenían las mismas creencias y enseñaban las mismas enseñanzas de los hombres justos y de los profetas de antaño que ellos alababan. El Señor puso a prueba la sinceridad de su alabanza hacia aquellos hombres, al mostrarles la actitud negativa de sus corazones hacia Él, que proclamaba el mismo mensaje que ellos proclamaban. Amaban leer a los profetas, pero cuando el Profeta de los profetas vino predicando el mismo mensaje que los profetas proclamaban, lo rechazaron ferozmente.
En efecto, el Señor les dijo: “Ustedes dicen que admiran a los profetas de antaño. Sin embargo, están persiguiendo y planificando la muerte de un Hombre como Yo, que procedo de la misma escuela profética, y que predico el mismo mensaje que ellos predicaron” (Juan 5:46-47). La conducta y la actitud de los fariseos y escribas nos enseña que admirar y alabar a los hombres famosos de la historia puede ser mera hipocresía. La prueba para saber si somos sinceros o no, en cuanto a la alabanza que damos a los hombres de Dios de antaño, es en parte cómo tratamos a los hombres que hoy predican el mensaje que ellos predicaron y andan como ellos anduvieron.
EN SEXTO LUGAR, debemos considerar el pasado para librarnos del temor a los hombres. La Biblia dice en Proverbios 29:25: “El temor al hombre es un lazo, pero el que confía en el Señor estará seguro”.
La confianza en el Señor y Su Palabra libra al creyente del temor a los hombres que impide que sea fiel al Señor y le obedezca, no importa cuales sean sus circunstancias.
El testimonio de Martín Lutero, el gran reformador del siglo XVI, nos muestra cómo evitar el lazo del temor a los hombres. En sus días, algunos de los que habían intentado reformar la Iglesia no pudieron prevalecer contra el poder que el papado ejercía, porque cedieron al temor a los hombres. Sin embargo, Martín Lutero prevaleció contra la tiranía Católica Romana, porque, fortalecido por la gracia de Dios, mantuvo su conciencia cautiva a la Palabra de Dios. “No puedo ni quiero retractarme”, dijo Lutero a aquel que, con amenaza de muerte, le exigía retractarse de sus escritos que enseñaban lo que Dios le había mostrado en Su Palabra.
Una de las grandes contribuciones de la Reforma Protestante del siglo XVI fue llevar al pueblo de Dios a someterse a lo que Dios dice en Su Palabra. Les dio el conocimiento de la verdad que libra del temor a los hombres para que puedan obedecer a Dios. Por consiguiente, animémonos a considerar la Reforma Protestante como una de las obras en la historia que Dios, en Su providencia, sabiduría y soberanía, obró para el bien y el progreso espiritual de Su Iglesia.
APLICACIÓN
¿Cuál debe ser entonces la actitud de nuestro corazón al considerar las obras de Dios en el pasado? Si amamos a Dios, el estudio de la historia nos llevará a clamar con fervor para que Él manifieste Su gloria como lo hizo en el pasado.
Al ver las maravillas de Dios en días pasados, nuestra incesante oración y ferviente anhelo por la gloria de Cristo y el bien de Su Iglesia debieran ser los mismos que los de Isaías: “¡Oh, si rasgaras los cielos y descendieras, si los montes se estremecieran ante tu Presencia (como el fuego enciende el matorral, como el fuego hace hervir el agua), para dar a conocer tu nombre a tus adversarios, para que ante tu Presencia tiemblen las naciones! Cuando hiciste cosas terribles que no esperábamos, y descendiste, los montes se estremecieron ante tu Presencia” (Isaías 64:1-3).
Al considerar el pasado, debemos cerciorarnos que nuestra visión y perspectiva del pasado sea aquella que Dios nos enseña en Su Palabra. Esto, bajo la bendición del Espíritu de Dios, producirá en nosotros la misma reacción del apóstol Pablo cuando consideraba la obra de Dios a través de las edades; él prorrumpió en una alabanza a Dios. “Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él la gloria para siempre” (Romanos 11:36).
[1] John Bunyan, El Progreso del Peregrino; Editorial Crossway, 2018, Página 223.
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