Un requisito esencial para servir a Cristo
Eugenio Piñero
Eliseo “se levantó, fue tras Elías, y le servía” (1 Reyes 19:21). Según este versículo, Eliseo siguió a Elías como un siervo sigue a su amo. El segundo libro de los Reyes 3:11 muestra la manera en la que Eliseo sirvió al profeta. Él vertía agua en las manos de Elías. En aquellos días no habían tuberías con grifos para que uno mismo pudiera lavarse las manos. La tarea común de un siervo era vertir agua en las manos de su señor para que se lavara las manos para comer o para algún lavamiento ceremonial.
Fred H. Wight describe estas costumbres: “Los orientales tienen mucho cuidado de lavar sus manos antes de la comida, y piensan que la manera de los occidentales de lavárselas en el agua ya sucia por sus mismas manos, no es muy limpia y es deshonroso. El críado, o quien tome su lugar, vacía el agua sobre las manos que han de lavarse, mientras estas se mantienen sobre el lavamanos. Estos tienen una cubierta cóncava con agujeros, de manera que el agua sucia se escurre por ellos y así queda fuera de la vista. La manera de comer sin cuchillos, tenedores y cucharas hace que sea muy necesario lavarse las manos. Que esta forma de lavarse estuvo en boga en tiempos de los profetas se demuestra en cómo Eliseo era caracterizado por los siervos del rey: ‘Aquí está Eliseo, hijo de Safat, el que vertía agua en las manos de Elías’ (2 Reyes 3:11). Eliseo había servido como críado a Elías, y vaciaba el agua para que su amo se lavara las manos. Esto era parte importante de sus obligaciones. Cuando los fariseos decían de los discípulos de Jesús que estos comían sin lavarse las manos (Mateo 15:1-2; Marcos 7:1-5), era por la larga ceremonia que tenían de lavarse las manos, y de ello hablaban”.
Las tareas que Giezi (años más tarde) hacía cuando servía a Eliseo muestran las tareas que Eliseo realizó cuando servía a Elías. Una de las funciones de un siervo era obedecer los mandatos de su señor. Eliseo mandó a Giezi a llamar a la mujer sunamita y luego a investigar su problema. «Y aconteció que un día vino él por allí, se retiró al aposento alto y allí se acostó. Entonces dijo a Giezi su criado: llama a esta sunamita. Y cuando la llamó, ella se presentó delante de él… Y ella fue y llegó al hombre de Dios en el monte Carmelo. Y sucedió que cuando el hombre de Dios la vio a lo lejos, dijo a Giezi su criado: He aquí, allá viene la sunamita. Te ruego que corras ahora a su encuentro y le digas: “¿Te va bien a ti? ¿Le va bien a tu marido? ¿Le va bien al niño?”. Y ella respondió: Bien» (2 Reyes 4:11-12, 25-26).
En algunas ocasiones incluía la entrega de los mensajes que Dios había dado al profeta. Aunque Eliseo procedía de una familia bien establecida y afluente, no se aferró a su posición social, sino que por muchos años se entregó a servir a Elías con humildad, sumisión y buena voluntad en las tareas comunes de un siervo.
Parece extraño que aquel que recibió un llamado al oficio importante de profeta llegó a ser un siervo que vertía agua sobre las manos de un hombre de Dios.
¿Por qué desempeñó esta labor, cuando había que rescatar a tantas almas de su idolatría a Baal?
¿Por qué serviría al profeta cuando abundaba el culto a Baal y menguaba el culto al Dios único y verdadero?
¿Por qué asignar a Eliseo a la posición de un criado o sirviente cuando había tanta ignorancia de la verdadera religión y se necesitaban más voces proféticas para extender el reino de Dios?
¿Por qué asignó Dios a Eliseo a hacer mandados, como un sirviente, como un ayudante o como un criado, durante tantos años?
La analogía del Nuevo Testamento revela la razón divina para tal designación. Su servicio a Elías preparaba a Eliseo a servir al remanente piadoso con humildad, afecto y consideración. Sin esta preparación, Eliseo no hubiera podido cumplir su oficio como profeta.
Jesús preparó a sus discípulos antes de enviarlos a realizar la obra que Él les asignó: “Entonces, cuando acabó de lavarles los pies, tomó su manto, y sentándose a la mesa otra vez, les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro y Señor; y tenéis razón, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os lavé los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. En verdad, en verdad os digo: un siervo no es mayor que su señor, ni un enviado es mayor que el que lo envió. Si sabéis esto, seréis felices si lo practicáis” (Juan 13:12-17).
Durante esos diez años, Eliseo aprendió algo de lo que significa embeber el espíritu no tanto de Elías, su señor terrenal, sino del espíritu de siervo de su supremo Señor, Jesucristo, que no vino para ser servido sino para servir y para dar Su vida en rescate por muchos. Aquel servicio permitió que Eliseo asimilara, de un modo más profundo, el espíritu de siervo del Señor Jesucristo. Esto le permitiría servir al pueblo de Dios con un corazón de siervo. Tener este tipo de corazón es un requisito vital para un liderazgo espiritual en el pueblo de Dios. Los discípulos del Señor no entendían este principio, y el Señor, con mucha sabiduría, se sentó a explicárselo.
Marcos 9:33-35 dice: “Y llegaron a Capernaúm; y estando ya en la casa, les preguntaba: ¿Qué discutíais por el camino? Pero ellos guardaron silencio, porque en el camino habían discutido entre sí quién de ellos era el mayor. Sentándose, llamó a los doce y les dijo*: Si alguno desea ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos”. Marcos 10:42-45 dice: “Y llamándolos junto a sí, Jesús les dijo*: Sabéis que los que son reconocidos como gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y que sus grandes ejercen autoridad sobre ellos. Pero entre vosotros no es así, sino que cualquiera de vosotros que desee llegar a ser grande será vuestro servidor, y cualquiera de vosotros que desee ser el primero será siervo de todos. Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”.
Los gentiles gastan todas sus energías para llegar a la cima, al tope. Son agresivos; no les importa pisotear a otros para ocupar el puesto de director de la empresa. Esto significa aplastar a los demás, no importa ofenderlos, herirlos, maltratarlos o vituperables, con tal de lograr su objetivo. Después de haber alcanzado la cumbre como William Hendriksen dice: “Hacen que todos los demás sientan el peso de su autoridad”. Si tan solo aquellos que se hallan revestidos de alta autoridad gobernarán sabiamente, todo andaría bien. Pero no, una vez que llegan a la cúspide ellos piensan en sí mismos, de modo que hacen que sus súbditos se descorazonen bajo el abrumador peso de su poder. ¡Ellos señorean sobre sus súbditos!
Jesús dice que en Su reino la grandeza se obtiene siguiendo un curso de acción contrario al que el mundo sigue. La grandeza consiste en darse a sí mismo. Es la efusión del yo en servicio de otros y para la gloria de Dios. Ser grande significa: amar, negarse a uno mismo para pensar cómo ser sensibles y ayudar a otros.
Ya que Dios iba a colocar a Eliseo en un lugar de eminencia en su reino era necesario que él aprendiera humildad y sensibilidad para servir al pueblo de Dios. Teniendo esto en cuenta, Eliseo no vio los 10 años que sirvió a Elías como un tiempo perdido. Asimilar a embeber este espíritu de siervo, que es el corazón de un liderazgo espiritual, aumentaría la influencia de Eliseo en el pueblo de Dios.
Aquellos años en que Eliseo sirvió a Elías fueron años que le permitieron asimilar este principio espiritual de liderazgo. Eliseo aprendió a vivir entre el pueblo de Dios como su servidor y como siervo de otros. No estaba entre ellos para ser servido, sino para gastar su vida sirviéndoles. Aunque el destino de la nación dependía en gran manera de la fidelidad de este hombre al Señor, aún así, él nunca se olvidó de su llamado a servir de corazón a Dios. Se entregó de corazón a hacerlo. Esto lo vemos al ver la buena disposición con la que él respondía una y otra vez a las necesidades individuales de aquellos que servía. Allí lo vemos escuchando y respondiendo a las necesidades de la viuda o lo encontramos orando por el niño que había muerto. Lo vemos también extendiéndose sobre el cuerpo del niño muerto para que recobrara la vida. Nunca lo encontramos diciendo, “Mira, yo soy el sucesor de Elías, profeta de Israel; ¡tengo muchas responsabilidades muy serias, para preocuparme por cosas que no son trascendentes! Lo siento, no tengo tiempo para tratar con asuntos o situaciones comunes o corrientes”.
Esta no fue la actitud de Eliseo. Cuando le dijeron, “O, hombre de Dios, hay muerte en la olla” y no pudieron comer, Eliseo dijo, “Traedme harina… y la echó en la olla”. Curó el potaje y la gente comió. Cuando cayó el hierro del hacha en el agua y alguien gritó, “Ah, Señor mío, era prestado”, Eliseo dijo: “¿Dónde cayó?” Cortó un palo, lo echó en el lugar donde había caído el hierro y el hierro como el palo flotaron. El hombre lo tomó. Vemos a Eliseo constantemente en alguna dimensión sirviendo al pueblo o alguna persona; sirviendo a personas que muchas veces no podían renumerarle por su sensibilidad, bondad, ayuda y servicio.
Por otra parte, no encontramos a Eliseo codeándose con la gente de alta sociedad, con los grandes, ni adulando o perdiendo el tiempo con ellos. Tampoco dejó que ellos le intimidaran. Al contrario, les proclamó con valor y fidelidad el mensaje de Dios. Sin temor dirigió ese mensaje a sus conciencias, como lo hizo Elías, su padre espiritual. Al considerar el ministerio de Eliseo, lo encontramos como el siervo del Señor sirviendo abnegadamente al pueblo de Dios. Esta es una de las características principales o distintivas de su ministerio.
Tristemente, este punto es donde la iglesia ha fallado. Cuando ven a un hombre joven que parece que tiene un potencial para ser líder, que manifiesta en algunos aspectos de su vida un buen carácter, que sabe expresarse, que tiene el deseo de testificarle a las almas, que tiene cierta aspiración para el ministerio, inmediatamente le dan una plataforma para que la gente se beneficie supuestamente de sus dones. Al tener tales oportunidades y verse animado por las alabanzas de los que le escuchan, ese joven comienza a creer que él realmente es el don de Dios para la iglesia. Estas cosas le llevan a sentir orgullo por la posición importante que ha alcanzado. Consciente o inconscientemente piensa que la gente existe para darle una plataforma que le permitirá manifestar sus dones o talentos. Piensa que los demás existen para servirle. Este no fue el espíritu de Eliseo.
Hay algunos que van a la iglesia para exhibir o mostrar sus dones. Él o ella, como buen protagonista, quiere ser el centro de la atención y admiración. Otros van a la iglesia con una expectativa equivocada y una actitud muy diferente a la de Cristo que dijo, “No vino a ser servido, sino para dar Su vida en rescate por muchos”. Jesús no se aferró a manifestar Su gloria divina. Con este fin, tomó la forma de siervo velando la manifestación resplandeciente de Su gloria divina, la vistió de una naturaleza humana, sin dejar de ser lo que antes era, y siguió siendo Dios, la segunda Persona de la Trinidad. Con todo el derecho, recibió todo honor, gloria, loor, alabanza y bendición. Él se entregó a sí mismo en obediencia a Su Padre hasta la muerte, para servir a otros y rescatarlos de su perdición, ruina y miseria espiritual.
Pablo escribió a los Filipenses y les dijo: “Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás. Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:3-8).
Jesús dijo, “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35). “No buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás” (Filipenses 2:4). Lamentablemente, esta no es la actitud ni disposición principal de muchos que asisten a la iglesia o llegan a ser miembros. Lo más importante para ellos es su persona. ¿Qué voy yo a recibir? Quiero ser atendido; quiero que me llamen, me visiten, que el pastor me atienda, se reúna conmigo cuántas veces yo desee y piense que lo necesito”. Esa persona no está pensando en los intereses de los demás, ni en los deberes del pastor hacia los otros miembros, hacia su propia familia, hacia otros y hacia la iglesia universal. El centro es su persona, “mi situación”, “mis circunstancias”, “mi necesidad”. “Esa iglesia no me atiende; no me busca”. Esa no debería ser la actitud del creyente. El Señor Jesucristo murió para librar al hombre de esa disposición y para librarlo del egocentrismo, egoísmo, idolatría y egolatríá.
En el Tabernáculo Metropolitano, en los días de Spurgeon, cuando usted quería ser miembro de la iglesia, cuando alguien quería ser miembro de una iglesia, se le preguntaba una de las preguntas que se hacía era hacían las siguientes preguntas: “¿Cómo va usted a servir en la iglesia? ¿Qué específicamente hará usted?” Ese espíritu o disposición a servir a Cristo y a otros no ha cambiado en esta iglesia de Cristo.
El Dr. Peter Masters escribió un folleto sobre cómo servir en la iglesia: Su servicio razonable.
En Lucas 7:36-50, Jesús dijo, “Uno de los fariseos le pedía que comiera con él; y entrando en la casa del fariseo, se sentó a la mesa. Y he aquí, había en la ciudad una mujer que era pecadora, y cuando se enteró de que Jesús estaba sentado a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y poniéndose detrás de Él a sus pies, llorando, comenzó a regar sus pies con lágrimas y los secaba con los cabellos de su cabeza, besaba sus pies y los ungía con el perfume. Pero al ver esto el fariseo que le había invitado, dijo para sí: Si este fuera un profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, que es una pecadora. Y respondiendo Jesús, le dijo: Simón, tengo algo que decirte: Y él dijo*: Di, Maestro. Cierto prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó generosamente a los dos. ¿Cuál de ellos, entonces, le amará más? Simón respondió, y dijo: Supongo que aquel a quien le perdonó más. Y Jesús le dijo: Has juzgado correctamente. Y volviéndose hacia la mujer, le dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Yo entré a tu casa y no me diste agua para los pies, pero ella ha regado mis pies con sus lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste beso, pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite, pero ella ungió mis pies con perfume. Por lo cual te digo que sus pecados, que son muchos, han sido perdonados, porque amó mucho; pero a quien poco se le perdona, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados han sido perdonados. Los que estaban sentados a la mesa con Él comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es este que hasta perdona pecados? Pero Jesús dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vete en paz”.
La actitud de la que había sido perdonada era la de una persona entregada a servir a Cristo en amor. Su centro de atención no fue su persona, sino Cristo. Tan profundo fue su amor y agradecimiento que no podía dejar de servirle. Por otra parte, el fariseo insensible estaba centrado en sí mismo. Lo importante era cómo él veía las cosas o su opinión. Tenía un espíritu de crítica. Criticó hasta al mismo Señor. La gente, como este fariseo, no crece, ni deja crecer a otros. Absorban mucho tiempo y no maduran, siempre aprendiendo, pero nunca pueden llegar al pleno conocimiento de la verdad. A tales, Pablo dice evita: “Pero debes saber esto: que en los últimos días vendrán tiempos difíciles. Porque los hombres serán amadores de sí mismos, avaros, jactanciosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, irreverentes, sin amor, implacables, calumniadores, desenfrenados, salvajes, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, envanecidos, amadores de los placeres en vez de amadores de Dios; teniendo apariencia de piedad, pero habiendo negado su poder; a los tales evita” (2 Timoteo 3:1-5).
Ni Cristo se salvó de las críticas de Simón, hombre insensible y egoísta. Fue un hombre falto de amor y misericordia hacia otros, falto de amor hacia Cristo. No debemos alimentar tal espíritu en la iglesia, ni convertirla en un centro de guardería infantil y carnal. Pablo le dijo a los Corintios: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, dejé las cosas de niño” (1 Corintios 13:11).
Aunque Eliseo recibió un llamado al oficio profético, el vertía agua sobre las manos de Elías. Y ese espíritu que manifestó en esa relación fue el que se vio a través de todo su ministerio. Hermanos, ¡este patrón de servició en el ministerio no ha cambiado! ¡Y no cambiará! Donde quiera que encontramos a un gran líder en el pueblo de Dios encontraremos en él un espíritu de siervo. Él no estará allí para exhibir sus dones ni para que le halaguen, sino para servir de corazón al pueblo de Dios.
Eliseo no era un santo completamente glorificado. Colocarlo en esa posición se prestó para ser santificado y le preparó para poder combatir cualquier vestigio de orgullo o insensibilidad en su corazón, y convertirlo en un verdadero siervo de Cristo listo para servir al Señor y a Su pueblo. Él, como Su Gran Pastor, no fue llamado ni enviado a ser servido, sino a servir, y a servir con humildad, con un corazón y disposición de siervo; hagamos nosotros lo mismo.
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