Cómo enfrentar nuestros temores
Eugenio Piñero
Después de Dios responder a la oración de Habacuc y tratar con las perplejidades y dudas del profeta en los primeros dos capítulos, en el tercer capítulo del libro de Habacuc surge otro problema: el temor.
Dios reveló al profeta lo que iba a suceder: otro pueblo vendría a invadir el reino de Judá (3:16). El Señor le dijo a Habacuc que durante esos tiempos turbulentos y difíciles que vendrán, él tenía que vivir por la fe. Habacuc se compromete a seguir las instrucciones divinas, pero él siente temor al contemplar los juicios venideros. Entonces, Habacuc se volvió a Dios y él se fortaleció. En el peor de los tiempos es posible regocijarnos en Dios y alegrarnos en la victoria que Él nos concederá. Porque por la fe en Él y su Palabra somos más que vencedores (Romanos 8:37).
El mundo reacciona al temor de una manera diferente. Una de las reacciones es la resignación. La persona se dice, “Si esto es lo que me va a pasar, tengo que resignarme; no hay otra opción. ¡Todos sufren, todos mueren! Lo que será, será, ya que no puedo evitarlo ni eludirlo, tengo que aceptarlo”. Aunque esta reacción fatalista se considere como algo más sensato que la desesperación, no es la manera bíblica de afrontar el temor. Dios es soberano y todo lo que sucede en este mundo no es por mero azar, sino por la voluntad de Dios que sostiene todo según Su voluntad. “También hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad” (Efesios 1:11).
Otra reacción incorrecta del mundo ante el temor es huir. La persona no quiere afrontar la realidad y huye. Se dice así misma: “Yo no quiero pensar ni hablar de ese asunto. Pensar en lo que sucederá me deprime, me infunde temor. No quiero hablar ni pensar sobre ese tema”. Esta persona llena su vida con distracciones y entretenimientos para no tener que afrontar la realidad. La salvación, o el futuro, le infunde temor. Sin embargo, aunque tratemos de huir de nuestros problemas, estos—conscientes o inconscientemente—permanecerán en nuestras mentes. Inquietan y crean ansiedad en el corazón. Inevitablemente aparecen e interfieren con las actividades que hacemos para escapar de estas cosas que nos infunden temor.
Otra reacción es simular valentía sin tenerla. “¡Controle sus nervios! Enfrente la vida y sus problemas con la cabeza en alto. No permita que el futuro le desanime. No permita que nada lo desaliente”. ¡Esto sería un buen consejo si la persona pudiera hacerlo, pero no sería algo práctico para aquella persona que ya se encuentra en un estado de nervios que no puede controlar el temblor de sus rodillas ni el de sus labios. Cuando la persona está sumamente atemorizada y sufre un ataque de nervios debido a sus temores, las palabras de ánimo valen poco.
Otra manera de reaccionar incorrectamente ante el temor es el engaño. La persona, para librarse de su temor, prefiere creer la mentira o lo que le dice su imaginación.
La forma en que el cristiano enfrenta o supera el temor es regocijándose en el Dios de su salvación. Esto fue lo que hizo Habacuc. Habacuc se regocijó en Dios, su salvación. “Con todo yo me alegraré en el Señor, me regocijaré en el Dios de mi salvación. El Señor Dios es mi fortaleza” (Habacuc 3:18-19a). “Pero ¿no acaba de insinuar que es imposible superar el temor animándonos a nosotros mismos, siendo positivos?” No, esto no es lo mismo que regocijarse en el Señor. Superar el temor con coraje implica que dependemos de nuestros recursos inadecuados. Pero, cuando nos regocijamos en el Señor, no dependemos de nosotros ni de nuestros recursos. Sino que confiamos en Él porque de alguna manera, según Su voluntad, Él nos salvará y nos fortalecerá.
Esta fue la experiencia de Habacuc. Él fue más allá de sus temores y fuerzas humanas para depender del Señor que salva y fortalece a Sus hijos. Y dijo, “Aunque la higuera no eche brotes, ni haya fruto en las viñas; aunque falte el producto del olivo, y los campos no produzcan alimento; aunque falten las ovejas del aprisco, y no haya vacas en los establos” (Habacuc 3:17). Aunque le falten las cosas más básicas para su supervivencia, Habacuc dice, “Con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación” (Habacuc 3:18).
Graú comenta: “En vez de entregarse a la desesperación, el profeta reafirma su fe en Dios. Nada ni nadie debería nunca arrebatarnos este gozo que podemos tener en medio de cualquier circunstancia. Nuestra comunión con Dios tiene que ser tan fuerte y real que debe estar por encima de los vaivenes y contingencias de esta vida efímera y temporal. ‘Jehová hace mis pies como de ciervas’ (V.19). La cierva es un animal ligero, ágil, que sabe escapar rápidamente ante la presencia del peligro. La imagen quiere transmitirnos la suprema confianza del que sabe que es guiado con mano firme y segura a través de todas las pruebas o dificultades de la existencia. El Señor que dirige nuestra vida en medio de las pruebas es fiel y nos abrirá siempre una salida, pues nunca permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas, y cuando éstas falten, Él mismo vendrá a renovarlas. Pues Yahweh, el Señor de los cielos y la tierra, el Creador y Salvador nuestro, se ha convertido en nuestra fortaleza. ‘Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?’ (Romanos 8:31)”.
Observemos que Habacuc no solo enfrentó su temor dependiendo del poder del Señor, sino que también dirigió sus pensamientos al conocimiento de Dios. Deliberadamente acude a lo que conoce de Dios sobre su persona y su voluntad. Él es el Dios de su salvación que se recuerda así mismo de lo que conoce, el Dios que tiene todo el poder y todos los recursos para salvarle y fortalecerlo de cualquier peligro, adversidad, prueba y aflicción. Consideremos lo que él conocía de Dios.
Habacuc 3:3-15. Aunque el género de estos versículos es poético, su significado es obvio. Se trata de la liberación del pueblo de Israel por medio de la manifestación del poder redentor de Dios y cómo Él los protegió y suplió para sus necesidades en el desierto hasta que llegaron a la tierra prometida. “Dios viene de Temán, y el Santo, del monte Parán. Su esplendor cubre los cielos, y de su alabanza está llena la tierra.” (Habacuc 3:3). Dios viene de Temán y el Santo del monte de Parán— es decir, el Dios que se reveló en Sinaí a Moisés salió de allí para librar a Su pueblo de la esclavitud en Egipto.
“Su resplandor es como la luz; tiene rayos que salen de su mano” (Habacuc 3:4). Probablemente esto se refiere a la gloria de Dios que se manifestó en la columna de fuego y de nube. Esta columna se colocó entre el campamento de Egipto y el campamento de Israel y no permitió que se acercara el uno al otro (Éxodo 14:19-20).
Esta columna de fuego y de nube se quedó con ellos cuando cruzaron el mar rojo y los guió en el desierto. El versículo 5 habla sobre las plagas en Egipto que Dios usó para librar a Su pueblo de aquella nación. El versículo 8 hace referencia al momento cuando Dios separó las aguas del mar rojo y del río de Jordán. El versículo 13 habla de lo que Dios hizo a favor de Josué y del pueblo para que pudieran vencer a sus enemigos. El sol se detuvo hasta que la nación se vengó de sus enemigos (Josué 10:12-14). ¡Esta fue una intervención sobrenatural! Dios obró a favor de Su pueblo. Estas cosas que Él hizo para salvar a Su pueblo revelan que la religión del Antiguo y del Nuevo Testamento no es una religión basada solamente en conceptos, sino que esencialmente es una religión basada en hechos, basada en lo que Dios hizo y hace para glorificar Su nombre, revelar Su voluntad y salvar a Su pueblo.
Los relatos bíblicos no son una colección de cuentos inspirados. No son ficción. Se trata de lo que Dios realmente ha hecho. Él realmente extendió el brazo poderoso de Su Padre y libró a Su pueblo de Egipto. Envió las plagas a Egipto, separó las aguas del Mar Rojo y del Río Jordán, detuvo el sol y la luna y envió realmente a Su Hijo unigénito, Jesucristo, a esta tierra para salvar a Su pueblo de sus pecados. Esto se logró mediante la obediencia perfecta, muerte, resurrección, ascensión y exaltación del Señor Jesucristo. Ante el temor, Habacuc recordó las obras poderosas y la fidelidad de Dios. Dios cumplió Sus promesas.
Boice dijo correctamente, “Las obras poderosas de Dios en la historia demuestra ampliamente que Él puede salvar a aquellos que acuden a Él por la fe”. Habacuc superó su temor dependiendo del Señor y recordando lo que conocía de Dios. Y en este último punto, James M. Boice (cuyo material me ha servido para tratar este tema) subraya una verdad muy importante: “Es importante destacar el conocimiento, ya que hay situaciones en la vida que solo el conocimiento nos va a ayudar. La emoción no nos salvará. La razón no nos salvará. Lo único que puede salvar es el conocimiento de lo que sabemos que es verdad (acompañado de la fe y la oración)”.
Boice ilustra este punto:
“Imagínese una situación en la que un joven cristiano se enamora de una joven que no es cristiana. Él se pregunta si debía casarse con ella. La Palabra de Dios es muy clara al respecto. No debemos unirnos en un yugo desigual con los incrédulos (2 Corintios 6:14). El matrimonio cristiano es un matrimonio entre dos cristianos. A pesar de esto, el joven cristiano todavía lucha con este asunto (y sigue considerando la posibilidad). Le es difícil tomar una decisión final de dar fin a esa relación. ¿Qué salvará a este joven de esta situación? Las emociones no le salvarán. Fue su emoción lo que lo llevó a esa dificultad. La razón no le salvará. Cada vez que él piensa en la razón por la que no debería casare con ella, aparecen diez razones por las cuales él debería casarse. La mente humana es bastante sutil. Tiene una maravillosa capacidad de seleccionar aquellas cosas que queremos oír”.1
¿Qué librará a este joven de esta situación? Solo una cosa: el conocimiento de lo que la Palabra de Dios dice y lo que Dios desea. Si él ha de obtener la victoria sobre este asunto, él tiene que conocer lo que Dios enseña sobre este asunto y orar, “Señor, yo no quiero hacer tu voluntad en esto, y tengo diez razones por qué debería hacerlo, pero no puedo escapar de lo que Tú dices. Yo sé lo que me dices: no debo casarme con una incrédula y solamente por esta razón yo no me casaré con ella”. Así el conocimiento de la Palabra, acompañado de la oración, mediante la cual Dios da poder, este joven es capaz de terminar esa relación.
Lo mismo con la persecución. ¿Qué nos permite regocijarnos en medio de la persecución? Lo que Dios dice en Su Palabra. “Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros” (Mateo 5:10-12).
El conocimiento de Dios, acompañado de la fe y la oración, nos darán el gozo que supera el temor. Esto es lo que Dios dice; por la fe lo acepto y por la oración pido las fuerzas para hacerlo.
1. En el desarollo de este tema, he dependido de un material que escribió el Dr. James Montgomery Boice; le he citado libremente.
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