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Evangelismo Estilo “Puritano”

Víctor García

La más grande necesidad en el mundo hoy no es comida, ayuda social o consejería sino el retorno a una predicación poderosa que presente fielmente la verdad con el vigor, el denuedo y la unción del Espíritu Santo. Esa es la predicación que el mundo necesita. Vivimos en una época que enfatiza el evangelismo mundial, pero si hemos de hablar de evangelismo bíblico, los puritanos tienen bastante que enseñarnos.

Muchos creen que los puritanos no evangelizaban por que eran calvinistas y creían que los hombres son incapaces de arrepentirse por sí mismos y creían en la predestinación y en la redención particular (que Cristo vino a morir sólo por sus elegidos).

¿Acaso esto no los hacia pensar que era innecesario predicar? ¿no los restringía y hacía sus predicaciones contradictorias? La respuesta es no. ¿Por qué? porque ellos imitaban a los apóstoles, y veían la predicación desde una perspectiva bíblica.

Para los puritanos, la predicación era el método de Dios para salvar a los incrédulos y hacer crecer la iglesia. De modo que consideraban que la predicación no sólo tenía que proclamar todo el consejo de Dios sino debía ser evangelística. Por eso su predicación era tanto doctrinal como evangelística.

Los puritanos entendían que las buenas nuevas de salvación no son una formula simplista de tres o cuatro puntos. Para ellos el evangelio de Cristo no estaba divorciado del resto de la revelación plena de las Escrituras. Y esa revelación plena a la que llamamos “La Palabra” siempre es evangelística, ya sea explícita o implícitamente. Al hablar de predicación evangelística los puritanos se referían una predicación que incluye un llamado a volverse a Dios en arrepentimiento y fe. Su concepto de la predicación era que debía ser hecha de forma que “la gente sienta que la Palabra de Dios es viva y poderosa y que, si hay algún incrédulo entre los oyentes, la Palabra haga manifiestos los secretos de su corazón y le haga dar gloria a Dios.”

Los puritanos no solamente presentaban el evangelio; ellos lo ofrecían, implorando, razonando, urgiendo y apelando a todas las facultades del pecador. Su predicación iba dirigida a la totalidad del ser de sus oyentes—mente, corazón, conciencia, memoria y voluntad. Si eso no les funcionaba, no tenían más a que recurrir. No le pedían a nadie que levantara la mano, que pasara al frente o que firmara una tarjeta de decisión. Si la predicación no funcionaba ellos no apelaban a nada más.

Pero ellos sabían que la predicación sí funciona porque creían que a Dios le agradó salvar a los creyentes por la locura de la predicación. La predicación era suprema para ellos pues la veían como el medio por el cual Dios regenera al pecador. Así que ellos no veían ni usaban más estrategia que predicar y orar. Por eso eran predicadores poderosos.

Es cierto que las doctrinas calvinistas mal manejadas pueden conducir a la falsa idea del hiper-calvinismo que mal entiende la soberanía de Dios y se niega a ofrecer abiertamente el evangelio a todos los hombres. Según los hiper-calvinistas, esto no se debe hacer pues el evangelio es sólo para los elegidos, los cuales, tarde o temprano, van a ser salvos soberanamente. Los puritanos (con pocas excepciones) no cayeron en ese error.

También está la falsa idea del arminianismo, que afirma que el hombre es capaz de creer por sí mismo. Los arminianos piensan que si el hombre no tiene la capacidad natural de creer, Dios no le pediría que creyera. Según ellos no es Dios sino el pecador quien decide si éste ha de ser salvo o no. Por eso la influencia arminiana hace que no baste la predicación e inventa tácticas, estrategias y planes para convencer al pecador: pasar al frente o levantar la mano en medio de una atmósfera creada con música, testimonios o apelaciones que dobleguen emocionalmente al auditorio. Los puritanos rechazaron y combatieron esta doctrina.

El secreto de los puritanos estaba en que fueron consistentes en enfatizar la responsabilidad humana junto con la soberanía divina sin tratar de racionalizar cada pequeño detalle. Ellos entendían el concepto bíblico de que la regeneración precede a la fe, o sea que para que el pecador crea tiene que nacer de nuevo por la Palabra y el
Espíritu. Por eso es que nunca llevaban registros y estadísticas de los que “aceptaban a Cristo,” como se hace hoy. Su meta no era atraer gente y llenar las sillas de la iglesia sino era ver gente convertida, que se comprometiera con Dios, con su Palabra y con la iglesia.

No conocían la idea de “cristianos carnales” ni consideraban cristiano a cualquiera que iba a la iglesia y se comprometía a medias. Ese tipo de “cristianos” no se veían en sus iglesias. Su predicación era una poderosa apelación al hombre total para que al nacer de nuevo se convirtiera, creyera y se entregara a Cristo totalmente. Si eso fallaba, lo demás no lograría más que una decisión temporal que engañaría a la gente haciéndole creer que era salva sin haber sido regenerada.

Es esencial que contendamos por la verdad sin descuidar ninguno de sus aspectos. Dios es soberano pero el hombre es responsable, y si estas verdades se predican fielmente, Dios nos honrará.

Vemos pues que la predicación es tan vital y suprema porque es el método divino para alcanzar y regenerar a los pecadores. No nos atrevamos a menospreciarla. Oremos por nuestros predicadores, para que sean como los puritanos en su pasión por Dios, por la predicación y por la salvación de los incrédulos.

Todos los derechos reservados. Usado con permiso.

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