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La espiritualidad de observar la ley y el salmo 119

D. Scott Meadows

Las Sagradas Escrituras elogian y recomiendan lo que se denominaría “la espiritualidad de observar la ley” para los cristianos de hoy, pero la noción misma de ello se enfrenta a una oposición masiva del mundo y de muchos que profesan ser cristianos.

La hostilidad del mundo no es de sorprender, porque su postura misma es maldad delante de Dios. “La mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo” (Ro. 8:7). El pecado es básicamente “maldad”, y no solo consiste en quebrantar los mandamientos y no cumplirlos, sino en vivir como si no existiera ley alguna, excepto la de la voluntad propia unida a la autogratificación. En 1 Juan 3:4 se caracteriza el pecado como “anomia” (gr.), el sobresaliente prefijo privativo (“a”), compuesto por el término para ley (“nomos”), y traducido de un modo muy acertado como “transgresión de la ley” (nvi) y como “maldad” (alt.; cp. dhh, y otros léxicos de confianza). Uno de ellos explica de forma muy útil:

El prefijo privativo y el contenido del término νόμος [nomos] proporcionan dos tonos de significado a άνομία [anomia]. La referencia es a) a un hecho, “no hay o no había ley”, “sin (la) ley”, o b) el término significa “contra la (una) ley”, con un juicio implícito dado que se supone que existe de hecho una ley vinculante. Esto le atribuye a άνομία [anomia] el sentido de “maldad”, “pecado”. En realidad, y por supuesto, ambos significados no pueden diferenciarse netamente el uno del otro en la mayoría de los casos. La diferencia está tan solo en el énfasis (TDNT 4.1085).

Cualquiera que no respecte la ley divina moral está cometiendo, necesariamente, muchas transgresiones contra ella y no está observando sus preceptos en el temor del Dios de cuya ley se trata. En una palabra, son “pecadores”.

El antagonismo de muchos que profesan ser cristianos a la espiritualidad de cumplir la ley debería ser aún más desalentadora para nosotros que la impiedad del mundo. Pablo advierte a los ancianos de la iglesia: “Sé que después de mi partida, vendrán lobos feroces entre vosotros que no perdonarán el rebaño, y que de entre vosotros mismos se levantarán algunos hablando cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras ellos” (Hch. 20:29-31). Esa profecía se materializó en le siglo I y más allá. Las “cosas perversas” pronunciadas por maestros pocos fiables abarcan una amplia diversidad, pero un ejemplo de ello es la defensa de la maldad en nombre de la gracia. Judas expuso el peligro a los primeros cristianos al escribirles: “Pues algunos hombres se han infiltrado encubiertamente, los cuales desde mucho antes estaban marcados para esta condenación, impíos que convierten la gracia de nuestro Dios en libertinaje, y niegan a nuestro único Soberano y Señor, Jesucristo”. “Libertinaje” significa una moral disoluta o desenfreno. Una buena alternativa sería “licenciosidad”, que denota ser inmoral, sobre todo en la conducta sexual. Los falsos maestros convierten la gracia en una licencia para pecar, es decir, para vivir en deliberada falta de respeto por la ley moral de Dios. En particular, suelen atacar el requisito bíblico de la castidad tanto en los solteros como en los casados.

Básicamente, estaban enseñando que “porque alguien sea un cristiano bajo la gracia está libre de cualquier obligación moral”. Esto es el antinominanismo en su fealdad desenmascarada. De manera típica, es mucho más sutil. Tiene eslóganes como “El cristianismo es una relación, no una lista de normas”. “Los cristianos no están sujetos a cumplir los Diez Mandamientos. Estamos bajo una ley superior, la ley del amor”. Un comentarista de Romanos 13:8, 9 (q. v. [no comparable]) distorsiona la enseñanza paulina de esta forma:

El amor debe seguir siendo la raíz y el renuevo de todas vuestras acciones; no se necesita ninguna otra ley además de esta… ¡Nótese cuidadosamente que es el amor, y no el cumplimiento de la ley, el que representa la plenitud de la ley!… El amor, y no la rectitud, es el principio activo del cristianismo… El creyente… debe caminar siguiendo esta “norma de vida” infinitamente superior y no por la ley (William R. Newell, “Romans Verse-by-Verse” [Romanos versículo a versículo], in loc.).

Esto socava de manera terrible la ley moral como norma de vida para los creyentes bajo la gracia, y se conoce como “el tercer uso de la ley”, un énfasis histórico de la teología reformada sobre las bases bíblicas sólidas. La ley moral resumida en los Diez Mandamientos sigue siendo útil para enseñarnos cómo amar a Dios y a nuestro prójimo, y a exhortarnos hacia la verdadera justicia. Un buen comentario sobre este mismo pasaje lo explica de esta forma.

Aquí, se insta al amor, basándose en que es el cumplimiento de la ley en todos sus preceptos. Toda la ley se basa en el amor a Dios y al hombre. Esto no puede violarse sin quebrantar la ley; y si hay amor, influirá en la observancia de todos los mandamientos divinos. Si hubiera un amor perfecto, existiría un cumplimiento perfecto de la ley… Por tanto, el amor es el cumplimiento de la ley, por ser aquello que exige y lo único que demanda respecto a Dios y al hombre a la vez (Robert Haldane, “Exposition of the Epistle to the Romans” [Exposición de la epístola a los Romanos] in loc.).

Cierto es que no podemos ser justificados a los ojos de Dios por nuestra obediencia a sus mandamientos, y que la justicia de la ley no podía cumplirse nunca en nosotros al margen de Cristo y del evangelio. Pero Dios envió a Su Hijo “en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado… para que el requisito de la ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (Ro. 8:3, 4; las cursivas son mías). Por la gracia de Dios, los verdaderos cristianos entran y progresan en la espiritualidad de observar la ley. Cristo “se dio a sí mismo por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad [anomia, maldad]y purificar para sí un pueblo para posesión suya, celoso de buenas obras” (Tit. 2:14), obras que no son ni más ni menos que la ley verbal moral escrita de Dios que se nos exige todo el tiempo.

La totalidad del salmo 119 es prácticamente una oda a la espiritualidad de observar la ley. Amar a Dios y cumplir Sus mandamientos son dos lados de una misma moneda. “¡Cuán bienaventurados son los que guardan sus testimonios, y con todo el corazón le buscan!” (v. 2). “¡Ojalá mis caminos sean afirmados para guardar tus estatutos!” (v. 5). “Con todo mi corazón te he buscado; no dejes que me desvíe de tus mandamientos” (v. 10). “Por el camino de tus mandamientos correré, porque tú ensancharás mi corazón” (v. 32). “Sea íntegro mi corazón en tus estatutos, para que no sea yo avergonzado” (v. 80). Estos y otros muchos versículos de este salmo ilustran la vinculación de la verdadera espiritualidad y la obediencia a la ley moral de Dios. En la actualidad es peligrosamente perverso, por no decir popular, enfrentarlos entre sí en nombre de la gracia. Que las ovejas sean advertidas sobre los dañinos lobos que predican tales cosas, y dejemos que sean los pastores quienes, en todo lugar, mediante fieles enseñanzas y valientes advertencias, protejan a las ovejas a su cargo de esta amenaza letal. Amén. Ω

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