Cómo vencer la lujuria
Ryan M. McGraw
EL FUNDAMENTO: CÓMO VENCER LOS MALOS DESEOS Y LA LUJURIA EN CRISTO
Una de las lecciones más importantes que puedes aprender en tu batalla contra el pecado es que tu pecado no es único, ni tampoco tu situación en la vida. Satanás quiere convencernos de que nadie nos entiende y de que nadie puede ayudarnos. Sin embargo, Dios nos dice que «no [nos] ha sobrevenido ninguna tentación que no sea común a los hombres» (1 Co 10:13). Aunque haya aspectos únicos en nuestras luchas personales, el Señor hace hincapié en remedios comunes a diversas tribulaciones (2 Co 1:3-7). El pecado se centra en sí mismo, mientras que la obediencia se centra en Dios. Satanás quiere aislarte de los demás creyentes en tus problemas, con el fin de robarte la esperanza. El Señor, en cambio, señala repetidas veces lo que tienes en común con tus hermanos creyentes, con el propósito de alimentar tu esperanza (1 P 4:12).
La mejor manera de abordar el problema de la lujuria es aprender a luchar contra los malos deseos en general. Por «malos deseos» entendemos cualquier apetito o pasión desordenado o mal dirigido, y ahí se incluye la lujuria. Esto nos ayuda a captar cómo trabaja el Espíritu en la vida cristiana. Debemos aprender a entender y aplicar los principios comunes de la vida piadosa, a fin de progresar en los casos particulares. Al comprender cómo vencer los malos deseos, entendidos como cualquier apetito o pasión desordenados, la cuestión de la lujuria se sitúa en su debida perspectiva.
¿QUÉ SON LOS MALOS DESEOS Y CÓMO ACTÚAN?
Todo pecado empieza con un mal deseo, y todo mal deseo comienza en el corazón y actúa hacia afuera. Por eso Santiago escribe:
Que nadie diga cuando es tentado: Soy tentado por Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal y El mismo no tienta a nadie. Sino que cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión. Después, cuando la pasión ha concebido, da a luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la muerte (Stg 1:13-15).
Este pasaje nos enseña varias ideas clave acerca de la naturaleza, el origen y el progreso de las pasiones o malos deseos. En primer lugar, los malos deseos son culpa nuestra. No podemos culpar al Señor por ellos. Esto refleja la verdad de que Dios «no es, ni puede ser, el autor o aprobador del pecado»<3. No podemos decir que no nos queda más remedio que continuar pecando porque el Creador «nos hizo así». Los hombres a menudo ponen esta excusa en relación con la lujuria al actuar como si codiciar a las mujeres en sus corazones fuera inevitable y como si no pudieran hacer nada al respecto más que eliminar las tentaciones externas. Debemos preguntarnos, sin embargo, si vivir de esta manera es realmente el propósito de Dios. No hemos de confundir unos deseos intensos de pecar con una necesidad natural. Thomas Manton señaló: «Nuestras acciones no pueden llevarse a término sin nuestro consentimiento, y debemos asumir la culpa»4. Aunque las personas que practican pecados como la homosexualidad a menudo se defienden con declaraciones del estilo de «Dios me hizo así», ¿acaso no piensan muchos lo mismo en relación con otras tentaciones?
¿Es diferente el caso cuando un hombre excusa su lujuria afirmando que Dios lo creó para que se sintiera atraído por las mujeres? ¿No es esta una forma sutil de culpar al Creador por el problema, redefiniendo el pecado hasta que nos convencemos de que es natural? ¿No es habitual que los hombres cristianos miren con desdén la homosexualidad, cuando la raíz de su pecado es la misma? Debemos asumir nuestro pecado y reconocer que solo nosotros somos los culpables.
En segundo lugar, los malos deseos crecen desde dentro hacia afuera. Del mismo modo que un niño es concebido en el vientre de su madre y va creciendo hasta que la madre está lista para dar a luz, así también el pecado es concebido en el corazón y va creciendo hasta pasar de los pensamientos a las palabras, las miradas, los gestos y las acciones. Los malos deseos son, inherentemente, un pecado interno. Ya sea que codiciemos a otras personas como objetos sexuales o que ansiemos dinero, fama, poder, popularidad, seguridad o cualquier otra cosa, el deseo siempre va creciendo desde dentro hacia afuera y no al contrario. Por eso no podemos hacer morir los malos deseos simplemente suprimiendo el entorno en el que se expresan. Un tigre enjaulado en un zoológico sigue siendo un tigre. Si sale de la jaula, te devorará. No hemos de limitarnos a meter los malos deseos dentro de una jaula, sino que debemos matarlos allí donde viven; de lo contrario, siempre encontrarán una forma de volver a salir. Manton escribió: «Mientras haya pasiones en el corazón, nunca habrá limpieza en la conducta; al igual que los gusanos en la madera, a la larga harán aparecer la podredumbre»5.
Externalizar el pecado fue el error fatal de la religión de los fariseos (Mr 7:21). Si intentamos contener los malos deseos dentro del corazón tan solo cambiando nuestras circunstancias, entonces es que no hemos prestado atención a la advertencia de Jesús de que nos «[guardemos] de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía» (Lc 12:1-3).
En tercer lugar, los malos deseos son poderosos. Jesús dijo: «Todo el que comete pecado es esclavo del pecado» (Jn 8:34). Según Santiago, el pecado nos tienta, nos arrastra y nos seduce (Stg 1:14). Y también es peligroso. La concepción, el embarazo y el parto del pecado siempre resultan en la muerte de la madre, porque «la paga del pecado es muerte» (Ro 6:23a). Manton comentó: «La vida del pecado y la vida del pecador son como dos cubos en un pozo: si uno sube, el otro debe bajar; cuando el pecado vive, el pecador debe morir»6. La otra cara de esta moneda es que «la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Ro 6:23b). Cristo da vida eterna a aquellos a quienes quita la culpa del pecado y en quienes rompe el poder del pecado. Como nos recuerda la Confesión de Fe de Westminster, «así como no hay pecado tan pequeño que no merezca la condenación, tampoco hay pecado tan grande que pueda condenar a los que se arrepienten verdaderamente»7.
Los adictos a la comida, las personas que viven en la perversión sexual, los compradores compulsivos, los perezosos y los que están atrapados en otros pecados profundamente arraigados tienen razón cuando dicen: «Esto es justo lo que soy». El pecado no es un concepto abstracto. Es la acción personal del pecador, e impregna cada fibra de su ser. Y aunque el poder del pecado ha sido roto en el cristiano, este continúa sintiéndolo. La buena noticia es que Cristo vino a «destruir las obras del diablo» en nosotros (1 Jn 3:8) y que el que está en nosotros es mayor que el que está en el mundo (1 Jn 4:4).
3 Confesión de Fe de Westminster, V.IV.
4 MANTON, Thomas. A Practical Commentary, or an Exposition with Notes, on the Epistle of James (Comentario práctico a la Epístola de Santiago, o una exposición con notas). Londres: [s. n.], 1652, p. 92.
5 MANTON, Thomas. Epistle of James, p. 117.
6 MANTON, Thomas. Epistle of James, p. 119.
7 Confesión de Fe de Westminster, XV.IV.
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