La disciplina divina
Albert N. Martin
No hay escapatoria del castigo divino como factor integral en la vida cristiana.
El autor de Hebreos destaca este punto: “Habéis olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige: Hijo mío, no tengas en poco la disciplina del Señor, ni te desanimes al ser reprendido por Él; porque el Señor al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo”. Si Dios, en su gracia, te ha adoptado en su familia, entonces te ha adoptado en la familia de sus disciplinados. “¿Qué hijo hay a quien su padre no discipline? Pero si estáis sin disciplina, de la cual todos han sido hechos participantes, entonces sois hijos ilegítimos, y no hijos verdaderos”. Es el padre del hijo ilegítimo quien tiene vergüenza de su paternidad. No reconoce públicamente a su hijo. Ese es el hijo a quien se deja sin disciplina. Dios no tiene hijos ilegítimos. ¡A sus verdaderos hijos los disciplina porque se compromete a hacerlos partícipes de su santidad! “Tuvimos padres terrenales, para disciplinarnos […] por pocos días, como les parecía, pero Él nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de su santidad” (He. 12:5–8).
Nunca olvidemos que el propósito básico de Dios en la redención es hacernos santos, no felices. “Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29). Habrá mucha felicidad a lo largo del camino, pero este pasaje nos dice que “al presente ninguna disciplina parece ser causa de gozo”. Nunca azoté a uno de mis hijos para después permitirle bailar en la cocina. ¡Ninguna disciplina por el presente parece gozosa! Esta idea de que con sólo tener una cierta experiencia puedes tener una sonrisa de treinta y dos dientes, veintisiete horas por cada veinticuatro horas, ¡es la maldición de los carismáticos! Pero ¿de qué sirve una sonrisa de plástico cuando un hijo de Dios disciplinado viene a ti en amargura de alma? Te conviertes en uno de los consoladores de Job. Dices: “Oh, tu problema es que no tienes el Espíritu Santo. Si sólo hablaras en lenguas, irías simplemente a tu habitación y parlotearías durante una hora, y te sentirías mejor”. Eso no es ninguna caricatura. He oído dar ese consejo de los amigos de Job a la gente. En contraste, aquí está el principio que deberías escribir sobre tu corazón: “Hasta que seas hecho a la perfecta semejanza de Jesucristo, tienes forzosamente que sentir el aguijón de la vara de Dios”. “Al presente ninguna disciplina parece ser causa de gozo;” “El Señor al que ama, disciplina”; “yo reprendo y disciplino a todos los que amo” (Ap. 3:19).
Te lo digo: cuando Dios disciplina, no es siempre en términos de aflicción física. Nunca debemos considerar la disciplina de Dios exclusivamente en términos de calamidades financieras y físicas. Éstas pueden constituir una disciplina; o puede que no. Para mí, la peor disciplina es el alejamiento del rostro del Señor; cuando oramos y no sentimos ni conocemos una comunión efectiva con Dios. Qué disciplina hay para un verdadero cristiano más amarga que ser incapaz de relacionarse con Dios en una comunión consciente y deliciosa y en oración? ¡No sé de ningún castigo más amargo que éste! Esto es suficiente para hacer que cualquier verdadero cristiano examine su corazón y diga: “Oh Dios, ¿dónde te he afligido que has vuelto tu rostro? No ocultes tu rostro de mí en mi angustia. Haz resplandecer tu rostro sobre mí”. Los Salmos están llenos de esta enseñanza.
Hijo de Dios, enfrenta el hecho de que no hay escapatoria de la disciplina divina como factor integral en la vida cristiana.
Tomado de Cómo vivir la vida cristiana, por Albert N. Martin. Disponible en Cristianismo Histórico.
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