4) La mortificación es el deber de todo cristiano
“Porque si viviereis conforme a la carne, moriréis; mas si por el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8:13).
Mortificación es una tarea a la cual todo cristiano debe consagrarse con devota diligencia y decidida seriedad. Los regenerados tienen en su interior una naturaleza espiritual que los habilita para actuar con santidad; de otra manera, no habría diferencia entre ellos y los no regenerados. Se requiere de ellos que utilicen bien la muerte de Cristo, que sus sufrimientos les agrien el gusto por los pecados. Han de usar la gracia recibida para dar frutos de justicia. No obstante, es una tarea que trasciende por mucho, nuestros débiles poderes. Es sólo “a través del Espíritu” que alguno de nosotros puede, aceptable y efectivamente (en cualquier grado), “mortificar las obras de la carne”. Él es quien nos convence de las afirmaciones de Cristo, recordándonos que porque murió por el pecado, no debemos escatimar esfuerzos por morir al pecado, luchando contra él (He. 12:4), confesándolo (1 Jn. 1:9), renunciando a él (Pr. 28:13). Él es quien nos preserva contra el desaliento y nos da nuevos ánimos para la lucha. Él es quien profundiza nuestras ansias de santidad y nos mueve a clamar: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio” (Sal. 51:1).
“Si por el espíritu mortificáis las obras de la carne”. Tome nota, lector mío, el hermoso equilibrio de la verdad que se conserva aquí con tanto cuidado. Aunque se aplica estrictamente a la responsabilidad del cristiano, de igual manera, mantiene definitivamente la honra del Espíritu y magnifica la gracia divina. Los creyentes son los agentes en esta obra, sin embargo, la realizan por el poder de Otro. El deber es de ellos, pero el éxito y la gloria es del Espíritu. Sus operaciones se realizan de acuerdo con la constitución que Dios nos ha dado, obrando en y sobre nosotros como agentes morales. Desde un punto de vista, la obra en sí es de Dios y, desde otro, nuestra. Él nos ilumina dándonos comprensión y nos hace más sensibles al pecado que mora en nosotros. Sensibiliza más nuestra conciencia. Profundiza nuestro anhelo de ser más puros. Obra en nosotros, tanto el querer como el hacer (Fil. 2:13). Nuestro deber es hacer caso a sus convicciones, responder a sus impulsos santos, implorar su ayuda y depender de su gracia.
“Si por el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis” (Ro. 8:13). He aquí la promesa alentadora dada al luchador en medio de sus dolorosas pruebas. Dios no será deudor de nadie; de hecho, es galardonador de los que le buscan con diligencia (He. 11:6). Entonces, si por gracia coincidimos con el Espíritu, renegando de la carne y procurando la santidad, seremos ricamente recompensados. La promesa a este deber es lo opuesto a la amenaza de muerte en la cláusula precedente porque allí, “morir” incluye las consecuencias penales del pecado; entonces “viviréis” se refiere a todas las bendiciones espirituales de la gracia. Si, por la habilitación del Espíritu y nuestro uso diligente de los medios dados divinamente, nos oponemos, sincera y constantemente, y rechazamos las solicitudes del pecado innato, entonces –y sólo entonces– viviremos una vida de gracia y bienestar aquí, y una vida de gloria y dicha eterna en el más allá. Hemos demostrado en otro lugar que “vida eterna” (1 Jn. 2:25) es una posesión actual del creyente (Jn. 3:36; 10:28) y su meta futura (Mr. 10:30; Gá. 6:8; Tit. 1:2). Ahora, éste tiene el título y el derecho a él; lo tiene por fe y con esperanza; tiene su semilla en su nueva naturaleza. Pero todavía no la posee totalmente, ni ha llegado a su máxima fruición… La vida de gloria no procede de la mortificación como el efecto de una causa, sino que, sencillamente, la sucede tal como el fin se vale de los medios. El camino de santidad es el único que lleva al cielo.
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Tomado de una serie en Studies in the Scriptures (Estudios en las Escrituras).
A.W. Pink (1886-1952): Pastor y maestro itinerante de la Biblia, autor de Studies in the Scriptures y numerosos libros incluyendo su muy conocido The Sovereignty of God (La Soberanía de Dios), nacido en Nottingham, Inglaterra.
Cortesía de Chapel Library