3) La principal causa eficaz de la mortificación
“Porque si viviereis conforme a la carne, moriréis; mas si por el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8:13).
¿Quién es suficiente para semejante tarea, una labor que no es una obra de la naturaleza, sino totalmente espiritual? Sobrepasa por mucho, los simples poderes del creyente. Los medios y las ordenanzas no pueden efectuarla por sí mismas. Va más allá de la competencia y habilidad del predicador; es la omnipotencia la que tiene que cumplir la parte principal de la obra. “Más si por el Espíritu hacéis morir”, es decir “el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo” de Romanos 8:9, a saber, el Espíritu Santo porque éste no es sólo el Espíritu de santidad en su naturaleza, sino también en sus operaciones. Es la principal causa eficaz de la mortificación. ¡Maravillémonos y adoremos la gracia divina que nos ha brindado tal Ayudador! Reconozcamos y seamos conscientes de que estamos verdaderamente en deuda y que dependemos de las operaciones del Espíritu, tanto como de la elección del Padre y la redención del Hijo. Aunque la gracia mora en el corazón de los regenerados, no tienen en sí mismos el poder para actuar. Aquel que impartió la gracia tiene que renovarla, avivarla y dirigirla.
Los creyentes pueden emplear la ayuda de una disciplina y tenacidad interior, y practicar externamente moderación y abstinencia; y aunque pueden detener y reprimir sus hábitos impíos por un tiempo, a menos que el Espíritu manifieste su poder en ellos, no habrá ninguna mortificación auténtica. ¿Y cómo realiza el Espíritu esta obra en particular? De muchas maneras distintas:
Primero, en el momento del nuevo nacimiento nos da una naturaleza nueva. Luego, por medio de alimentar y preservar esa naturaleza, fortaleciéndonos en nuestro hombre interior con su poder, dándonos cada día nuevas provisiones de su gracia. Poniendo en nosotros un aborrecimiento del pecado, dolor por él y la determinación para apartarnos de él. Dándonos convicción sobre la verdad de lo que Cristo declara ser y dándonos disposición de tomar nuestra cruz y seguirle. Trayendo a la mente algún precepto o advertencia e impulsándonos a orar.
No obstante, tomemos nota que nuestro texto no dice: “Si el Espíritu mortifica” y, ni siquiera, “si el Espíritu, a través de ustedes, mortifica”, sino que, en cambio, dice: “Si por el espíritu mortificáis” [acción del ser humano, no del Espíritu]. El creyente no es sujeto pasivo en esta obra, sino activo. No hemos de suponer que el Espíritu nos va a ayudar sin nuestra colaboración, ni mientras dormimos, ni cuando estamos despiertos, ni si mantenemos o no una vigilancia cuidadosa sobre nuestros pensamientos y nuestras obras. Tampoco tendremos su ayuda si no hacemos más que desearla superficialmente o elevar una tibia oración pidiendo la mortificación de nuestros pecados. Se requiere de los creyentes que se ocupen seriamente en la tarea. Si por un lado no podemos cumplir este deber sin la ayuda del Espíritu, por otro, él no nos ayudará si somos demasiado indolentes y no nos esforzarnos al máximo. En este caso, no crea el cristiano perezoso que alguna vez logrará la victoria sobre sus deseos carnales.
La gracia y el poder del Espíritu no permiten la ociosidad, sino que nos llaman a ser diligentes en el uso de los medios y en confiar que dará su bendición a nuestra diligencia. La Palabra nos exhorta expresamente: “Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Co. 7:1) y eso muestra claramente que el creyente es importante en esta obra. Las operaciones de la gracia del Espíritu nunca fueron diseñadas para remplazar el cumplimiento del deber del cristiano. Aunque su ayuda es indispensable, ésta no nos libra de nuestras obligaciones. “Hijitos, guardaos de los ídolos” (1 Jn. 5:21) enfatiza y da evidencia de que Dios requiere mucho más que nuestra confianza en él para impulsarnos a la acción…
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Tomado de una serie en Studies in the Scriptures (Estudios en las Escrituras).
A.W. Pink (1886-1952): Pastor y maestro itinerante de la Biblia, autor de Studies in the Scriptures y numerosos libros incluyendo su muy conocido The Sovereignty of God (La Soberanía de Dios), nacido en Nottingham, Inglaterra.
Cortesía de Chapel Library