Meditaciones del Salmo 119
Aparta mis ojos de mirar la vanidad, Y vivifícame en tus caminos (Sal. 119:37). La idolatría es el problema; la vivificación es la respuesta. Esta inspirada petición descansa sobre esa presuposición y la confirma.
Inclina mi corazón a tus testimonios Y no a la ganancia deshonesta (Sal. 119:36).Se dé usted cuenta o no, su corazón se halla por completo en las manos de Dios y, por decirlo de algún modo, Él hace con él lo que le plazca. Esto es cierto con respecto a todo el mundo, ya sea que se conviertan en objeto de su misericordia o de su ira y, con todo, esto no destruye ni en lo más mínimo nuestra responsabilidad moral. Esta confesión de la absoluta soberanía de Dios, incluso sobre el estado moral y las acciones de todas las personas, queda implícito en la oración del salmista. El reconocimiento de la soberanía absoluta de Dios tiene las implicaciones más prácticas en lo que le pedimos a Dios para nosotros mismos. Deberíamos orar y pedir estar inclinados hacia Dios.
Hazme andar por la senda de tus mandamientos, porque en ella me deleito (Sal. 119:35).Quiero tener un reconocimiento inmediato para A.W. Pink por el impresionante título de nuestra meditación1 que centra nuestra atención en el hecho de que: Hasta los verdaderos santos necesitan la gracia irresistible UNA PRUEBA DE SANTIDAD Consideremos la primera línea del versículo en primer lugar: “porque en ella me deleito”, es decir no solo “tus mandamientos” sino “la senda de tus mandamientos”, ese piadoso patrón de vida que estos recomiendan. Hay que reconocer que las leyes inspiradas de la divina justicia son hermosas por sí mismas, porque reflejan la gloria de su Autor y su inefable santidad. Pero una mera admiración especulativa por la Palabra de Dios no es la prueba de una conversión. Incluso los filósofos del mundo se han visto obligados a confesar la excelencia moral de la ética que Jesús enseñó pero, a pesar de ello, estos filósofos no son santos porque no tienen un corazón que ama a Dios, cómo Él les pide. Del mismo modo, ser capaz de aprobar sinceramente la fidelidad de una predicación sana no es una razón suficiente para tener la seguridad de la salvación.
Dame entendimiento para que guarde tu ley y la cumpla de todo corazón (Sal. 119:34).Para progresar correctamente a la hora de captar el mensaje de la Biblia debemos aprender a reconocer aquellas cosas que van siempre emparejadas y, entonces, dejar de intentar dividirlas. Un ejemplo: el pacto de Dios y su fidelidad; el tipo y el cumplimiento; estos son solo dos muestras de lo que podría llegar a ser una lista exhaustiva. En nuestro texto, el salmista une tres parejas que nosotros no debemos jamás divorciar en nuestra propia mente. El intento de separar estas cosas ha llegado a ser la ruina de innumerables almas y destruirá muchas más si el Señor sigue empleando su paciencia hacia los pecadores.
Enséñame, oh SEÑOR, el camino de tus estatutos, y lo guardaré hasta el fin (Sal. 119:33).Existe un dicho muy conocido que dice: “bien está lo que bien acaba” y en las Escrituras encontramos su contrapartida. En el libro de Eclesiastés encontramos: “Mejor es el fin de un asunto que su comienzo […]” (Ec. 7:8). Este tópico se verá de una forma más maravillosa en el reino espiritual cuando el fin de la obra salvífica de Dios, en infinidad de pecadores, surgirá para alabanza pública y eterna de su gracia y su poder. ¡Alégrate, pues, pobre cristiano! “Mejor es el fin de un asunto que su comienzo”. ¡Contempla ese gusano que se arrastra, con una apariencia tan despreciable! Es el comienzo de algo. Dale a ese insecto unas alas espléndidas e imagínatelo jugueteando bajo los rayos del sol, libando en las campanillas de las flores, lleno de felicidad y vida. ¡Ese es el final del asunto! Esa oruga nos representa a nosotros mismos hasta el momento en el que nos vemos envueltos en la crisálida de la muerte. Pero cuando Cristo aparezca, seremos como Él es porque le veremos tal y como es (cf. 1 Jn. 3:2). Debemos conformarnos con ser, como este insecto, gusano y no hombre para que cuando nos despertemos a la semejanza de Cristo, nos sintamos satisfechos de ser como Él1.
Por el camino de tus mandamientos correré, porque tú ensancharás mi corazón (Sal. 119:32).La gracia es el favor de Dios, por medio de Cristo, hacia aquellos que no se lo merecen. Necesitamos gracia para convertirnos. Los cristianos son aquellos que han “creído por medio de la gracia” (cf. Hch. 18:27).
“Fue la gracia la que trajo el temor a mi corazón, Y la gracia mis temores quitó; Cuán preciosa fue esa gracia En el primer momento que creí.1Habiéndose convertido, los creyentes siguen dependiendo completamente de la gracia soberana únicamente para poder exhibir la presencia y el ejercicio de cada una de las virtudes, par cada latido santo de su corazón regenerado y cada acción correspondiente al cuerpo. Tenemos una gran necesidad de “seguir en la gracia de Dios” (cf. Hch. 13:43). Por consiguiente, oramos pidiendo gracias para nosotros y los unos para los otros, como Pablo: “Ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que es poderosa para edificaros y daros la herencia entre todos los santificados” (Hch. 20:32).
Me apego a tus testimonios; SEÑOR, no me avergüences.La vida cristiana comienza con una decisión basada en los principios de creer y obedecer la Palabra de Dios, como confiesa el propio salmista en el versículo anterior: “He escogido el camino de la verdad; he puesto tus ordenanzas delante de mí” (Sal. 119:30). ¡Magnificad la gracia que cambió por primera vez vuestros corazones para hacer esta santa elección, hermanos! Muchos siguen caminando como enemigos de Cristo (cf. Fil. 3:18) y vosotros no sois más dignos del favor de Dios que ellos.
He escogido el camino de la verdad; He puesto tus ordenanzas delante de mí.Pensar y vivir como seguidor de Jesucristo implica una decisión muy deliberada y perseverancia intencionada, aunque esas actividades espirituales del alma son fruto de una fe dada por Dios. Los creyentes saben de ellos mismos que “Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para su beneplácito” (Fil. 2:13). Esta verdad no anula la voluntad ni la acción del creyente, sino que la afirma y la capacita. Dios obra en usted el querer (original: intención, deseo) Su beneplácito y, de esta manera, usted realmente lo desea aunque no tuviera ningún anhelo en esa dirección antes de que Él obrara en usted para crear ese deseo. Dios obra en usted para que usted haga (original: trabajar, llevar a cabo) Su beneplácito, y así usted realmente lo hace aún cuando antes no ha tenido éxito en esas buenas obras, antes de que Él actuara en usted para lograrlo.
Quita de mí el camino de la mentira, Y en tu bondad concédeme tu ley.Todo el mundo miente, o al menos eso es lo que parece. Seguramente todos sufrimos grandes tentaciones de mentir, y algunas veces cedemos a ello. Sin embargo, así como con todos los demás pecados, en esto hay dos tipos de personas. Algunos son esclavos de la mentira y nunca se arrepienten realmente. Deliberadamente y también sin pensar demasiado al respecto, utilizan las mentiras en su vida diaria porque creen que es más fácil y que les aportará más felicidad. Están en paz con la mentira, incluso la defienden como algo correcto y necesario bajo ciertas circunstancias. El otro tipo de personas está orientado hacia la verdad. Odian la mentira incluso cuando están luchando contra este pecado en su propia vida. Una de las armas más importantes de su arsenal contra la mentira es la oración. Por cierto, el primer grupo está perdido (Ap. 2:.8) y solo los verdaderos cristianos están en el segundo.
De tristeza llora mi alma; Fortaléceme conforme a tu palabra (versión Biblia de las Américas) Se deshace mi alma de ansiedad; Susténtame según tu palabra (versión Reina Valera 1960)Los verdaderos cristianos pueden tener el mismo tipo de tristezas que los no creyentes. La religión “happy-clappy (de gozo y palmas)” tan popular hoy en día ha negado esto y fomenta expectativas poco realistas de la experiencia cristiana. Lo que puede sorprender incluso a los creyentes más firmes ya que, en algunos aspectos, los verdaderos cristianos son vulnerables a tristezas más profundas que los inconversos. El puritano Thomas Manton pone especial cuidado en demostrar esto en su sermón sobre nuestro texto: Los hijos de Dios están a menudo bajo el ejercicio de tristezas tan profundas y estresantes como no podrán tener nunca las demás personas […] Las razones para esto es 1) sus cargas son mayores (p. ej. tentación, deserción, castigo por los pecados), 2) tienen una mayor sensibilidad de alma que los demás (porque tienen un entendimiento espiritual más claro junto con sentimientos más delicados y tiernos), y 3) tienen más expectativas de bendiciones, y por lo tanto sienten más preocupación por no disfrutarlas.1
Hazme entender el camino de tus preceptos, y meditaré en tus maravillas (Sal. 119:27).Nuestra generación sufre por un exceso de información y una escasez de meditación profunda. Incluso en medio de tecnologías explosivas y quizás, hasta cierto punto, a causa de éstas hay una fuerte corriente oculta de anti intelectualismo. Sin un arduo esfuerzo para evitar las distracciones crónicas del omnipresente teléfono móvil, emails, iPods, portátiles en zonas WiFi, junto con los demás medios de comunicación más antiguos como la televisión por cable, radio y periódicos podemos sufrir de una sobrecarga de información. Esta anula cualquier tiempo importante y la energía mental para dedicarse a meditar en las cosas profundas de Dios, mientras que nuestra amplia y superficial de incontables cosas triviales nunca ha sido mayor.
De mis caminos te conté, y tú me has respondido; enséñame tus estatutos (Sal. 119:26).La intimidad requiere comunicación. Usted no puede conocer realmente a alguien, y no pueden conocerle a usted profundamente, sin “dialogo”, la forma de hablar de dos sentidos, dar y tomar, de hablar sinceramente y escuchar con atención cada uno con el otro. Solo esto constituye la auténtica conversación y en el mundo hay bien poco de esto. a menudo decimos cosas que realmente no pretendemos. A veces nos guardamos nuestros verdaderos pensamientos y sentimientos cuando deberían revelarse. Cuando parece que estamos escuchando, podemos estar planeando que es lo próximo que vamos a decir. Y si llegamos al punto en el que estamos dispuestos a hablar con total honestidad y escuchar con humilde paciencia, ¡qué raro es encontrar a otro que esté dispuesto a hacer lo mismo! ¿Hay alguna duda de que a menudo estamos tan terriblemente separados de los demás, a veces incluso de nuestros familiares más cercanos que viven en la misma casa con nosotros, que nos encontramos profundamente solos?
Postrada está mi alma en el polvo; vivifícame conforme a tu palabra (Sal. 119:25).Unas de las evidencias que satisface a los cristianos sinceros acerca de la inspiración divina es su “luz y poder […] para confortar y levantar a los creyentes para salvación” (WLC 4). Cuando se entiende correctamente, la descripción bíblica de lo que significa conocer a Dios de una forma salvadora en la vida real, tener comunión con él y servirle, encaja exactamente con la experiencia de sus lectores en todas partes y en todo lugar. Nacemos de nuevo con una ilusión entusiasmada por nuestra nueva vida con Cristo, y luego sufrimos terriblemente cuando nuestras expectativas poco realistas no se cumplen. Esto nos conduce a menudo de regreso a las Escrituras y, para nuestra sorpresa, encontramos que nuestras propias experiencias no son extrañas, sino muy típicas, incluso en la vida de los santos más eminentes de los que se hace una crónica en el santo registro.
También tus testimonios son mi deleite; Ellos son mis consejeros (Sal. 119:24).El salmista acaba de testificar sobre las terribles circunstancias a las que se enfrentó: “Príncipes” o gobernantes, gente con poder sobre él humanamente hablando, se “sentaron y hablaron contra” él (119:23), conduciéndole al “oprobio y el desprecio” (119:22). Las palabras hostiles, que proceden especialmente de nuestros superiores (ya sean autoridades civiles, empleados, maestros, padres, etc.), pueden desmoralizarnos y causarnos confusión con respecto a cuál sería nuestra mejor respuesta. Incluso el que es inocente puede sentir una falsa vergüenza, como si hubiera hecho algo terrible, y esto puede provocar un profundo y gran dolor espiritual, sobre todo a aquellos que son más sensibles espiritualmente. Además, saber lo que debemos hacer frente a tales enemigos es mucho más complicado que cuando estamos viviendo cómodamente, en medio de personas piadosas que buscan nuestros mejores intereses. ¿Cómo puede escapar el creyente a esos peligros comunes de ser perseguidos?
Aunque los príncipes se sienten y hablen contra mí, tu siervo medita en tus estatutos (Sal. 119:23).La mayoría de nosotros nos sentimos heridos cuando alguien nos critica, ¡pero cuánto mayor sería la prueba si aquellos que tienen autoridad suficiente sobre nosotros ejercieran su poder oficial para condenarnos! Aunque hoy en día sería algo raro, muchos de nuestros hermanos tuvieron que sufrir esa terrible experiencia a lo largo de la historia de la iglesia. El salmista testifica que ha soportado ese tipo de aflicción personal y nos dice cuál es el remedio que ha encontrado.
Quita de mi el oprobio y el desprecio, Porque yo guardo tus estatutos (Sal. 119:22).Una persona que se convierte a la fe cristiana puede ser ingenua y esperar que no va a recibir más que felicitaciones cuando los que le observan vean por la coherencia de su vida y sus palabras que siente un absoluto deseo ferviente por vivir como un discípulo de nuestro glorioso Señor Jesucristo. Después de todo, este es el cambio más maravilloso y digno de elogio que una persona pueda tener en su vida. Ser liberado de la esclavitud del pecado, pasar de ser una amenaza moral a convertirse en un medio de bendición es verdaderamente un motivo de celebración. De hecho, hay gozo en la presencia de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente (Lucas 15:10). ¡Ojalá la tierra tuviera tanto sentido común!
Tú reprendes a los soberbios, los malditos, que se desvían de tus mandamientos (Sal. 119:21).El cristiano fiel debe tener siempre en mente el verdadero carácter de los que, desde el punto de vista de Dios, son sus enemigos espirituales para poder mantener una oposición justa y vigilante contra ellos y sus principios. Nos enfrentamos a la tentación constante de la frustración porque parecen escapar con sus fechorías y esto puede convertirse en envidia porque parecen incluso más felices y más bendecidos por haber hecho el mal. Sin ejercitar constantemente la fe y sin que nos recuerden el verdadero estado espiritual de las cosas, podemos rendirnos fácilmente a la fuerza de tales axiomas como “haz lo que te haga sentir bien” y “si no puedes con ellos, únete a ellos”. Vea como David se advierte a sí mismo, y a los que le escuchan, contra este tipo de seducción espiritual, por ejemplo en Sal. 37:1-2, 7-9, 16-17, 35-38 y Asaf hace lo mismo en Sal. 73:1-5, 12-13, 16-19, 27-28.
Quebrantada está mi alma Anhelando tus ordenanzas en todo tiempo (Sal. 119:20).“Avaricia sagrada” es la impresionante frase que C. H. Spurgeon utilizó en un sermón sobre este versículo (“Holy Longings” [santos anhelos], MTP # 1586), y estaría más justificado que nosotros denomináramos esa misma pasión por nuestro texto inspirado “lujuria sagrada” (Gá. 5:17). Lujuria significa simplemente deseo, pero al tener connotaciones sexuales tan fuertes en el inglés moderno, he elegido “deseo sagrado” como mejor frase descriptiva para este versículo. Puedo captar su atención sin necesidad de ofender su sensibilidad.
Peregrino soy en la tierra, no encubras de mí tus mandamientos (Sal. 119:19).Para bien o para mal, la imagen de usted mismo afecta a sus oraciones, si ora, y por lo que ora. Los que confían en ellos mismos (es decir, los idólatras) nunca le piden a Dios algo sinceramente o con fervor. Un hombre codicioso se preocupa acerca del futuro y ora para evitar la pobreza. Un hipocondríaco pide mayormente salud. Uno que se ve como un gran pecador por naturaleza ruega constantemente pidiendo perdón y limpieza. El que se siente justo en su propia opinión da gracias por no ser malvado como los demás.
Abre mis ojos, para que vea las maravillas de tu ley (Sal. 119:18).Algunas oraciones bíblicas son tan intemporales y generales que los santos las adoptan y se las ofrecen al Señor a lo largo de sus vidas. Así es nuestro texto en este próximo versículo del Salmo 119 que nos enseña a... Orar a Dios pidiendo más luz de las Escrituras
Haz bien a tu siervo; que viva, Y guarde tu palabra (Sal. 119:17).La frase “vida abundante” es corriente en el pop-cristianismo; por ejemplo “Centro de Familia Vida Abundante” como nombre para una iglesia o “Ministerios de Vida Abundante” para una organización relacionada con la iglesia. Todos queremos una “vida abundante” de un tipo u otro, de manera que etiquetas como esas van dirigidas a un marketing efectivo. Además, Jesús dijo “yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10), pero… ¿qué quería decir exactamente? He ahí la cuestión. El evangelio promete muchos beneficios a todo aquel que crea, pero la salud física (2 Ti. 4:20), la riqueza terrenal (2 Co. 8:1), comodidad material (Lucas 12:19-20), un buen trabajo (Mt. 8:20), un matrimonio con éxito (1 Co. 7:15), buenos hijos (Mt. 10:34-35), y estar libre de conflictos (Mt. 10:22) ahora mismo no se encuentran entre ellos (1 Co. 4:11-13; cf. Ro. 8:16-18). Dios concede a las personas (incluso a los no creyentes) algunas de esas bendiciones ahora; incluso en el cielo solo se concederán algunas de ellas, pero son todas bastante secundarias a la vida genuinamente abundante.
Me regocijaré en tus estatutos; No me olvidaré de tus palabras (Sal. 119:16).Como ocurre en las escrituras con muchas de las declaraciones del alma piadosa, este texto presenta inmediatamente un rasgo espiritual compartido, hasta cierto punto, por todos los creyentes verdaderos; así mismo, establece la meta espiritual que debemos buscar fervientemente. Esto es porque el salmista declara tanto su sincero testimonio, como el anhelo de su corazón renovado. Por consiguiente, es útil como prueba de nuestra sinceridad y de exhortación a una madurez espiritual. ¡Meditemos principalmente sobre estos versículos como exhortación!
En tus mandamientos meditaré; Consideraré tus caminos (Sal. 119:15).La devoción bíblica incluye una vida de reverente contemplación o meditación, con la atención fijada sobre las palabras exactas de las Escrituras. Dios le llama para esto, cualquiera que sea su inteligencia, su personalidad o sus circunstancias particulares. Algunas comunidades como los pobres urbanos o los pobres sureños tienden, por lo general, a desdeñar la importancia de la educación. La fuerte presión social obra contra los individuos que se convertirían en buenos estudiantes, alcanzarían notas altas, irían a la universidad y conseguirían títulos superiores; esta desaprobación general desalienta a muchos a la hora de romper con los moldes de sus comunidades.
Me he regocijado en el camino de tus testimonios Más que de toda riqueza (Sal. 119:14).Todos amamos ciertas cosas y odiamos otras, y nuestro estado de ánimo varía en base a la interacción que tengamos con ellas. El mero recuerdo de estas cosas es suficiente para elevar o deprimir nuestro ánimo. Meditar en cosas que desdeñamos o menospreciamos obra en contra de nuestra felicidad, mientras que ponderar nuestras cosas favoritas nos produce placer. ¿Recuerde a María cuando cantaba “Mis cosas favoritas” en “Sonrisas y Lágrimas”? Las mismas cosas que enfurecen a una persona pueden agradarle a otra, y viceversa. Todo depende de la manera en la que cada uno valore lo bueno y lo malo, lo hermoso o lo feo, lo valioso y lo que no vale nada, lo útil y lo perjudicial. Cuando los objetos provocadores son cosas de la esfera espiritual y moral, nuestro carácter espiritual y moral más íntimo queda revelado por nuestra respuesta hacia ellas. Aquí, el salmista da testimonio de lo que le hacía más feliz y, por deducción, lo que también debería despertar nuestro entusiasmo.
Con mis labios he contado todos los juicios de tu boca (Sal. 119:13).Un eco realmente bueno puede ser una experiencia inolvidable. Los mejores duran mucho y tienen una alta fidelidad. El fenómeno físico implica que usted envía ondas de sonido, típicamente una palabra o frase, y éstas vuelvan de nuevo a usted. Los ecos necesitan un entorno adecuado; las condiciones apropiadas para producir el efecto deseado son inusuales, como en una cueva o en un estadio vacío. Generalmente nuestras voces se suelen perder sin ningún retorno.
Bendito tú, OH JEHOVÁ; Enséñame tus estatutos (Sal. 119:12).Una vida de genuina piedad puede resumirse en alabar a Dios y aprender de Él. Estas dos cosas son mutuamente simbióticas: crecen juntas y se necesitan la una a la otra. Un ejemplo famoso es el chorlito egipcio y el cocodrilo. Al pájaro le encanta comer los pequeños parásitos del cocodrilo, y éste lo aprecia tanto que abre sus fauces y deja que el ave cace en ellas. Este pajarito que mora en el cocodrilo disfruta de un lugar seguro; pocos de sus depredadores se atreverían acercarse a esta percha feroz. De esta manera, el ave y el cocodrilo viven felices juntos, sacando provecho y dependiendo1 el uno del otro. Así ocurre cuando alabamos y aprendemos de Dios. A medida que el alma se eleva y contempla las glorias de su Dios, va dando rienda suelta a la alabanza de esa gloria de manera que es inducida a sentir más hambre de Su auto-revelación verbal y Su voluntad manifestada para los santos. De la misma manera, cuando el alma es genuinamente enseñada por Dios, no solo instruida por los hombres, su verdadero conocimiento de Él produce la apremiante urgencia de alabarle. Donde no hay un corazón para la adoración, existe una correspondiente apatía para aprender Sus estatutos, y nadie podrá desarrollar una disposición para alabar si no es aprendiendo de ellos.
En mi corazón he guardado tus dichos, Para no pecar contra ti (Sal. 119:11).Toda la riqueza de este mundo no puede convertirte en una mejor persona. Ser rico no implica ser bueno, como tampoco una persona pobre tiene por qué ser necesariamente mala. No hay absolutamente ninguna correlación. Un día, una adolescente insensata alardeó de que su novio era un tipo estupendo porque tenía un coche llamativo y un barco de recreo. Yo nunca vi la conexión. Vea esta adivinanza: ¿Qué tesoro es invisible y aún así la gente sabe quien lo posee, por sus efectos positivos sobre la persona y sobre su vida? ¿Qué es lo que no se puede comprar con dinero y aún así es más valioso que todo el oro del mundo? ¿Qué es eso tan valioso que no puede agarrarse con las manos, y aun así muchos lo han cogido para su eterno bien? ¿Qué riqueza no puede verse con los ojos, pero puede almacenarse en un lugar secreto de donde nadie se lo puede llevar?
Con todo mi corazón te he buscado; No me dejes desviarme de tus mandamientos (Sal. 119:10).“Bien está lo que bien acaba.” Este cliché es verdad, y en nada es tan importante acabar bien como en su relación con Dios. Los redimidos que se encuentran en el cielo tuvieron experiencias espirituales ampliamente distintas mientras vivieron en la tierra. Algunos fueron salvos tan jóvenes que ni siquiera pueden recordar cuando se convirtieron, sin embargo otros recibieron la fe salvadora justo en los momentos que precedieron a su muerte. De los que conocieron a Dios por muchos años, algunos tuvieron un progreso constante y consistente en su vida espiritual; otros sin embargo sufrieron dolorosos lapsus morales, como David, y solo se recuperaron por la gracia de Dios. Muchos que se limitan a hacer profesión de fe no terminan bien, ya que vuelven a sus pecados y finalmente a la perdición. En contraste, todos los creyentes verdaderos perseveran hasta el final, y la apostasía que sufren es solo parcial y temporal. Todos acaban bien. Como la LBCF de 1689 dice, a pesar de todos los pecados dolorosos que puedan realmente cometer, “sin embargo, renovarán su arrepentimiento y serán preservados por medio de la fe en Cristo Jesús hasta el final (XVII.3).
¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra (Sal. 119:9).Este es el primer versículo de la segunda sección de ocho, y donde cada uno de ellos comienza con la letra “beth”, segunda letra del abecedario hebreo. Es una de las pocas preguntas de este salmo. A diferencia de cualquiera de los demás del mismo tipo es muy similar a una pregunta de catecismo con su respuesta, donde el instructor pregunta y espera las respuestas memorizadas: P. ¿Con qué limpiará el joven su camino? R. Con guardar tu palabra. En esto tenemos obviamente dos cosas importantes — 1) el problema del camino pecaminoso de un joven, a 2) el remedio para la purificación espiritual de un joven. Un joven tiene que utilizar las Escrituras para purificar su camino. La meditación deliberada y paciente de este texto, en particular con la ayuda de una exposición excepcional como la de Thomas Manton, revela que la frase anterior es un escueto resumen. Vamos a recabar unos cuantos pensamientos edificantes de este apropiado versículo.
Tus estatutos guardaré; No me dejes enteramente (Sal. 119:8).El evangelio revela una lógica que desciende del cielo, y que nadie a excepción de los cristianos sinceros puede realmente entender y abrazar. Implica la relación entre la gracia de Dios y la obediencia a Dios; declara que la gracia de Dios precede a nuestra obediencia, no sólo cronológicamente sino con una relación de causa y efecto. “Nosotros Le amamos a Él, porque Él nos amó primero.” (1 Juan 4:19). Sin la iluminación que sólo viene por medio del Espíritu Santo, somos capaces de pensar exactamente lo contrario a esto — el pensamiento sería: si tomo la iniciativa de buscar a Dios y amarle, mostrándole mi amor por medio de la obediencia a Sus mandamientos; entonces Él responderá amándome como a un hijo fiel. Si este fuese el caso, todos permaneceríamos en nuestros pecados. Esta forma mundana de pensar se vuelve a infiltrar incluso después de que Dios nos salve. La evidencia es que intentamos agradar a Dios con nuestra propia fuerza, sin orar de una manera deliberada y decidida pidiendo Su ayuda para poder progresar espiritualmente. O, incluso cuando oramos, de alguna manera tenemos más confianza en nuestras oraciones que en un Dios que da sin que se le pida.
Te alabaré con rectitud de corazón Cuando aprendiere tus justos juicios (Sal. 119:7).Nuestro orgullo desmesurado hace que pensemos que “sabemos” cómo adorar a Dios y, sin embargo, sin gracia seguiremos inevitablemente el ejemplo perverso de Caín, quien trajo una ofrenda inaceptable delante del Señor (Gn. 4:3-5), consciente o inconscientemente. Cuando los predicadores ponen al descubierto nuestra ignorancia espiritual, y el descontento del Señor con nuestra necedad religiosa, nuestro semblante también se viene abajo, a menos que Él cambie nuestro corazón. Muchas de las cosas que hacemos, y que merecen la pena, requieren algún conocimiento, habilidad y práctica antes de poder hacerlas bien. Nadie se sienta al volante de un coche por primera vez, dispuesto a conducir por la autopista. Cocinar de verdad (no las cenas delante del televisor) no se puede hacer sin aprendizaje culinario y práctica. Cualquier tipo de deporte serio requiere un compromiso formal con la disciplina antes de que la calidad aparezca. Entonces, ¿por qué tanta gente se las da de expertos en religión y adoración, mientras siguen siendo ignorantes de las Escrituras y extremadamente inconsistentes como cristianos que profesan?
Entonces no sería yo avergonzado, Cuando atendiese a todos tus mandamientos (Sal. 119:6).El salmista no sólo es un modelo de lo que deberíamos ser, sino también un ejemplo de la vida real en cuanto a lo que los cristianos verdaderos son en realidad. Santiago nos recuerda que Elías, uno de los mayores santos del AT, estaba “sujeto a pasiones semejantes a las nuestras,” y así como él oró por grandes cosas y las recibió, así también nosotros (Stg. 5:16-18). De manera similar, Sal. 119:6 es una guía, y, a la vez la marca de los verdaderos creyentes cristianos. Todos tienen la misma esperanza, y ésta crecerá con la madurez espiritual. Cualquiera que carezca de esta esperanza no está aún convertido. ¿Y cuál era esa esperanza que se expresa así?
Tú has ordenado tus preceptos, para que los guardemos con diligencia (Sal. 119:4).Acabamos de considerar la bienaventuranza de los cristianos devotos, el tema del Sal. 119:1-3. Hemos aprendido que la devoción hacia Dios y Su Palabra están indivisiblemente vinculadas y que los que están entregados a ambas cosas son los que reciben más bendición. Viven en comunión con Dios y Su palabra e ilustran la santidad en toda su conducta. Siendo así, ¿quién no aspiraría a ser tan bendecido?
¡Cuán bienaventurados son los de camino perfecto, los que andan en la ley del SEÑOR! ¡Cuán bienaventurados son los que guardan sus testimonios, y con todo el corazón le buscan! No cometen iniquidad, sino que andan en sus caminos (Sal. 119:1-3).¿Es usted un cristiano devoto [que tiene y demuestra un profundo compromiso religioso, completamente comprometido con una causa o creencia]? Derivado del verbo “dedicar”, dar todo de uno mismo a algo (siglo 16) dedicar formalmente, consagrar ¿Dirían esto de usted los que le conocen bien? ¿En qué se diferencia su forma de vivir de aquella de los no cristianos morales?
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