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Cristo mandó que haya arrepentimiento I

Charles H. Spurgeon

“Arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15).

Nuestro Señor Jesucristo comienza su ministerio anunciando sus mandatos principales. Surge del desierto recién ungido, como el novio sale de su cámara. Sus notas de amor son arrepentimiento y fe. Viene totalmente preparado para su misión, habiendo estado en el desierto, “tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Heb. 4:15)… Oíd, oh cielos, escuchad, oh tierra, porque el Mesías habla en la grandeza de su poder. Clama a los hijos de los hombres: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Prestemos atención a estas palabras, las que, igual que su Autor, están llenas de gracia y de verdad. Ante nosotros tenemos la suma y sustancia de la totalidad de las enseñanzas de Jesucristo, el Alfa y el Omega de todo su ministerio. Por salir de la boca de tal Ser, en tal momento, con un poder tan singular, démosles nuestra atención más seria. Dios nos ayude a obedecerlas desde lo más profundo de nuestro corazón.

Comenzaré diciendo que el evangelio que Cristo predicó fue claramente un mandato:

“Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Nuestro Señor condescendió a razonar con nosotros. En su gracia, su ministerio con frecuencia ponía en práctica el texto antiguo: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos” (Isa. 1:18). Persuade a los hombres con sus poderosos argumentos, los que debiera llevarlos a buscar la salvación de sus almas. Sí, llama a los hombres y oh, con cuánto amor los convence a ser sabios: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mat. 11:28). Ruega a los hombres. Se rebaja para ser, por así decir, un mendigo para sus propias criaturas pecadoras, rogándoles que vengan a él. Ciertamente, hace de esto la responsabilidad de sus siervos: “Como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Cor. 5:20). No obstante, recordemos, que aunque condesciende a razonar, persuadir, llamar y rogar, el evangelio tiene en sí toda la dignidad y fuerza de un mandato. Si hemos de predicarlo en esta época como lo hizo Cristo, tenemos que hacerlo como un mandato de Dios, acompañado de una sanción divina que no debe descuidarse, so pena de poner el alma en infinito peligro… “Arrepentíos” es un mandato de Dios tanto como lo es “No hurtarás” (Éxo. 20:15). “Cree en el Señor Jesucristo” tiene tanta autoridad divina como “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Luc. 10:27).

¡No crean, oh, hombres, que el evangelio es algo opcional, que pueden optar por aceptarlo o no! ¡No sueñen, oh pecadores, que pueden despreciar la Palabra de lo Alto y no cargar con ninguna culpa! ¡No crean poder descuidarlo sin sufrir las consecuencias! Es justamente este descuido y desprecio de ustedes lo que llenará la medida de nuestra iniquidad. Por esto clamamos: “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?” (Heb. 2:3). ¡Dios manda que se arrepientan! El mismo Dios ante quien el Sinaí tembló y se cubrió de humo, ese mismo Dios quien proclamó la Ley con sonido de trompeta, con relámpagos y truenos, nos habla a nosotros con más suavidad, sonido de trompeta, con truenos y relámpagos, nos habla con suavidad y tan divinamente, por medio de su Hijo unigénito, cuando nos dice: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”…

Entonces, a todas las naciones sobre la tierra hagamos llegar este decreto de Dios. Oh hombres, Jehová quien nos hizo, nos dio aliento, él, a quien hemos ofendido, nos manda este día que nos arrepintamos y creamos en el evangelio.

Sé que a algunos hermanos no les gustará esto, pero no lo puedo remediar. Nunca seré esclavo de ningún sistema, porque el Señor me ha librado de esta esclavitud de hierro. Ahora soy el siervo gozoso de la verdad que nos hace libres. Ya sea que ofenda o agrade, con la ayuda de Dios predicaré cada verdad que voy aprendiendo de la Palabra. Sé que si algo hay escrito en la Biblia, está escrito como con un rayo del sol: Dios en Cristo manda a los hombres que se arrepientan y crean el evangelio. Es una de las pruebas más tristes de la depravación total del hombre el que no quiera obedecer este mandato, sino que desprecia a Cristo y de este modo hace que su condenación sea peor que la condenación de Sodoma y Gomorra…

Aunque el evangelio es un mandato, es un mandato de dos partes que se explican por sí mismas.

“Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Conozco algunos muy excelentes hermanos —Dios quisiera que hubiera más com
o ellos en su celo y su amor— quienes, en su celo por predicar una fe sencilla en Cristo, han tenido un poco de dificultad en cuanto al asunto del arrepentimiento. Conozco a algunos que han tratado de superar la dificultad suavizando la dureza aparente de la palabra arrepentimiento, explicándola según su equivalente griego más común, palabra que aparece en el original de mi texto y significa “cambiar de idea”. Aparentemente interpretan el arrepentimiento como algo menos importante de lo que nosotros usualmente concebimos, dicen que es, de hecho, un mero cambiar de idea. Ahora bien, sugiero a aquellos queridos hermanos que el Espíritu Santo nunca predica el arrepentimiento como algo insignificante. El cambio de idea o comprensión del que habla el evangelio es una obra muy profunda y seria, y no debe ser menoscabado de manera alguna.

Además, existe otra palabra que también se usa en el griego original para significar arrepentimiento, aunque con menos frecuencia, lo admito. No obstante, es usada. Significa “un cuidado posterior”, que incluye algo más de tristeza y ansiedad que lo que significa cambiar de idea. Tiene que haber tristeza por el pecado y aborrecimiento hacia él en el verdadero arrepentimiento, de no ser así leemos la Biblia con poco provecho… Arrepentirse sí significa cambiar de idea. Pero es un cambio total en la comprensión y en todo lo que hay en la mente, de modo que incluye una iluminación, sí, una iluminación del Espíritu Santo. Creo que incluye un descubrimiento de la iniquidad y un aborrecimiento por ella, sin lo cual no puede haber un arrepentimiento auténtico. Opino que no debemos subestimar al arrepentimiento. Es una gracia bendita de Dios el Espíritu Santo, y es absolutamente necesaria para salvación.

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De un sermón predicado el domingo por la mañana del 13 de julio, 1862, en el Tabernáculo Metropolitano, Newington.

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Charles H. Spurgeon (1834-1892): Bautista británico influyente; la colección de sus sermones llena 63 tomos y contiene entre 20 y 25 millones de palabras, la serie de libros más grandes de un solo autor en la historia del cristianismo. Nacido en Kelvedon, Essex, Inglaterra.

Publicado con permiso de Chapel Library.

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