Honrad al rey
Tertuliano (145-220 a.c), en su Apología, hace una gran defensa del Cristianismo. En los capítulos 31-33, él niega que los cristianos odiaban al Cesar y por el contario, argumentaba del que ellos le rendían mayor honor al orar por el:
Nuestros votos e intercesiones al cielo por la vida del emperador, quizás sean vistos solamente como las especias de la adulación, y un truco sólo para eludir la severidad de las leyes; pero si lo consideras un truco, ha tenido esta ventaja: nos ha conseguido la libertad de probar lo que propusimos hacer en nuestro argumento.
Tú, pues, que piensas que la religión cristiana no expresa preocupación por la vida de César, mira la palabra de Dios y podrás ver con qué superabundante amor se nos manda a amar a nuestros enemigos, a bendecir a los que nos maldicen, a hacer bien a los que nos odian, y a orar por los que nos utilizan y nos persiguen con malicia (Mateo 5:44). ¿Y quiénes tan crueles perseguidores de los cristianos como los emperadores por los que son perseguidos? Y sin embargo, estas son las personas por quienes la palabra de Dios nos ordena a orar expresadamente y por nombre:
“Exhorto, pues, ante todo que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y sosegada con toda piedad y dignidad” ( 1 Tim. 2:1-2). Porque cuando el gobierno es sacudido, los miembros de él sienten el golpe, y nosotros (aunque no somos vistos como miembros por el pueblo), sin embargo, nos hallamos compartiendo en la calamidad del público. Respetamos la providencia de Dios en las personas de los emperadores, que ha hecho elección de ellos para el gobierno del mundo.
Pero, ¿qué más necesito decir para mostrar el vínculo sagrado que liga a los súbditos cristianos al deber de la lealtad? Basta con decir que nos vemos bajo la necesidad de honrar al emperador como la persona elegida por Dios; de modo que por razones válidas yo pudiera decir que el César es más mío que tuyo, porque nuestro Dios lo ha escogido. Por lo tanto, teniendo mayor interés en él, hago más que usted por su bienestar, no sólo porque le pido a Dios que puede concederlo…sino también porque, al guardar la majestad de César dentro de los límites debidos, y ponerlo bajo el Altísimo, y haciéndolo menos que divino, lo encomiendo más al favor de Dios. Yo lo someto [César] a uno que considero más glorioso que él. Nunca voy a llamar al emperador Dios. Si él es solamente un hombre, es su deber como hombre dar a Dios su lugar más alto. Que se complazca con el nombre de emperador, porque este es el nombre más majestuoso en la tierra, y es un regalo de Dios. Llamarlo Dios, es robarle su título. Si no es un hombre, no puede ser emperador. Incluso cuando, en medio de los honores del triunfo, se sienta en ese elevado carruaje, se le recuerda que sólo es humano. Una voz a su espalda le susurra a su oído: “Mira detrás de ti; Recuerda que eres un hombre.”
Estoy dispuesto a dar al emperador esta designación [Señor], siempre y cuando no me vea obligado a llamarlo Señor en el lugar de Dios. Porque yo soy el libre súbdito del César, y tenemos un solo Señor, el Eterno Dios Todopoderoso, el cual es tanto su Señor como el mío.
– Tomado de Apology of Tertullian, (Griffith, Farran, Okeden & Welsh, Newberry, London, 1889, pp. 114-119)