Humildad en el pronóstico
D. Scott Meadows
No te jactes del día de mañana, porque no sabes qué traerá el día (Proverbios 27:1).
Entre otras cosas, la sabiduría es la conciencia de la realidad, y actuar de forma coherente con ella. Los necios fantasean con las cosas como desean y, finalmente, descubren mediante una dolorosa experiencia que esto ha sido peligroso para ellos. “El camino de los pérfidos es duro” (Pr. 13:15). Creer que puedes volar desde lo más alto de un rascacielos no te asegura un aterrizaje suave. Un viejo predicador dijo una vez: “No se puede quebrantar realmente los mandamientos de Dios; si los violas, ellos te quebrantaran a ti”. Esto es así, porque el Dios que los dio es el Gobernador de toda la creación.
Un ejemplo destacado de necedad en nuestra sociedad es la gran cantidad de individuos que intentan predecir el resultado de acontecimientos futuros, con la confianza que solo le pertenece, por derecho y por inspiración divina, a los profetas del Señor. No son sabios, porque Dios es el único que conoce el futuro, salvo que a Él le plazca revelárnoslo. Solo Él es el Soberano todopoderoso y omnisciente por cuyo decreto eterno se desarrolla el futuro y quien hace que todo ocurra por Su Providencia, en la que Él gobierna a “todas Sus criaturas, y todos los actos de estas” (Catecismo Menor de Westminster, 11).
Este proverbio que tenemos delante tiene dos líneas y este es un rasgo típico de la literatura bíblica de sabiduría. El paralelismo poético hebreo es una gran ayuda para el intérprete, cuando la relación entre las líneas se discierne de manera adecuada. Aquí, la primera línea es una prohibición divina; la segunda es una razón convincente para la prohibición. De manera más específica, advierte: “No hables de cierta manera, porque no sería coherente con una cierta realidad que deberías reconocer”.
El lenguaje prohibido está pronosticando aquí sucesos futuros con una confianza sin justificación. Hablar así es neciamente pecaminoso, porque sugiere una irrealidad.
No te jactes del día de mañana
Una traducción muy literal del versículo hebreo sería: “No te jactarás del día, porque no sabes qué traerá el mañana”. Una paráfrasis suelta dice: “¡No te jactes sobre el mañana! Cada día trae sus propias sorpresas” (CEV, traducción literal).
Aquí, el término “jactar”, o “fanfarronear”, implica una sutileza. Las personas sabias hacen previsiones en aras de la planificación, pero reconocen que las cosas pueden resultar de un modo muy distinto a como se esperan. “El prudente ve el mal y se esconde, mas los simples siguen adelante y son castigados” (Pr. 22:3). Esto se aplica tanto a comprar el seguro del auto como a confiar en Cristo antes del Día del Juicio. Hasta las hormigas ejercen la previsión para su autopreservación. Ellas nos dan un buen ejemplo (Pr. 6:6-11). Los meteorólogos hacen un buen trabajo siempre que practiquen la humildad en el pronóstico.
Cuando actuamos como si supiéramos, cuando solo imaginamos, y nos jactamos sobre nuestros actos futuros u otras eventualidades que no se pueden conocer, pecamos contra Dios y contra nuestra alma. Deberíamos decir “si el Señor quiere” y practicar la humildad en nuestra predicción (Stg. 4:13-17).
No sabes lo que ocurrirá mañana
Excepto por las cosas que sabemos a través de la revelación del Dios que todo lo sabe, todos deberíamos reconocer que somos agnósticos respecto al futuro. Sencillamente no sabes qué puede traer un día, ya sea prueba y tribulación, o paz y prosperidad. Admitir nuestra ignorancia es reconocer nuestra condición de criaturas y actuar de forma coherente con ella. Cierto conocimiento del futuro solo es característico de Dios (Is. 46:9-10; cf. 41:22-23). Esto es parte de la razón por la cual la adivinación le resulta tan ofensiva a Dios, y es un pecado tan grande.
Más que cualquier evento público que yo sea capaz de recordar, la elección ayer del Sr. Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, ilustra lo poco fiables que pueden ser la predicciones meramente humanas. Innumerables necios habían estado parloteando hasta la saciedad sobre lo que iba a ocurrir, y algunos habían ido mucho más allá de ofrecer conjeturas razonables para jactarse sobre lo que podía y lo que no podía suceder. Casi todos se equivocaron. Tan solo seis horas antes que se conocieran los resultados de las elecciones, empezaron a captar su vergüenza.
Fueron ignorantes u olvidaron este proverbio bíblico. Actuaron como si ellos mismos fueran dioses, y el verdadero Dios los ha expuesto y los ha juzgado en público. Sus “profecías” no eran más fiables, porque fueron proporcionadas por una hueste de comentaristas.
Esta sabiduría bíblica tiene las implicaciones más prácticas para nosotros y, aplicadas con fidelidad, pueden evitarnos un mundo de angustia y de miseria.
En primer lugar, algunos sufren una preocupación debilitante, porque se sienten bastante seguros de que su “mañana” está sujeto a perpetuar su desgracia o incluso a hacerse cada vez peor. Nunca lo sabes, y actuar como si lo hicieras es necio y erróneo. “No os preocupéis por el día de mañana —te aconseja Jesús (Mt. 6:34)— bástele a cada día sus propios problemas. La ira de Dios dura un momento. El llanto puede durar toda una noche, pero en la mañana llegará el gozo (Sal. 30:5).
Por otra parte, debemos prepararnos con sabiduría para las contingencias, porque por bien que podamos estar haciéndolo ahora, la complicación imprevista puede llegar de repente (Sal. 30:6-8). Debemos practicar la oración, leer la Biblia, resistir a la tentación y dedicarnos a las buenas obras como disciplinas espirituales, porque entre otras razones, nos fortificarán contra aflicciones posteriores. Planeemos con sabiduría, esperemos lo mejor con alegría y encomendémoslo todo al Señor. Ω