Ídolos abolidos I
C.H. Spurgeon
Efraín dirá: ¿Qué más tendré ya con los ídolos? (Oseas 14:8).
Nuestro texto implica una confesión. “Efraín dirá: ¿Qué más tendré ya con los ídolos?”. “¿Ya con ídolos?”. Entonces, Efraín, ¿hasta ahora tenías mucho que ver con ídolos? “Ay”, responde él con lágrimas en los ojos, “así ha sido”. El hipócrita quiere decir menos de lo que sus palabras expresan; en cambio, el verdaderamente arrepentido quiere decir mucho más de lo que sus palabras sinceras indican. La confesión de este texto es mucho más significativa porque es tácita, algo que brota de los labios con naturalidad.
Presten mucha atención, queridos oyentes, porque quizá algunos de ustedes están adorando ídolos. Entremos al templo de sus corazones y veamos si podemos encontrar allí algún dios falso. Entro a un corazón y, levantando allí la mirada, veo un ídolo gigantesco recubierto de oro y vestido con túnicas brillantes: Sus ojos son como joyas y su frente “como claro marfil cubierto de zafiros”; es un ídolo hermoso para contemplar. No se le acerquen demasiado, no lo analicen tanto, ni siquiera sueñen con hurgar su interior, pues no verán más que farsa y presunción. Encontrarán todo tipo de podredumbre y suciedad, mientras que el exterior del ídolo está adornado muy artísticamente y con la mayor pericia, al punto de que pudieran enamorarse de él al detenerse y contemplarlo.
¿Cómo se llama? Se llama fariseísmo. Recuerdo bien cuando yo mismo adoraba a este ídolo que mis propias manos construyeron, hasta una mañana, cuando encontré su cabeza destrozada y, con el tiempo, vi que ya no tenía manos y que el gusano lo estaba devorando; y el dios que adoraba y en quien confiaba había terminado siendo un montículo de basura y escoria, cuando yo había creído que era un cuerpo de oro puro, con ojos de diamantes. ¡Ay! Existen muchos hombres a quienes les ha sido dada esta revelación. Su ídolo todavía está en perfectas condiciones. Quizá es cierto que en la época de Navidad se desvían un poco y sienten que no se portan como debieran cuando sacan la botella y la pasan de mano en mano, pero después llaman al orfebre para que le dé al ídolo una capa nueva de oro y le recubra las áreas descascaradas. ¿Acaso no han asistido a la iglesia desde entonces? Pero, ¿acaso no o han asistido al culto la mañana de Navidad, poniendo así todos sus asuntos en orden? ¿No han elevado oraciones extra y donado un poquito más a obras de caridad? Así es como han limpiado de nuevo a su ídolo de modo que luce muy respetable. ¡Ah, es fácil ponerle parches nuevos, mis hermanos, hasta que entre el arca del Señor y, entonces, ni todos los orfebres del mundo pueden mantener de pie al ídolo! Una vez que el evangelio de Jesucristo entra en el corazón del hombre, este ídolo comienza a caer y, al igual que Dagón, quien cayó y quedó decapitado y con las manos cercenadas delante del arca del Señor, el fariseísmo cae haciéndose añicos. No obstante, hay miles por todo el mundo que adoran a este dios y dicen al orar: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres” y cosas por el estilo, no exactamente con las palabras del fariseo, pero con un estilo semejante. “Señor, gracias porque le pago a todos veinticinco gramos por kilo y porque he criado a mis hijos con respetabilidad. Dios, te doy gracias porque he asistido regularmente a la iglesia o la capilla toda mi vida. Dios, te doy gracias, porque no digo malas palabras, ni soy un ebrio, ni nada parecido. Soy mucho mejor que la mayoría de la gente y, si acaso yo no llego al cielo, peor les irá a mis vecinos porque les falta mucho para llegar a ser tan buenos como yo”. Ésta es la manera como es adorada esta monstruosa deidad. No estoy hablando de lo que hacen en Indostán, sino en la idolatría de lo que está muy de moda en nuestro país. El dios del fariseísmo es el señor supremo en millones de corazones. Oh, que el Señor guiara a todo adorador de ese dios a decir: “¿Qué más tendré ya con este ídolo abominable?”.
Otros tienen otros pecados favoritos. No necesito nombrarlos todos. De hecho, no podría hacerlo sin ofender el sentido de moralidad de algunos, si mencionara ciertos vicios sin los cuales tanto hombres como mujeres sienten que no pueden vivir. Preferirían ser salvados en sus pecados, que de sus pecados. Adoran a Dios a su manera, dando el primer lugar a esa concupiscencia que tanto aman. Ay señores, no me importa qué clase de ídolo tengan, lo cierto es que si hay algo en este mundo que aman más que a Cristo, nunca contemplarán el rostro de Dios con alegría. Si hay algún pecado que quieren ustedes seguir cometiendo, les ruego que cambien de idea y dejen de cometerlo, aunque tengan que cortarse la mano derecha o quitarse el ojo derecho. Es mejor entrar mutilados o tuertos a la vida eterna, que ser arrojados al infierno con las dos manos y los dos ojos intactos. Tienen que renunciar a aquellos pecados que tanto aman si quieren disfrutar de Cristo.
Veo en el corazón de algunos el amor al placer. Ese dios está entronizado en muchos corazones. No son vencidos tanto por los pecados que calificamos como más burdos, sino por su liviandad y falta de seriedad. No pueden razonar, no quieren hacerlo. Dicen que se aburren si tienen que estar quietos. Les gusta estar siempre entretenidos, satisfechos, produciendo adrenalina. Pero ser amantes del placer, en lugar de amantes de Dios, es estar muertos en vida.
[Algunos] han entablado relaciones ilícitas. Forman vínculos prohibidos por la Palabra de Dios. Por ejemplo, he sabido de algunos que profesan ser cristianos —Dios sabe si lo son o no— que han descartado el mandato de nuestro Señor de no unirnos en yugo desigual con inconversos y han seguido los dictados de la carne uniéndose con estos en matrimonio. Es cosa terrible estar casado con alguien del que uno sabe que al paso del tiempo tendrá que separarse para siempre, uno quien no ama a Dios y, por lo tanto, nunca podrá estar en su compañía en el cielo. Si éste ya es el caso de alguno de ustedes, sus oraciones tienen que elevarse al cielo día y noche para que su pareja querida pueda acudir a Cristo como su Señor y Salvador. Por otro lado, el que una persona joven creyente se una deliberadamente a otra que no lo es, significa colocar un ídolo en lugar de Dios. Habrá llanto y lamento antes de que pase mucho tiempo… cualquier forma de amor que compite con el amor de Cristo es idolatría.
Muchísimos adoran a un ídolo llamado alabanza de los hombres. Lo expresan así: “Oh, sí, tiene usted razón, pero comprenda que no puedo seguir a Cristo”. Bueno, ¿por qué no? “Porque no sé qué diría mi tío” o “a mi esposa no le gustaría”. “No estoy seguro cómo reaccionaría mi abuelo”. El temor a la reacción de los familiares o a la opinión pública mantiene a muchos esclavizados mental y moralmente. El temor a lo que opine la gente domina a muchos otros. Me dan lástima los que no se atreven a hacer lo que creen que es lo correcto. A mí me parece que la más grande de todas las libertades, la libertad por la cual Cristo nos hace libres, es la libertad de hacer y enfrentar lo que sea que la conciencia manda en su nombre. Pero muchos tienen que pedirles a otros que les permitan respirar, que les den permiso para pensar y de creer, sea lo que sea, por temor al “qué dirán”. La pequeña sociedad en que viven significa todo para ellos. ¿Qué va a pensar Fulano o Mengano? El obrero no se atreve a ir al lugar de adoración porque sus compañeros de trabajo le harían burla diciendo: “¡Oye! ¿Acaso no eres tú uno de esos evangélicos?”. Muchos hombres que miden 1.80 m. de estatura le tienen miedo a uno que mide la mitad que él. Tienen miedo que algún sujeto que no vale nada haga un chiste a sus expensas y ser objeto de un chiste les parece horroroso. ¡Ay, pobres almas! ¡Pobres almas!… estamos vivos después de los ataques que hemos sufrido y no estamos peor que antes; y lo mismo sucederá con ustedes, queridos amigos, si tienen el anhelo y la valentía de hacerle frente a lo que sea por el Señor Jesucristo. Este ídolo del temor al hombre devora a miles de almas. Es un ídolo sediento de sangre, tan cruel como cualquiera de los ídolos hindúes, “el temor del hombre pondrá lazo”; algunos de ustedes saben que son demasiado cobardes y no se atreven a hacer lo que saben que deberían hacer por temor a que alguien haga un comentario sobre lo extraños y lo raros que son. Dios les ayude a librarse de ese ídolo.
Predicado en el Tabernáculo Metropolitano, Newington.
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Charles H. Spurgeon (1834-1892): Influyente pastor bautista en Inglaterra. El predicador más leído de la historia (excepto los que se encuentran en las Escrituras). En la actualidad, hay en circulación, más material escrito por Spurgeon que de cualquier otro autor cristiano, vivo o muerto. Nacido en Kelvedon, Essex.
Publicado con permiso de Chapel Library