El que cubre una falta busca afecto
George Lawson
El que cubre una falta busca afecto, pero el que repite el asunto separa a los mejores amigos (Proverbios 17:9).
Al igual que se nos exige que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, así también deberíamos fomentar el amor en el mundo y buscar el afecto de los demás hombres hacia nosotros. No es propio de los que siguen a Cristo y se niegan a sí mismos vivir sin preocuparse de si su prójimo les ama o no; porque entonces no nos importaría si obedecen a Dios y cumplen con su deber, o si lo descuidan. Hay que pensar en todo lo amable (cf. Fil. 4:8) y practicarlo; y nada es más amable que cubrir las transgresiones, ni nada es más odioso que divulgarlas.
Cubrir nuestras propias transgresiones, como hizo Adán, sería muy peligroso, pero tenemos el ejemplo más noble para convencernos de que debemos cubrir las faltas de los demás hombres. ¡Cuán amable fue el comportamiento de nuestro Redentor cuando excusó la conducta poco amistosa de sus tres discípulos en el huerto de Getsemaní y cuando hizo grandes elogios de su fidelidad mientras conversaba con ellos y mientras oraba a su Padre, aunque sabía que pronto le abandonarían en sus sufrimientos y se las arreglarían lo mejor que pudieran para escapar! Tampoco confinó su bondad a sus Apóstoles; excusó hasta a sus verdugos cuando rogó al Padre que los perdonara. ¡Quién es como el Señor nuestro Dios, que cubre nuestras iniquidades con la misericordia de su perdón y aleja de nosotros nuestras transgresiones como está lejos el Oriente del Occidente (cf. Sal. 103:12; 113:5)! Sin duda, la fe en la misericordia de su perdón nos persuadirá de forma contundente de que cubramos con un manto de amor las ofensas de los que son pecadores como nosotros.
“El amor cubre todas las transgresiones” (Pr. 10:12). Pablo nos explicó cómo se produce esto (cf. 1 Co. 1), y nuestro amor hacia nosotros mismos puede darnos mucha luz y dirección en este asunto. Si tuviéramos un afecto hacia nuestros prójimos como el que sentimos hacia nosotros mismos, no estaríamos tan dispuestos a observar sus faltas, a menos que saltaran a la vista; seríamos indulgentes con las tentaciones que los sedujeron y tendríamos en cuenta que nosotros también corremos el mismo riesgo de sucumbir ante el engaño del pecado; no mantendríamos la mirada fija en sus faltas, sino que pensaríamos también en las cosas que hay en ellos que puedan inducirnos a amarles; no seríamos duros al reprenderles, ni nos resistiríamos a perdonarles, ni nada nos impulsaría a echarles en cara esas antiguas faltas que ya parecían olvidadas. Este tipo de comportamiento busca y obtiene afecto. ¿Acaso era posible que los hermanos de José, tan crueles como habían sido, se negaran a amarle después de que la víctima de sus maldades disculpara sus faltas con tanta amabilidad (cf. Gn. 45:8)?
Pero el que sigue el estilo de comportamiento contrario busca odio y distancia a los amigos más cordiales. El que censura a los demás, el chismoso, el que resucita viejas disputas, es enemigo mortal del amor, siervo fiel del acusador de los hermanos (cf. Ap. 12:10), enemigo de Aquel que es nuestra paz con Dios y entre nosotros (cf. Ef. 2:14-15). Si tales castigos terribles amenazan a los que carecen de amor, ¿qué será de los que esparcen la semilla de la enemistad y de la disensión por todo el país con las historias que cuentan, y con las mentiras y las tergiversaciones de los hechos que introducen en sus fábulas ociosas?
El significado de este proverbio no debe exagerarse para justificar la prohibición de los castigos o las censuras que es preciso aplicar a los que ofenden a otros, ni para eliminar las reprensiones amables, todo lo cual ya se elogia en otros pasajes de este mismo libro.
Extracto de “Comentario a Proverbios” por George Lawson. Reservados todos los derechos. Este libro está disponible en Cristianismo Histórico.