Si eres sabio, no consentirás que la ira te domine
George Lawson
La cordura del hombre detiene su furor,
Y su honra es pasar por alto la ofensa.
Proverbios 19:11
Si eres sabio, no consentirás que la ira te domine, sino que cuando adviertas que se levanta para atacarte, la obligarás a ceder al dominio de la razón y la religión; y antes de ponerla de manifiesto a través de tus palabras y tu comportamiento, considerarás con calma si tienes razón para enfadarte o tanta razón como la ira quiere hacerte creer; y si tienes motivos, sin embargo, queda otra pregunta: ¿está bien enojarse?; ¿o está bien enojarse hasta ese punto?
El sabio no solo será lento para la ira, sino que perdonará las ofensas. Joab podía haber suprimido su furor contra Abner por matar a Asael, pero no era sabio, porque su resentimiento se abrió camino en la ocasión oportuna y le instigó a derramar sangre de guerra en tiempo de paz (cf. 1 R. 2:5). David tenía otro espíritu. No solo impidió que Abisai matara a Simei cuando huía de Jerusalén, sino que cuando regresaba triunfante a su palacio perdonó al que le había ofendido. Y más tarde, en su lecho de muerte David encargó a Salomón que vigilara a ese peligroso traidor, no por venganza, sino por amor a la paz y para el bien de su pueblo.
Nuestro deber como sabios no es pasar por alto solamente las ofensas menores, sino también las afrentas de tintes más profundos, que pueden llamarse transgresiones; porque a veces necesitamos que los hombres nos perdonen este tipo de ofensas, y todos los días estamos obligados a suplicar a Dios el perdón de nuestras transgresiones y a perdonar a los hombres “[…] así como también Dios [nos] perdonó en Cristo” (Ef. 4:32).
La discreción del hombre radica en ser lento para la ira y estar dispuesto a perdonar; porque, del mismo modo que los barcos no se hunden por culpa del agua que los rodea, sino por la que los anega, así la ofensa que otro nos haga no nos pone en tanto peligro como la huella que deja en nuestro interior.
Nuestros pensamientos irritados y vengativos son el tormento de nuestros corazones. Nos privan del gobierno de nuestras propias almas, y es una insensatez que, cuando el prójimo nos hiere, nos hagamos una herida mucho mayor al pretender vengarnos de él.
Para el hombre, controlarse a sí mismo es una gloria más grande que tomar ciudades fortificadas y reinar sobre naciones poderosas. La sabiduría y el honor de los pecadores están en tratar a las personas que los ofenden sabiendo que también son hombres y que necesitan perdón. La gloria de los cristianos es aprender de Cristo la mansedumbre y la humildad (cf. Mt. 11:29). La gloria de los pecadores perdonados es anunciar, no solo en sus alabanzas, sino en toda su conversación, las virtudes de Aquel que les llamó (cf. 1 P. 2:9), a quien tanto deben.
Extracto de “Comentario a Proverbios” por George Lawson. Reservados todos los derechos.