Meditación sobre la reformaUna maravillosa obra de Dios
Nota: La última semana de octubre nos otorga una buena oportunidad para recordar la Reforma en Europa pues fue en un día 31 de octubre, en el año 1517, que Martín Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la Iglesia del Palacio de Wittenberg.
Dr. William VanDoodewaard
Muchos cristianos lamentan la condición de nuestra cultura; la iglesia parece débil en gran parte del mundo occidental. Con todo, aunque nuestra época puede parecer espiritualmente oscura, en muchos aspectos apenas lo es si la comparamos a los años anteriores a 1517: el comienzo de la Reforma en Europa. En la Europa medieval tardía, la fiel proclamación de la Palabra de Dios y una clara comprensión de las doctrinas de gracia era escasa. Ciertamente existían movimientos continuos como los waldensianos, los lolardos y los husitas que eran más fieles a la Palabra de Dios, pero que eran amenazados por la iglesia establecida. También había corrientes de pensamiento más agustiniano en el seno de la Iglesia Católica romana que tenía cierto entendimiento de estas preciosas realidades, aunque fueran una pequeña minoría. Había un compromiso público general con las verdades cristianas esenciales como la doctrina trinitaria y el conocimiento de Dios como Creador, Sustentador y Juez. Sin embargo, la proclamación pública y fiel de la Palabra, con un conocimiento correcto de Cristo —por no hablar de una comprensión adecuada de los sacramentos y el pastorado— era difícil de encontrar. Más intimidante aún es que las fuerzas de la época parecían formadas contra ella. La sociedad europea era ampliamente complaciente con el cristianismo nominal, mientras esperaban los ritos y los derechos del cristianismo medieval tardío. Los ricos interferían libremente en la vida de la iglesia en beneficio propio, comprando posiciones ministeriales para tener ganancias financieras o políticas. La corrupción del sacerdocio, que recorría toda la jerarquía romana hasta el propio papa, era endémica. Las ambiciones papales condujeron a guerras. El cristianismo vital y genuino escaseaba.
En estas circunstancias aparentemente descorazonadoras, Dios obraba misericordiosamente y pronto haría cosas maravillosas e inesperadas. Antes del siglo dieciséis, en los Países Bajos, John de Goch (m. 1475), un sacerdote del movimiento de los Hermanos de la Vida Común, proclamó la justificación de los pecadores solo por gracia, solamente por medio de la fe en Cristo. Aunque no tenía su misma claridad teológica, su contemporáneo John de Wessel (1419—1489) insistió de manera similar en la autoridad de las Escrituras. Como Goch, Wessel fue parte de una fina línea de continuidad que pronto produciría un increíble fruto que superaría en proporción a la de sus precursores inmediatos. Mientras que el joven Martín Lutero seguía bajo la garra del romanismo, en Suiza Thomas Wyttenbach (1472—1526), un sacerdote, se convención de la necesidad de predicar contra la venta de indulgencias. Wyttenbach consideró que la autoridad de las Escrituras era suprema y empezó a proclamar la salvación solo por fe en Cristo crucificado. Obrando por medio de la Palabra, el Espíritu Santo estaba abriendo ojos, transformando corazones y mentes; individuos y familias dispersadas estaban siendo ricamente bendecidos por Su gracia.
Wyttenbach tendría una profunda influencia sobre un joven sacerdote suizo que no había logrado vivir en castidad en su llamado. Un transformado Ulrich Zwingli se convirtió en un poderoso predicador de la Palabra. Al mismo tiempo, el joven Martín Lutero, también transformado por Dios, proclamaba ahora la Palabra con valentía. Heinrich Bullinger, otro sacerdote suizo converso, proclamó la riqueza del evangelio en su monasterio, con el resultado de que ¡todos sus compañeros sacerdotes se convirtieron! Lo que había sido en un principio como unas cuantas gotas de lluvia se convirtió de repente en un poderoso aguacero. Por toda Europa, el Espíritu Santo obró conversión tras conversión. Cada vez eran más los sacerdotes que se convertían en fieles predicadores de la Palabra, creciendo en el pastoreo de almas. Familias, iglesias y comunidades eran transformadas. Incluso ciudades como Ginebra verían un cambio extraordinario: pasó de ser un lugar de mala reputación a convertirse en un centro cristiano de refugio, adoración, formación teológica y envío de misioneros. Cristo desplegó gloriosamente Su poder para salvar y transformar en lo que era una situación de lo más inverosímil.
Recordar las poderosas obras de Dios en la era de la Reforma debería llevarnos a una fresca conciencia de que Él está haciendo ahora poderosas obras: cada conversión y cada aumento en crecimiento cristiano es una obra soberana, clemente y poderosa de Dios. Como nos recuerda el escritor a los Hebreos, nuestro Señor Jesucristo es el mismo ayer, hoy y para siempre. Al reflexionar en la Reforma este mes, ojalá nos aliente y nos incentive para que tengamos gran confianza y deleite en lo que Él está haciendo, y en lo que Él es capaz de hacer.
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Dr. William VanDoodewaard es catedrático de Historia de la Iglesia en el Seminario Teológico Puritano Reformado.
Este artículo es publicado en Reflexiones con permiso de Banner of Sovereign Grace Truth. Traducción de IBRNJ, todos los derechos reservados © 2014.